lunes, 17 de noviembre de 2025

[Trasfondo] Lealtad

 Buenos días rufianes. Esta semana nos llegan nuevas desde el norte con su torneo en Navaridas, y en él hemos tenido de excursión a Jefe Orko, que nos compartió este relato de trasfondo desarrollado para acompañar a su banda de mercenarios en el evento.



El burgomaestre de la villa imperial de Navaridas, herr Gabriel Manofirme, era presa de una ira incontrolable.  El ímpetu en su caminar en la torre del homenaje era tal, que amenazaba con derrumbar la misma escalera de piedra por la que ascendía.

Al llegar a su destino, con un brutal portazo, lo que sus ojos contemplaron en la cámara que se abría ante él no ayudó a mejorar su estado de ánimo.

-¿Qué diablos significa todo esto maese Paolus?

-¿Acaso no es evidente?- Una altiva y aflautada voz respondía desde el interior de la sala. En un inmenso lecho con dosel, al pie de un ahogado fuego en el hogar, yacía un delgaducho petimetre junto a una joven muchacha de voluptuosas curvas, la cual hacia escasos esfuerzos por cubrir su cuerpo desnudo.

-¡El enemigo está a las puertas de la villa, y os encuentro a vos aquí, languideciendo con una vulgar fulana! ¿Qué clase de hombre de armas sois?- Increpó Manofirme al mismo tiempo que su cara cambiaba de un rojo intenso a un cerúleo púrpura.

-¿Vulgar fulana? No sabía que tuvierais tan bajo concepto de la hija de vuestro mayordomo. Déjanos querida, pero no te vayas muy lejos que aún no hemos acabado.

La muchacha, con rostro frustrado, tiró de una de las sábanas para cubrir su sugerente cuerpo y arrastrando una mirada maliciosa, desapareció tras el burgomaestre. Herr Gabriel la ignoró por completo, inmune al hechizo de sus curvas, decidido a poner en su sitio al inmenso patán que tenía delante.

-El consejo de la villa os ha pagado una inmensa suma en oro, joyas y mercancías a cambio de vuestros servicios como hombres de armas para proteger Navaridas del enemigo que nos acosa. Desde la acogida de vuestros soldados, vamos de calamidad en calamidad, y vos al parecer sólo os preocupáis de mi bodega personal y de yacer con meretrices.

-Mi querido burgomaestre, calmaos, no os sienta nada bien tanta frustración.-Dijo Paolus atusándose su ridículo bigote.

En ese momento, la cara del Burgomaestre se contrajo en una mueca espasmódica, con los ojos a punto de salirse de sus órbitas por la ira contenida. Soltando espumarajos por la boca, como si de un jamelgo en celo se tratara, comenzó su diatriba.

-¿Frustración decís? Las peleas y las cuchilladas están a  la orden del día en posadas y tabernas, pues vuestros soldados no saben resolver sus asuntos salvo desenfundando acero. Los ogros de la compañía han acabado con la despensa completa de tres posadas, ¡tres! Y en la última de ellas, al no tener su hambre saciada decidieron comerse al posadero. Vuestros cocineros, esos odiosos medianos, lanzaron ayer un inmenso caldero de hierro usando un artilugio infernal, con tal buena fortuna que el caldero impactó en la torre del santuario de Sigmar. La maldita torre se ha venido abajo con su sacerdote dentro. Madame Lachance amenaza con demandarme al gremio de mercaderes, pues por fortuna de vuestros espadachines, el prostíbulo que regenta salió ardiendo hace dos noches. Por no hablar de la panda de enanos borrachos que merodean por doquier acosando a damas y doncellas. Los malditos enanos han vaciado las reservas de nuestro mejor Bordeleaux. ¡Por el amor de Sigmar, ese vino estaba destinado a la mismísima bodega de su majestad imperial Karl Franz! ¿Queréis que siga maese Paolus?...

-Son hombres de armas, herr Gabriel. Esta inactividad, como os diría, les hastía… y… digamos que saca a relucir sus peores…defectos… Colgaremos a uno o dos de ellos y todo arreglado, no os preocupéis en demasía.

La última respuesta de Paolus fue suficiente para que el burgomaestre pasara de las palabras a la acción. De dos rápidas zancadas se plantó ante el pagador de la compañía. Con su guantelete izquierdo le agarró por el cuello, mientras que con una afilada daga amenazaba uno de sus ojos.

-Escuchadme bien mequetrefe. Voy a descontar del pago acordado todos los daños causados por vuestros asquerosos mercenarios. Quiero a todos los hombres de vuestra compañía formados por secciones y armados hasta los dientes en menos de una hora. Se acabaron la comida, el vino y las faldas hasta que el enemigo se vuelva con el rabo entre las piernas…- Una repentina presión en su ingle y el “click” del percutor de una pistola de pólvora interrumpieron el discurso de Gabriel.

-¿Decíais herr Gabriel? –Súbitamente, el tono de Paolus había cambiado. Su voz altiva y zalamera había sido sustituida ahora por un tono bajo y amenazador. La mirada que reflejaba ahora el pagador guardaba una promesa de muerte lista para cumplirse.

-Dejadme que os lo explique yo a vos. Eso, o jugamos a ver que es más rápido si vuestra daga en mi ojo o mi pistola en vuestras partes nobles. La compañía de mercenarios a la que represento cumplirá con lo acordado, y vos también. Sin embargo, vuestro atrevimiento tiene un precio. Nuestros honorarios acaban de ascender a mil piezas de oro más. O seremos nosotros mismos los que arrasemos esta infecta villa, donde el vino está agriado y las putas saben a rancio. ¿Me he explicado con suficiente claridad, burgomaestre?

-¿Esta es la clase hombre que sois? ¿Esta es la fama de vuestra compañía? ¿Esta vuestra lealtad? Sois un perro sarnoso y traicionero. No os merecéis más que mi más absoluto desprecio.

-Como adorno vuestro desprecio está bien, pero no os olvidéis del oro. Nosotros no tenemos más lealtad que el oro que paguéis. Largaos de aquí y decidle a vuestro chef que me suba el desayuno con una de sus camareras…

No hay comentarios:

Publicar un comentario