jueves, 8 de agosto de 2019

[Freak Wars '19] Batalla del Valle Somnoliento (Demo del Sábado 14)

¡Buenos días gente!

Como puede que ya sepáis, en las Freak Wars del próximo 14 y 15 de Septiembre haremos unas partidas "demo" de Manuscritos de Nuth, es decir Warhammer 6a Edición usando también las minis desde 3a a 8a edición. 

Imperio y Bretonia vs Condes Vampiro

Y como queremos hacerlo bien, nuestro escriba Peto (que conoceréis de su escalada) nos ha hecho un transfondo, que podéis consultar a continuación junto con las listas de ejército:

BATALLA DEL VALLE SOMNOLIENTO


Jerek estaba exultante. Su ejército avanzaba imparable. Ya había destruido siete aldeas y un pueblo por lo que sus filas habían engrosado y lo que era mejor para él: su archienemigo no aparecía. En breve encontraría algún castillo, abandonado o no, donde podría enterrar sus tropas, erigirse como nuevo señor de esas tierras y empezar a pensar en cómo recuperar su posición en el clan.

Y fue bajando hacia el valle Somnoliento cuando vio otra hueste No Muerta en su camino. Finalmente Heindrich se mostraba. Así que tomó posiciones colocando a sus tropas para el choque que tendría lugar en breve y escudriñó el horizonte, pero no era Heindrich quien dirigía la hueste, no era si quiera un von Carstein, ¡era un Necrarca! Y bien sabía Jerek que esa familia vampírica no se mojaba por ninguna otra, sólo por sí mismos. De todos modos ahí estaba plantado delante de él y se veía claramente que no quería parlamentar.

A punto estaba de lanzar sus tropas contra el enemigo cuando oyó trompetas al viento, una canción alegre, pero que le hubiera hecho estremecer de tener todavía sentimientos. A su derecha un ejército Bretoniano tomaba posiciones, listo para cargar. Largas filas de caballos y hombres, máquinas de guerra. Hasta un grifo. Jerek se quedó paralizado, esto se volvía más interesante y al mirar la cara del Necrarca vio que él también estaba asombrado.

Sólo pudo sacarle de su estupor el sonido de tambores que venía de su flanco izquierdo. Atinó la vista y se le mostró bien claro: Un ejército Imperial. ¿Cómo podía haber ocurrido esto? ¿Pero qué había pasado con su majestuoso plan? ¡Si era perfecto! Iba a ser el nuevo señor de esas tierras y ahora veía como todo se iba al garete. Se rindió a la evidencia de que estaba rodeado. Pero aún tenía una posibilidad. El Necrarca y él se miraron desde la distancia. No hizo falta ni que hablaran. Antes de todo tenían que erradicar a los vivos.

EJÉRCITOS


Bretonia, Ducado de Corounne


Teodorico Bartagnon estaba otra vez borracho. Y no asombraba a nadie, ya que el barón de Landrel era aficionado al vino, pero no a cualquiera, sino al hecho con la uva de sus viñedos y reposado en las barricas de su bodega. Cada vez que organizaba un festín su mujer terminaba por retirarse después del primer plato; odiaba ver a su esposo en ese estado y siempre alegaba que estaba cansada, pero todos los presentes sabían que no aguantaba a su marido cuando bebía. Se volvía soez, malhablado y además hurgaba siempre debajo de las faldas, y no exactamente debajo de las de su esposa.

El cumpleaños de su hijo mayor, Leovigildo, el castellano de la fortaleza, era tan buen pretexto como cualquier otro para organizar un festín, y más después de que ganara su duelo número cien contra un caballero errante. No faltaba de nada, había cantidades ingentes de vino, se estaban asando espetones en el centro de la sala, los postres de su cocinero halfling eran de los más suculentos y rimbombantes del reino, los juglares tocaban alegres y picantes canciones que hacían las delicias de las cortesanas y los trucos y saltos de los bufones hacían reír a los hombres.

Para Leovigildo era también bochornoso ver así a su padre, sobre todo cuando le insinuaba en alta voz que tendría que acercarse a una de las damiselas de la dama y tomarla encima de la mesa. A lo que las tres damiselas destinadas de su feudo: Florence, Adèlaïde y Devona contestaban con plegarias y hacían oídos sordos a lo que decía el barón. 

Las tres damiselas, casi al final de la sala, tenían una actitud distante frente a su señor, pero más que el barón, lo que las preocupaba era el eclipse que había tenido la noche anterior. Nadie se había percatado de ello como un mal presagio, pero los augurios no eran buenos, en ningún caso, pero claro, nadie tenía el valor de aguarle la fiesta al barón, y menos aun cuando llevaba un par de jarras de más, estaba bromeando con sus acompañantes y hablaba de ensartar su lanza. Nunca nadie, en estos casos sabía si hablaba de enemigos o de mujeres,
pero lo que si sabían es que era mejor no preguntar y seguirle la broma.

Teodorico hubiera tenido grandes problemas si no disfrutara del favor del rey, pues era uno de sus mejores guerreros, vencedor de mil batallas. En su honor se habían compuesto más odas juntas que todas las que podía recitar un juglar en un mes, o al menos eso se decía. Era un caballero del reino de los pies a la cabeza, o al menos de su cabeza a las patas traseras de su grifo, sin el que nunca entraba en batalla. Así era, excepto cuando había vino por medio, lo que se decía que le llevaba a los líos de faldas, se especulaba con que eran tantos como sus batallas, pero sobre éstos no se había escrito nada.

Su fiel amigo de la infancia, Pipino Focault, agraciado con el honor de ser el portaestandarte de batalla del barón, siempre se sentaba a su izquierda. Era más permisivo que su mujer y sus hijos, ya que sí aceptaba el comportamiento de su señor, pues nadie mejor que él sabía el peso que descansaba sobre los hombros del barón. Defender una frontera tan grande de los asquerosos orcos, los viles elfos, los malvados hombres bestia o los altivos imperiales no era fácil, pero nadie lo entendía. Él siempre le defendía diciendo que un pequeño defecto no ensombrece las hazañas y la gloria de su señor.

Nadie, excepto Leovigildo y Pipino, se había percatado de la ausencia de Chindasvinto, el hijo menor del barón. No les extrañaba, pues no le gustaba la vida en el castillo, sino que le agradaba tratar con los campesinos y buscar soluciones para que no tuvieran una vida tan miserable. Incluso a veces se había enfrentado a su propio padre por defender los derechos de los más desfavorecidos. Se oía incluso que había participado en un juicio sumarísimo como testigo en contra de su propio padre. Pero eso no podía ser verdad, ¿no? Sino su padre le
hubiera expulsado de sus tierras y le habría desposeído de la poca herencia que le tocara recibir cuando él faltara, pero eso no había ocurrido.

Justo en ese instante las trompetas sonaron con tal estruendo que parecía que se iba a presentar el mismísimo Louen Leoncoeur, pero en su lugar apareció Chindasvinto, cansado pero recto y con porte noble. Todos se habían callado, los juglares ya no tocaban y los bufones pararon sus gracias. Cada una de las miradas estaba clavada en el joven pues se notaba el asco con el que observaba el hedonismo que se respiraba en el salón.

- Padre, mis exploradores han detectado dos huestes de No Muertos que están bajando de las Montañas Grises, la primera avanza a medio día de la segunda. No creo que sea momento de celebrar festines -, escupió el joven.
En toda la sala sonó un tremendo alarido. Teodorico miró al impertinente de su hijo. Molestarle en mitad de un festín. De no ser sangre de su sangre, el verdugo del barón hubiera tenido trabajo esa noche. Se alzó torpemente de su silla, pues el vino parecía haber hecho mella en el equilibrio del barón. El porte señorial se notaba, incluso en ese estado nadie podía negar lo grandioso que era su señor. 

- Reunid a las tropas y enviad mensajes a todos nuestros vecinos, necesitaremos de su ayuda – dijo.

Y sólo Pipino, sólo él, notó que a su señor no le había resbalado por el vino ni una de las palabras que dijo. Porque sólo él, su fiel y callado amigo, sabía que el barón jamás se emborrachaba, y que nunca, desde su casamiento, había tocado a otra mujer que no fuera su esposa.

Una vez presentado el ejército, es hora de conocer la lista: 

- Señor Bretoniano en Hipogrifo
- Portaestandarte de Batalla a Caballo
- Paladín a Caballo
- Paladín a Pie
- Damisela a Pie
- Damisela a Caballo
- Damisela a Caballo

- 11 Caballeros del Reino
- 12 Caballeros Nóveles
- 12 Cazadores
- 12 Arqueros
- 12 Arqueros
- 10 Forajidos
- 10 Forajidos
- 20 Hombres de Armas
- 16 Hombres de Armas

- 3 Caballeros del Pegaso
- 9 Caballeros Andantes
- 5 Hombres de Armas a Caballo
- 5 Hombres de Armas a Caballo
- 2 Balistas

- Trebuchet

Imperio, Condado de Middenland


Sólo tocaba hacer las cuentas dos veces al año, pero Raynard Kleiber, conde elector del condado de Wolfbergen, en Middenland, preferiría haber estado en cualquier otro lugar del mundo, aunque fuera en una guarida goblin. Ingresos, gastos, beneficios, impuestos, balances, inversiones, créditos fiduciarios, rentas estatales, exenciones imperiales y un largo y soporífero etcétera. Un campo donde su contable, un menudo y delgaducho joven de gafas, disfrutaba como una rata en un charco y para más inri a él le dolía la cabeza debido al eclipse de hace dos días, o eso decían sus médicos.

Cuando estaba a punto de caer presa del sueño la puerta se abrió de golpe, haciendo pegar un respingo tanto al conde como al contable. El hombre mostraba los ropajes de un Heraldo Imperial y se le veía cansado, Raynard se imaginó que por haber subido corriendo las escaleras, pero consiguió erguirse antes de dar la nueva.

- Mi señor, me acaban de informar de que el barón Teodorico está terminando de reunir sus tropas mientras se dirige hacia nuestras fronteras – dijo con gran porte el Heraldo.

- Ese borracho bretoniano hijo de mil padres. ¡¿No tendrá el valor de atacarnos?! – dijo Raynar poniéndose en pie más rápido que el resorte de una ballesta. – Está bien Ulbrecht, ve y reúne a mi consejo, tenemos que ponernos en marcha. Y ya -. El Heraldo salió de la habitación con tanta prisa como con la que había llegado y Raynard salió a paso más lento mientras escuchaba al contable quejarse de que siempre le ocurría lo mismo
y de que sin dinero, tampoco se podía ir a la guerra. Media hora más tarde estaban en la sala principal el propio Raynard, Adler Dohrn, que era el mago asignado al condado, los dos sacerdotes sigmaritas, Heller Niehaus y Zelig Schrader, y como no el Heraldo Imeprial, Ulbretch Frei.

- Bien señores - empezó el conde. – No sabemos cuáles son las intenciones de nuestro borracho vecino, pero tenemos que ponernos en marcha rápido. Ulbrecht, ¿con qué tropas contamos ahora mismo? – - Pues tenemos los lanceros de la guardia, los espadachines de la escuela de esgrima, sus caballeros, los cañones, unos cuantos destacamentos y los herreruelos – Se apresuró a decir Ulbrecht.

- No es suficiente, señor – dijo Heller. – Si me deja coger un caballo podré alcanzar a los Reiskguard y los caballeros de la orden de Morr que pasaron hace dos días por la región. Si no mal recuerdo iban por el camino de Norland. No pueden ir más rápido que los Reiskguard, que van a pie, les alcanzaría al alba -.

- Creo que Ulbrecht se ha olvidado de contar con los semigrifos de los adiestradores – dijo Adler.

- No, mago – contestó el heraldo, - pero tengo entendido que no se ha terminado con el proceso de adiestramiento, ya que… - 

- Me da igual Ulbrecht – interrumpió Raynard -. Necesitamos de todos los recursos disponibles y bien sé por mis cicatrices que esos bichos nunca terminan de estar “bien adiestrados”. Su naturaleza salvaje les puede frente a cualquier humano -. 

- Zelig, no has abierto la boca, y te conozco bastante bien para saber que estás tramando algo – dijo el conde.

- Si, conde – empezó calmado y con el poco decoro que le era tan característico -. Estaba pensando en escribir una carta a nuestros vasallos del otro lado del río y exigirles el préstamo de un grupo de sus grandes espaderos, esos que dieron tanta guerra en la última revuelta -. 

- ¿Y crees que accederán? – preguntó el mago.

- No les queda otra, Alder – le contestó. - Se deben a su señor Raynard Kleiber, conde de Wolfbergen. Son buenos guerreros y en caso de que mueran no supondrán una pérdida para mi señor, sino para sus enemigos. Raynard recordó el miedo que le llegaba a dar este hombre. Era un confabulador nato. Menos mal que le tenía de su lado. ¿O no? Tenía que recordar tenerle vigilado cuando volvieran de machacar al bretoniano.

- Por otro lado, Raynard – continuó Zelig, - justo hoy me ha llegado la noticia del sacerdote sigmarita del otro lado del río que en esa misma localidad ha llegado un grupo de fanáticos profetizando el fin del mundo a manos de un jinete envuelto en una brillante armadura y su montura. Si me deja ir y hablar con su líder no creo que me cueste convencerles de que se unan a nosotros -.

- No se hable más, partid. En tres días estaré en el Cruce del Ahorcado, el cuarto día partiré con las primeras luces del sol. Y no esperaré a nadie – sentenció el conde. 

El conde quedó sumido en sus pensamientos hasta que tres horas más tarde fue interrumpido por su heraldo, parecía más indispuesto de lo normal y le pedía fehacientemente que concediera audiencia a un cazador de brujas. El conde no tenía tiempo para escuchar las historias de uno de esos asusta niñas pero su heraldo fue bastante insistente, así que le hizo pasar.

El desarrapado hombre no parecía otro cuentacuentos más, a este le veía más firme, más convencido, más seguro de sí mismo.

- Buenas noches, Raynard Kleiber, conde elector del condado de Wolfbergen – empezó solemne el cazador de brujas -. Soy Johann Kurtz y vengo a advertirle de un mal que se cierne sobre nosotros. Mi historia comienza hace dos semanas cuando, vi pasar a un carruaje por el pueblo en que me hospedaba. No era un carruaje normal, eso lo pude notar al instante, y no lo era por el color, más negro que la más oscura de las noches, sino por el hedor sobrenatural que notaba que salía de él. –

- No estoy de humor para cuentos, señor Kurtz – dijo el conde. – Sea rápido, pues tengo quehaceres más importantes que escucharle -.

- Fuera como fuere - se apresuró el cazador de brujas, – no tardé en comprender que dentro del carruaje viajaba un poderoso vampiro. Y le seguí hasta que hace dos días, en un valle perdido de las Montañas Grises, durante la noche del eclipse, pude ver como usaba sus ignominiosas artes para levantar de su descanso al mayor ejército de estos seres antinaturales que he visto en mi existencia. Y he visto muchos. Salí corriendo del lugar no sin antes saber que bajaba de las montañas y se dirigía hacia su feudo -.

El conde estaba ojiplático. Bretonianos, vampiros, que sería lo siguiente, ¿enanos? Saliendo del estupor y con el cazador de brujas aún en la sala el conde cogió a Ulbrecht del brazo.

- Heraldo, necesito que vayas a hablar con Teodorico sobre cuáles son sus auténticas intenciones y te diga lo que te diga le cuentas la historia que nos ha contado Johann. Corre. Y reúnete conmigo donde acordé con los dos sacerdotes -.

Mientras el heraldo imperial salía cumplir su misión Raynard empezó a reír histriónicamente. Hoy tendría que estar haciendo las cuentas. 



Una vez presentado el ejército, es hora de conocer la lista: 

- Conde Elector
- Heraldo Imperial
- Mago de Batalla
- Cazador de Brujas
- Sacerdote de Sigmar
- Sacerdote de Sigmar

- 20 Lanceros
- 20 Espadachines
- 5 Caballeros Imperiales del Círculo Interior de la Orden de Morr
- 5 Caballeros Imperiales

- 20 Grandes Espaderos
- Destacamento 10 Milicianos
- Destacamento 10 Arcabuceros
- 20 Reiskguard a Pie del Círculo Interior
- Destacamento 10 Arcabuceros
- 5 Herreruelos
- 1 Gran Cañón

- Cañón de Salvas
- 3 Semigrifos
- 20 Flagelantes

Condes Vampiro, Clan Necrarca 


Velak Hugossin tenía uno de esos días en los que le venía a su mente sus tiempos como actor. Estaba especializado en espectáculos de índole tragicómico y recordaba los aplausos del zar de Kislev e incluso los del Emperador. Y también como les odiaba… Antes. Ese odio terminó cuando les sobrevivió y ahora les podía ver y torturar más allá de los confines del mundo mortal. Eso le gustaba y se recreaba con ello, con cada segundo que vivía en su No existencia se deleitaba más y más.

Ahora mismo su ser estaba más afín con el mundo mortal que con el de la No Vida y eso le hacía enfadar, pero había encontrado el método para poder volver a centrarse: Subir hasta lo alto de la torre en la que residía y mirar sus dominios. Se había instalado en la torre más alta de las ruinas de un antiguo castillo en un perdido risco de lo más profundo de las Montañas Grises y su biblioteca ocupaba gran parte de lo que habían sido los sótanos el castillo. El sueño de todo Necrarca.

En su momento, cuando encontró la fortaleza abandonada también había unos ajados libros donde explicaban la historia de la atalaya. En ella había residido la familia Sogfrid durante generaciones y todos los señores del castillo estaban enterrados en la cripta que había en el lado norte del muro. Una vez encontrada la entrada bajó y sintió el poder que residía bajo las lápidas de la gruta, pero sobretodo en una en particular, en aquella que tenía la más rimbombante de las decoraciones. Podía leerse “Demonick Sogfrid Azote de Orcos”. Velak subió de nuevo a leer la historia del finado y comprobó que desde su nacimiento su porte era el de un noble bretoniano pero con el sentido de la justicia de un iniciado sigmarita. Nadie puedo oír la sardónica carcajada que rebotó en todo el valle, nadie excepto una manada de lobos, que huyó corriendo entre el tupido bosque. Esos huesos ahora le pertenecían, había encontrado a su paladín para cuando requiriera sus servicios.

En cuanto se asentó en el castillo sintió que la muerte rodeaba aquel lugar, en varios kilómetros a la redonda no notaba más que vientos de magia negra y montones de huesos. El lugar en su momento debía haber sido la tumba de varios ejércitos, de seres de todas las razas conocidas. Notaba auras éficas, humanas, enanas, incluso de Hombre Lagarto. Y ahora eran todas suyas.

Ya había pasado tiempo de eso, mucho tiempo. En cuanto llegó arriba y se encontró con su aprendiz, Pietrick Kürtzog, al que había mordido hace menos de veinte años, ¿o eran doscientos? Sea como sea debía estar teniendo el mismo problema que él para concentrarse. 

Intercambiaron miradas, pensamientos y juntos miraron hacia el horizonte, había algo que no les permitía proseguir con el estudio. Quizá era el eclipse que se produciría un poco más adelante en la noche.

De improviso notó una presencia con la que tenía más trato que con su propio aprendiz. Necesitaba entrar en el mundo etéreo para hablar con ella y con gran esfuerzo lo consiguió, pues cada momento que pasaba era más difícil centrarse para entrar al mundo de los muertos y vagar por él. Tras notar como todo su ser era succionado del mundo mortal encontró la paz del mundo que tanto le gustaba. Ahí estaba su amigo, completamente claro en este lado, no como la presencia que notaba del lado mortal. Se hacía llamar “el Desposeído”, era un espectro que pocas veces gustaba de dejarse ver en el mundo mortal y era muy esquivo en el mundo etéreo.

Velak se dispuso a tener una larga y relajada charla cuando se dio cuenta que el espectro estaba bastante agitado y fue cuando se enteró de lo que estaba pasando. ¿Cómo podía haber estado tan ciego? Estaban levantando “su ejército” y no era él el que lo estaba haciendo. ¿Cómo podía ser? Nadie conocía ese recóndito paraje, nadie.

Se apresuró a volver al mundo mortal, tenía que contactar con todos y cada uno de sus esbirros. No podía permitir que se llevaran una de sus más preciadas posesiones. Aquella que le iba a ayudar a eliminar todo ser viviente de la faz de la tierra. Una vez fuera rugió y lanzó una mirada asesina a su aprendiz mientras le decía que se apresurara a levantar todos los cuerpos que pudiera que necesitaba su ejército. Pero primero debía avisar al nigromante, por mucho que le odiara por no estar muerto, le necesitaba.

Pietrick Kürtzog bajó los peldaños de la torre de tres en tres. No tardó más de diez segundos en salir de la alta torre. Otros quince minutos en llegar a la puerta de la choza del viejo nigromante y una fracción de segundo en tirar de una patada la puerta.

Ollie Wrapper se sobresaltó pensando que un cazador de brujas había venido a por él, pero se asustó más al ver al vampiro mostrándole sus colmillos y ordenándole levantar todos los esqueletos que pudiera y ya. El momento de Ollie había llegado y estaba excitado. Tardó en reaccionar pero no tanto en organizarse. Sabía que tenía varios rituales listos para dispararse y sólo tendría que terminar unos pocos, podría levantar una centena de sirvientes para su señor pero le llevaría tiempo. Que bien le vendría algo de ayuda. ¿Dónde estaba su aprendiz? Se preguntaba. ¿Dónde estaba Gargamel?


Una vez presentado el ejército, es hora de conocer la lista: 

- Señor del Clan
- Vampiro Neonato
- Espectro
- Nigromante
- Señor Tumulario Portaestandarte de Batalla

- 3 Bandadas de murciélagos
- 24 Esqueletos
- 24 Zombis
- 8 Lobos espectrales
- 10 Necrófagos

- 8 Caballeros negros
- 5 Espectros condenadores
- 3 Vargheists

- Doncella espectral
- Engendro del terror
- Trono del aquelarre

Condes Vampiro, Clan Von Carstein


Despechado, odiado, repudiado, esa era la suerte que había sufrido Jerek von Carstein. Desde hace ciento tres años, dos meses y diecisiete días había sido expulsado de sus posesiones en Sylvania y lo que más le dolía es que lo habían hecho sus hermanos, los de su propio clan. Le habían encontrado culpable de usurpar la cripta del propio Vlad von Carstein y un pequeño anillo suyo había sido encontrado en el lugar después del supuesto allanamiento. Un anillo que había perdido tres noches antes, durante el festín de sangre en el castillo de Heindrich von Carstein. Nunca tenía que haber ido, era su más enconado competidor por ganarse el favor del clan y ya le parecía extraño que le hubiera invitado; aunque después de los hechos acontecidos sabía perfectamente que había caído en la trampa de Heinrich, que hoy en día gozaba del favor del clan, no como él. Su historia había terminado en ese mismo instante. 

Desde entonces no había hecho más que vagar por el Viejo Mundo. Primero por el Imperio, luego en Tilea y después Estalia, donde conoció a un nigromante que rápidamente se puso a su servicio. Su nombre era Boris de Noirot. Sus artes, aunque poco ortodoxas era bastante efectivas. Y fue a su lado donde Jerek encontró algo de paz después del destierro, en una pequeña villa de campo a dos días de viaje de Bilbali. Para sorpresa de Jerek, Boris tenía un hermano mayor, se llamaba Jacques y este nigromante era aún más interesante que el anterior pues, mientras Boris se dedicaba a estudiar y a encontrar nuevas vías de nigromancia, Jacques gustaba de encontrar viejos campos de batalla, olvidados cementerios, escondidas ciudadelas abandonadas… En resumen, lugares donde poder levantar un ejército para castigar una vez más el mundo de los vivos. Su cabeza era un mapa viviente.

Así fue que Jerek urdió un plan y él no tendría que hacer nada, ya que sus dos esbirros harían todo el trabajo por él. Sólo necesitaba que le encontraran una zona con suficiente potencial como para poder crear su nuevo feudo y, aunque no lo dijera abiertamente, para engrandecer el honor de los von Carstein, pues seguía siendo su clan y lo amaba. Y podría esperar, tenía mucho tiempo, casi infinito, se decía mientras reía.

Y así fue que no tuvo que esperar mucho tiempo, pues Jacques, en su interminable vagar, conoció a un joven nigromante que se hacía llamar Gargamel, que decía haber nacido en las Montañas Grises y aseguraba que conocía una zona que se convirtió en sepultura de varios ejércitos durante milenios, pues en pocos kilómetros las Montañas eran atravesadas por distintos pasos que habían sido testigos de numerosas emboscadas. Al mayor de los hermanos no le faltó tiempo para acercarse al lugar y así era, lo podía notar hasta en el último de sus pelos. La muerte era tan natural a ese lugar como los elfos lo eran a Ulthuan.

Y dejando allí a Gargamel, dándole órdenes exactas de esperar a su señor, partió hacia Bilbali, donde llegó en barco desde Marienburgo, pues su descubrimiento era lo que su amo esperaba oír de sus ajados labios. Y las buenas nuevas fueron dadas a Jerek, que se regocijó en su sueño de volver a ser un gran señor y recuperar su prestigio. Pero antes de partir hacia las Montañas Grises Jerek tenía que hacer una cosa, pues su familia nunca había partido a la guerra sin su fiel servidor: Otto von Drak, a quien tendría que despertar se su letargo una vez más. Mas había un problema, su sepultura estaba en lo más profundo de Sylvania.

Jerek dio a sus adeptos la orden de que partieran hacia las montañas grises y fueran preparando los rituales necesarios para levantar su nueva hueste, pues él llegaría en el siguiente eclipse de Mannslieb y Morrslieb, cinco semanas más tarde. Momento idóneo para levantar a los caídos, pues los vientos de magia nigrománticos serían más poderosos esa noche.

No tardó en llegar a su antigua propiedad en el centro de Sylvania, donde se escabulló dentro de su antiguo castillo, jugándose su No Vida, pues en caso de ser encontrado sería atravesado con una estaca de roble y expuesto a la luz del sol, como marcaba la tradición. Pero tuvo suerte, nadie le vió, nadie le escuchó y lo que era más importante, nadie se dio cuenta del robo del féretro del rey tumulario, el cual metió en un carro más negro que la noche y sacó a hurtadillas de la región.

Tres semanas más tarde llegó al cruce de caminos donde le estaría esperando uno de los hermanos, pero en su lugar encontró a un joven nigromante que le dijo que era Gargamel.

Jerek no confiaba que fuera él, pues se jugaba mucho con este plan. Aun así siguió al muchacho, pues sentía la muerte en él.

Después de un día de viaje empezó a notar el potencial de la zona, toda aquella cordillera era un cementerio esperando a ser levantado. También notaba los distintos rituales que se estaban llevando a cabo por la zona, demasiados para dos consagrados nigromantes y un joven aprendiz.

Al tercer día llegó al claro de un bosque donde sus dos adeptos le esperaban. Les encontró nerviosos y rápidamente le dijeron que no eran las únicas presencias que estaban esperando levantar muertos en la zona.
Jerek pensó que le habían descubierto, se habían dado cuenta de que pensaba recuperar su perdido prestigio. ¡Seguro que era Heindrich, su más odiado enemigo! Mandó descargar el féretro de Otto von Drak y ordenó comenzar con el ritual en una hora, cuando los nigromantes llegaran a sus posiciones. No podía esperar ni un segundo más. El primero en ponerse en pie fue el líder de huestes, su rey Tumulario y poco a poco fue sintiendo que no era el único que se había levantado. Sus siervos habían hecho bien su trabajo. Y al caer la noche profunda, con Morrslieb cubriendo Mannslieb al completo, veía que, de nuevo, comenzaba su historia.


Una vez presentado el ejército, es hora de conocer la lista: 

- Señor del Clan
- Rey Tumulario
- Nigromante
- Nigromante
- Nigromante

- 15 Guerreros Esqueleto
- 15 Guerreros Esqueleto
- 10 Zombies
- 5 Lobos Espectrales
- 5 Lobos Espectrales
- 2 Bandadas de Murciélagos

- 14 Guardia de los Túmulos
- 5 Caballeros Negros
- 3 Vargheits
- 3 Murciélagos Vampiro
- Carro de Cadáveres

- Engendro del Terror
- Sagrario Mortis
- 5 Caballeros Sangrientos

Pronto pondremos más detalles de esta partida y la del Domingo, ¡un saludo!

- Rass

2 comentarios:

  1. Bonita historia has montado, maese Peto, mi enhorabuena. Lástima que la batalla no pueda verla en directo, tendré que esperar a leer la crónica

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  2. Muy currado y una forma muy original de introducir el ejercito, me encanta. Espero que haya reportaje de tan magno evento :D

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