domingo, 28 de septiembre de 2025

[Trasfondo] Sombras, chispas y traición

 ¡Buenos días! Hace ya un par de semanas que se celebró en Berriozar (Navarra) el I Torneo Ordo Navarrorum por parejas, y en el mismo se presentó nuestro colega Tapiathor con sus skaven del clan Eshin recién pintados, formando una alianza de conveniencia con los Skryre de Oliden. Aunque no se alzaron con la victoria, pasaron un gran día, y lo que si lograron fue el premio a Mejor Trasfondo, que nos han dado permiso para compartir.



Morrslieb, la luna del Caos, se alzaba como un ojo enfermo sobre los astillados tejados de las posadas de toda Navarra, donde se refugiaban los peregrinos que se encontraban realizando el Camino de Santiago como marca la tradición. Entre murmullos camuflados por la música cuentan que de los gélidos picos de los Pirineos emergen grandes nubarrones del humo expulsado por las forjas, que en la selva de Irati ha habido un incremento notorio en avistamiento de reptiles, que en los bosques de la Sakana se escuchan cánticos agudos en una lengua antigua e indescifrable, y algunos afirman haber sido acosados por los mismísimos árboles. Los mensajeros reales parten desde el Palacio de Olite al galope, camino a la Ferrería de Eugi. Caravanas de pólvora comienzan a almacenarse en las bodegas de Estella, y las hordas pielesverdes comienzan a agruparse en los desiertos de las Bardenas. 

Los primeros en captar todo este movimiento fueron los exploradores del clan Eshin, que acabaron con algunos de los mensajeros y leyendo las misivas reales que portaban. La Gran Rata Cornuda les había bendecido con una oportunidad única para conseguir finalmente gobernarlos a todos. Se avecinaba una guerra y había que estar preparados para aprovechar el caos generado y así imponer su soberanía. El cabecilla de estos exploradores es Irrik el Baboso, que rápidamente escribió un mensaje para el jefe Skitrik el Sutil, hechicero y general de la facción. El mensaje fue encomendado a su explorador más fiel y rápido de los que contaba, para así evitar que nadie se entrometiera. 

—Ven Rikit Lenguasuelta, acércate… —murmuró Irrik el Baboso mientras masticaba su propia saliva— necesitamos entregar-llevar esto a Skitrik sin que otros se enteren. Sabes a lo que me refiero… 

Dar a conocer la noticia les daría toda la ventaja para ser los encargados de liderar el grandioso ejército Skaven en el caso de que el Consejo de los Trece lo convocara. Y así fue. Rikit fue el más rápido de su cuadrilla de corredores de sombras y a las pocas horas llegó fatigado a la madriguera del alcantarillado de Pamplona. Rikit entregó sus armas para poder tener audiencia con el hechicero. Una vez dentro, se postró ante Skitrik el Sutil, que se encontraba sentado en un trono acabado en círculos, que simulaban la forma de los cuernos de su dios sobre su cabeza. A su lado, su hermano Skritch el Ligeramente Menos Sutil, que esnifaba algo de piedra bruja provocando la dilatación de sus diminutas pupilas. 

—Oh…su ilustrísimo y sigilosísimo señor…—Comenzó Rikit a hablar con la cabeza gacha, tras quitarse la capucha para mostrar respeto—le traigo una misiva muy importante…sí-sí. —Estiró la mano mostrando el pergamino con el mensaje, sin levantar la mirada. 

Skritch el Ligeramente Menos Sutil se acercó y se lo arrebató de las manos, observando como el pergamino había sido manoseado, ya que el sello estaba bastante flojo, mostrando señales de haber sido abierto varias veces. Al percatarse de ello, le lanzó una mirada furtiva, casi sentenciando en ese momento su destino. Se acercó hasta su hermano y le entregó el pergamino, colocándose después a su espalda y así poder leerlo también. Rikit alzó la vista, viendo como aquella cámara estaba sumergida en la tierra, con un túnel que alcanzaba la superficie en forma de escaleras de caracol. Aquel lugar fue una antigua cárcel enana, pero ahora las celdas eran utilizadas como madrigueras de los eshinitas. Al volver la vista al frente se cruzó con la furiosa mirada de Skitrik, que comenzó a interrogarle, levantándose del trono y acercándose a él. 

—¿Cuál es tu nombre corredor? 

—Rikit…mi señor…—respondió titubeante. —Mi nombre es Rikit Lenguasuelta. 

—Bien-bien Rikit…dime, ¡¿quién más ha leído el mensaje?! 

—Na-nadie…oh mi señor. Lo llevaba enredado en el cinturón y no ha salido de ahí…— Lenguasuelta se vio obligado a mentir para intentar salvar su propio pellejo. 

Ante el alboroto armado, los skavens de la escalera de caracol comenzaron a asomarse para mirar a la gran sala, llenándose la barandilla de pequeños puntos rojos brillantes pertenecientes a miles de ratas.

 —Sabes lo que hacemos con los mentirosos, ¿no? —Preguntó ladeando la cabeza y enseñando sus dientes roídos en una sonrisa diabólica. 

Skitrik no disfrutaba de lo que estaba punto de hacer, pero no le quedaba otra opción para mantener su puesto. Necesitaba atemorizar a los de su propio clan para seguir siendo el general de la región junto con su hermano. Miró hacia arriba, observando los centenares de ratas que disfrutaban del espectáculo. Fijó su mirada en el final del túnel, metió una mano en su bolsillo y sacó un trozo de piedra verde que todos conocían muy bien: un fragmento de piedra bruja. Lo aplastó con su zarpa, abrió la palma y lo esnifó, sintiendo un vigor revitalizante por todo su cuerpo, uno tan potente que podría incluso acabar con él. Dio la espalda al corredor y comenzó a murmurar lo que parecía un hechizo, lo que provocó que las ratas que observaban desde arriba comenzaran a chillar. 

Rikit supo inmediatamente lo que se avecinaba, por lo que intentó abalanzarse sobre Skitrik para desgarrarle el cuello, pero justo antes de cerrar su dentuda mandíbula desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Skitrik había conseguido lanzar el hechizo Salto Fugaz con éxito. El Sutil miró hacia arriba, donde pudo ver como el corredor gritaba de terror mientras caía a toda velocidad. El hechicero dio un paso hacia un lado, dejando que la rata se estrellara contra el suelo con un estruendo brutal que hizo estremecerse hasta la última rata allí presente. 

Skirik miró a sus guardias y con un gesto con la cabeza ordenó que se llevaran el cuerpo. Tras esto el hechicero sintió que le fallaban las fuerzas debido al mal chute de la piedra bruja, por lo que regresó a su trono donde le aguardaba su hermano. Debía de darse prisa si quería conservar esa oportunidad de comandar al gran ejército skaven, asique mandó a su hermano a informar al gran señor de la descomposición del clan Eshin, uno de los miembros del Consejo de los Trece. 

Al poco tiempo recibió noticias sobre la reunión del Consejo: alguien se les había adelantado. Un ingeniero brujo llamado Grick Quemarratas había acorralado al corredor Lenguasuelta y había leído el pergamino antes de dejarle ir, consiguiendo la información y avisando al Consejo con uno de los inventos de la grandiosa ingeniería Skaven: el chillalejos. Gracias a esto lo nombraron general del ejército Skaven, y a Skitrik, junto con su hermano, los obligaron a ir a la guerra como segundos al mando como castigo por tardar tanto en avisar. 

La orden del Consejo no tardó en llegar a todos los rincones de Plagaskaven, centenares…miles de guerreros del clan comenzaron a agruparse seguidos de esclavos, hordas de ratas e incluso la élite de las alimañas. Los cuatro grandes clanes afilaron sus mejores armas y se prepararon para la batalla. A lo lejos, se escuchaba el eco del rugido de las monstruosas ratas ogro y unas estruendosas explosiones en parte de los laboratorios subterráneos. El aire comenzó a emponzoñarse con los vapores de los incensarios de plaga. La horda Skaven se movía. 

El plan era claro: esperar a que las diferentes alianzas se enfrentasen entre ellas y al final de la batalla salir desde las profundidades, ponerlos entre la espada y la pared, y disfrutar con el terror, la agonía y la desesperación de los que habían sobrevivido, acabando finalmente con su sufrimiento y así cumplir con el deseo de la Gran Rata Cornuda de imponerse como la raza soberana. 

El día había llegado: los skaven se habían colocado bajo el campo de batalla, anegando los túneles subterráneos, esperando parcialmente el momento indicado para iniciar el ataque. El eco de tambores y marchas forzadas resonaban sobre las cabezas de los hombres rata, lo que indicaba que la batalla estaba a punto de comenzar. Las primeras balas de cañón y rocas de catapultas hicieron retumbar los túneles. Algunos skaven comenzaron a dudar del plan, tenían miedo de que la estructura se viniera abajo, pero ver a su general en la retaguardia les generaba la suficiente confianza (o el suficiente miedo) como para no echarse para atrás. 

Después de unas horas, cuando las voces y el eco cesaron del todo, Grick supo que el momento: miró a su maestro Krrak el Cojo, un ingeniero brujo anciano respetado por todos, que cabeceó dando su aprobación y ejecutó la orden. El silencio se vio quebrado por una fuerte explosión que abrió varias salidas para los túneles. Los fuertes rayos de disformidad abrieron hueco en las colinas, dejando vía libre para las primeras oleadas de guerreros del clan Skryre. La rueda de la muerte saltó colina abajo, dejando un fuerte traqueteo a su paso, las ratas ogro acorazadas rugían furiosas mientras los metales de sus armaduras chisporroteaban mientras se ponían en posición. Los jezzail se movieron rápidamente a la cima de la colina para tener una buena línea de visión, acabando con cualquier posible superviviente de las máquinas de guerra enemigas. La primera andanada de disparos fue el pistoletazo de salida para el segundo de los grandes clanes: el clan Eshin. 

Los corredores de sombras comenzaron a esparcirse más rápido incluso que los guerreros del clan junto con unas hordas de ratas chillonas que no tenían miedo a nada. Los eshinitas entrenados con los fusiles jezzail, junto con los hermanos Skitrik y Skritch siguieron a los del clan Skryre, colocándose en la otra punta de la colina. Una fuerte nube de humo emergió desde el subsuelo en mitad del campo de batalla, revelando a los acechantes nocturnos. Una vez ya recargados los jezzail, la segunda tanda de disparos marcó la salida del clan Moulder. 

Unos fuertes rugidos de bestias mutantes comenz…espera…Grick miró con su visor en dirección de donde se suponía que iban a salir las bestias. No se veía ni rastro de los mutantes, ni tampoco de los monjes apestosos. ¿¡Llegaban tarde!? ¿¡Acaso Kirk Mediacara y Virrik Criamuertos lo habían traicionado!? —Eso es… Sí-sí, ¡Traición! ¡me han traicionado! —Chilló Grick a todo pulmón. 

Ante el grito y la posibilidad de una gran traición de los demás clanes, muchos de los hombres rata que salían de los túneles volvieron a escabullirse hacia el interior, menguando en gran medida las fuerzas del ejército skaven por lo que Grick tuvo que enfrentarse con unos pocos centenares de soldados a los supervivientes del enfrentamiento previo. Los hermanos eshinitas, al ver todo el descontrol y encontrarse en medio del campo de batalla, decidieron aprovechar el caos para tomar el control del ejército, ya que “¿Quién haría caso a un general chillando atemorizado por una posible traición?”. De esta forma, reorganizaron sus tropas y se acercaron a Grick. 

—¡Tú, oh nuestro supuesto jefe-general! — comenzaba el Sutil con poca sutileza. —¿Acaso no eras tú el elegido por la Rata Cornuda para comandar el ejército? Si es así… ¿por qué huyen todas tus tropas…? —Era evidente su intención de incordiar para sacarlo de sus cabales y dejarlo en evidencia delante de las tropas que todavía estaban presentes. —¿No eres capaz ni de comandar al centenar de ratas que todavía quedan aquí? Siguen huyendo poco a poco, sin que te des cuenta… 

—Tú-tú… Insolente sucia rata… —Respondió Quemarratas con aire de superioridad, dándole la espalda y rebuscando en sus bolsillos su fragmento de piedra bruja. —¡sí-sí, acabaré contigo antes de comenzar con esta batalla! — Agarró el fragmento de piedra bruja y al girarse, antes de consumirlo, pudo apreciar una mirada feroz de ojos verdes, y sin poder responder, se vio rápidamente transportado entre las filas enemigas, donde acabaron con él en un abrir y cerrar de ojos. —¿Quién quiere ser el siguiente? ¿Nadie? Entonces ¡YO! Soy ahora vuestro general. 

Entre los guerreros del clan, se acercó Krrak el Cojo, caminando gracias al apoyo de su alabarda. —¿Qué has hecho? ¿Te crees que por jugar sucio te vas a convertir en el general del ejército? El liderazgo ha sido concedido al clan Skryre, no a tu sucio y cobarde clan que siempre merodea entre las sombras.

Skitrik estaba furioso de que alguien desafiase su nueva autoridad, pero al ver a un simple anciano se acercó y le murmuró al oído. — ¿Tú? ¿Te crees capaz, anciano… de comandar a un ejército? No aguantarías ni cinco segundos, se te abalanzaría cualquiera a quitarte el cargo, no te lo recomiendo…— Sujetó la alabarda con una mano, se la arrebató para que se tambaleara y la partió por la mitad para desarmarlo. Aquí tienes, tu nuevo bastón...— Respondió entre risitas y chillidos, y se lo lanzó. El Sutil se veía distinto, más diabólico que antes. Notaba un fuerte dolor de cabeza. Tanta exposición a la piedra bruja estaba generando un cambio drástico en su cráneo: unos grandes cuernos brotaron de su cogote.

Aquella imagen aterrorizó a todo aquél que estaba allí presente. Los cuernos eran un símbolo de poder entre los hombres rata, y casi todo aquel que los portaba se convertía en un vidente gris. Aquel símbolo le dio la autoridad que necesitaba sobre los demás. Rápidamente ordenó al Cojo que lanzase rayos de disformidad a los túneles para taparlos y obligar a todos los skaven restantes a combatir en aquella batalla. 

Una dura y cruenta batalla estaba a punto de comenzar...

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