viernes, 31 de agosto de 2018

[CAMPAÑA] Los muertos no cuentan cuentos...(relato R2 Krag vs Björn)

Buenos días buscadores de historias. Aunque sea despacito, la campaña narrativa de Fantasy sigue avanzando, y tras acabar la segunda ronda tocan las publicaciones pertinentes. 

Ya hemos visto el desenlace de las partidas, pero una vez más tengo la suerte de traer un relato de batalla (no es un informe, está escrito en tono trasfondístico) de la partida que jugaron los pielesverdes de Krag Unzoloojo (Jorge a los mandos) contra los enanos de Björn (Roberto a las barbas). De nuevo este relato es un aporte del propio Jorge, y si el anterior fue bueno, este me parece literalmente brutal. Os dejo que lo disfrutéis tras el salto. ¡Gracias Jorge!




Björn se mesaba distraídamente su barba mientras observaba como se desplegaba su ejército por lo que, sin duda, sería el escenario de una batalla. ¡Malditos pielesverdes! No le causaban suficientes problemas allá en su fortaleza, sino  que tenían que seguirle a aquella condenada isla...

Añoraba las frías cámaras subterráneas de su hogar, tan diferentes de la humedad y el calor agobiante de esta selva que dificultaba la marcha de sus tropas, cargadas con las armaduras, máquinas desmontadas y demás pertrechos. En una de las muchas ocasiones en que las ruedas de uno de los carromatos quedaron atascadas, fueron atacados por aquellas bestias verdes.

Tras la breve escaramuza, reunieron a los escasos pielesverdes supervivientes, dispuestos a hacerles pagar con creces hasta el último rasguño sufrido por los suyos. Uno a uno, fueron acabando con las vidas de aquellas despreciables criaturas, tan lentamente como fueron capaces; pero, cuando llegó el turno de un orco achaparrado, cubierto de extraños tatuajes y con múltiples adornos de hueso colgando de su piel, éste miró a Björn a los ojos y, sonriendo misteriosamente, le dijo en un pésimo khazalid que quizás no le convenía matarle aún. Björn se vio embargado por la ira al oír a aquel engendro mancillar la lengua de sus ancestros y ya estaba a punto de clavar su hacha en la cabeza del pielverde, cuando unos gritos le distrajeron. Se giró buscando el origen de aquel alboroto y vio a uno de sus guerreros llegar corriendo, sus ropas llenas de desgarrones y con varios cortes sangrantes. Era parte del grupo enviado a explorar por delante del ejército principal; habían caído en una emboscada de los pielesverdes y su superior le había ordenado volver para alertar al resto de la expedición de la presencia de orcos en las cercanías, por lo que desconocía el destino de los demás. En ese momento el orco habló de nuevo, diciendo que aquella isla pertenecía al gran Krag Unzoloojo y que éste los había hecho prisioneros, pero que sin duda estaría dispuesto a intercambiarlos por él, ya que era de gran valor para el caudillo. Sabiendo que era una trampa, Björn ordenó que liberasen a uno de los goblin que seguían con vida, mandándole de vuelta con su amo para que le informase del intercambio. Acto seguido, habiendo apartado al misterioso orco, que no dejaba de sonreír, se dedicó a eliminar con especial lentitud a los restantes pielesverdes.

Sin duda su padre debía estar revolviéndose en su tumba, viendo a su hijo negociar con aquella escoria, pero si había la más mínima posibilidad de recuperar a sus hombres, debía hacerlo. Esperaba que sus ancestros le perdonasen y, si aquella obvia trampa de los pielesverdes suponía la pérdida de demasiadas vidas enanas, estaba más que dispuesto a afeitarse la cabeza.

Sus tropas ya estaban listas. Al otro lado del valle vio cómo se iba reuniendo un enorme grupo de figuras; ya llegaban. Pegó un empujón al encorvado orco y levantó lentamente su hacha. Sin necesidad de otra orden, el ejército enano se puso en marcha.
                                                                                                                                    
Krag estaba contento. Después de que sus tropas huyeran durante la batalla contra los humanos, habían pasado días hasta que por fin reunió a los suficientes de los suyos como para poder considerarlo un buen waaagh. Pero no había resultado una pérdida de tiempo; sus chicos capturaron a un grupo de tapones y se lo habían pasado en grande tratando de sonsacarles donde se escondían el resto de los suyos. Ya habían matado a todos salvo uno y parecía que la diversión iba tocando a su fin, cuando un pequeño goblin irrumpió a la carrera llamando a Krag. Le contó como su grupo atacó a los enanos y fracasó en el intento, como les capturaron, la intervención del orco, la llegada del otro tapón que había escapado y como el orco y el tapón jefe habían acordado que los ejércitos se encontraran para cambiar prisioneros. A Krag le daban igual los prisioneros pielesverdes, pero conocía a los enanos y sabía que hacían cosas muy raras, como salvar a otro de los suyos, por lo que sería fácil atraerles y aprovecharlo en su contra. Con un buen grito, puso a su ejército en marcha y ordenó al goblin que les guiara donde estaban los tapones.

Llegaron a un valle salpicado de ruinas y con un pequeño lago en el medio, junto al cual esperaban sus enemigos. Krag se pasó la mano por la cicatriz donde antes estuvo su ojo izquierdo; por fin se cobraría venganza de aquel maldito tapón… Señaló con su rebanadora en dirección a los enanos y lanzó un rugido bestial. Golpeando sus escudos y lanzando gritos, los pielesverdes se lanzaron a la batalla.



Zliggit no podía creerse su suerte, aunque a estas alturas ya no sabía si era buena o mala. La batalla en la playa había sido un desastre para su unidad, aunque al menos había sobrevivido, lo que suponía tener que dar explicaciones a Krag. Afortunadamente, a Krag todos los goblins le parecían iguales, por lo que mientras otro pobre desgraciado había sufrido la ira asesina del jefe, él conservó su cabeza y se vio ascendido al mando de la unidad (exactamente como antes, pero ¿qué necesidad había de decírselo a Krag?). Ahora, se veía al cargo de la escolta del tapón prisionero. Era consciente de la importancia de su misión, aunque una parte de él, la parte más cauta y astuta, no podía quitarse la ominosa sensación de ser solamente un cebo en el plan del jefe; pero si Krag te ordena algo, más vale que obedezcas y rápido.

Puso a sus chicos en movimiento, en dirección al lugar donde Krag le había ordenado situarse. Los otros goblins iban pinchando al enano con sus lanzas, haciéndole zancadillas, tirándole de la barba y empujándole. Zliggit ya iba a regañarles cuando pensó que Krag había especificado que mantuviera con vida al tapón, no que no sufriera daño, por lo que aprovechó para darle un par de patadas él mismo.

Un grupo de tapones se dirigía hacia ellos, sin duda con la intención de rescatar a su amigo. “Bien”, pensó, “vamos a zorprenderlez”.

-¡Zoltad a loz lokoz! ¡Vamoz, inútilez, zi no keréis zaber lo ke ez bueno!

Los goblins corrieron a coger a los “voluntarios”, les hicieron tragar el espeso brebaje y les empujaron lo más lejos posible, apartándose de su camino. Los goblins recién drogados empezaron a dar vueltas en dirección al enemigo, soltando espuma por la boca y gritando incoherencias, alzando las enormes bolas encadenadas. Zliggit sonrió maliciosamente mientras veía a los enanos prepararse para lo que sería un choque fatal.

De repente se oyó un estruendo, como un largo trueno, audible incluso a pesar de la algarabía de los chillones goblins. Pero no provenía del frente, donde los fanáticos aún no habían chocado con el enemigo; no, el ruido había provenido de su izquierda. Temiéndose lo peor, Zliggit echó una ojeada de donde venía el ruido. Allí a lo lejos, al otro lado del lago, había un grupo de tapones, disparando aquellos palos extraños que llamaban “acabuzez”. A su alrededor, los goblins empezaron a caer como moscas, agujereados por los terribles proyectiles. El pánico empezó a dominarle, no tenían ninguna posibilidad… Por si fuera poco, algo enorme pasó volando a toda velocidad por su lado. Cuando miró para ver qué era, vio una enorme lanza, parecido a una flecha gigante, que había empalado a tres goblins, que se retorcían agonizantes en el suelo.

Aquello ya fue demasiado. Zliggit echó a correr y no fue el único que tuvo la misma idea, intentando ponerse lo más lejos posible de aquellos malditos tapones; y habrían seguido corriendo si no fuera porque su carrera les llevaba justo a donde estaba Krag. Dado que acercarse más sería muy mala idea, frenó y trató de reorganizar a sus chicos, de nuevo dispuestos a volver a la batalla (sobre todo ahora que estaban bien lejos de los “acabuzez” y que también habían visto a Krag).

Sin embargo, Zliggit tenía la sensación de que algo andaba mal… ¡El prisionero! ¡No estaba! Debía haber quedado allí tirado en la huida. Krag iba a enfadarse mucho cuando se enterase… Mientras terminaba de reorganizar a sus chicos, Zliggit ya planeaba a quién podría culpar en aquella ocasión.

Tyr Borrsson era un buen guerrero, valiente y honorable; siempre se había considerado así y sus camaradas lo habían corroborado. Ahora sus camaradas estaban muertos o, peor aún, capturados en manos de la escoria pielverde. ÉL debía haber muerto con ellos, combatiendo a su lado una última vez; sí, alertar al resto de la expedición de la existencia de pielesverdes en la zona era importante, eso lo sabía, pero su vergüenza seguía siendo grande. Aquella misma noche, tras haber entregado el mensaje a Björn, se había afeitado la cabeza, ofreciendo su vida a Grimnir para expiar su falta.

Ahora, Tyr marchaba junto con otros matadores, aquellos que no tardaron en unirse a Björn cuando anunció su intención de montar aquella expedición, con la esperanza de hallar su tan ansiada muerte. Marchaban en silencio, cada uno concentrado en sus propios pecados, comprobando el filo de sus hachas, buscando los monstruos más temibles que aquella chusma pudiera ofrecer.

Uno de los matadores dio un grito y señaló con el hacha a un grupo de orcos montados en jabalíes y, lo que era aún mejor, varios trolls que iban  junto a ellos. Parecía que trataban de rodear el ejército enano y el propio Björn y su escolta se encontraban en su camino. No se podía pedir una muerte más honorable.

Sin dudar un instante, se encaminaron hacia ellos. Estaban aún a medio camino cuando vio como un orco enorme, montado en un jabalí aún más enorme, hacía gestos en su dirección. Inmediatamente, los trolls se encararon hacía los matadores y cargaron contra ellos, blandiendo enormes troncos con sus manazas, babeando y rugiendo. Tyr aferró con fuerza su hacha y, alzando su voz en un potente grito de guerra, se lanzó a la carga contra aquellos monstruos, junto con los otros matadores.



El choque fue brutal. Vio como un troll lanzaba a uno de los matadores volando por los aires de un golpe del tremendo garrote que portaba, mientras otro destripaba con sus enormes garras a otros dos. Las hachas de los enanos golpeaban una y otra vez contra los monstruos, pero tan pronto como las retiraban de su carne, ésta se cerraba de nuevo. Aun así, la ferocidad de los matadores era superior a la de aquellas bestias, que se vieron retrocediendo ante los incansables ataques de los enanos. Uno de los matadores se deslizó entre las piernas de un troll y le golpeó en la corva, obligándole a arrodillarse por un momento; momento que Tyr aprovechó para descargar un potente golpe que cercenó limpiamente la cabeza de la criatura. Eso no iba a regenerarse más.

Los demás trolls se quedaron quietos un instante, observando con expresión estúpida como se desplomaba el cuerpo de su compañero. Acto seguido, se dieron la vuelta y echaron a correr, intentando escapar de la furia enana. Los matadores les persiguieron, dispuestos a eliminar hasta el último de ellos. Tyr corría detrás de los trolls, lamentando no haber encontrado su final en aquella ocasión. Grimnir debía tener otros planes para él, aún viviría un día más.

Björn observó el campo de batalla. Los orcos ni siquiera habían tratado de pretender que iban a intercambiar los prisioneros. Nada más aparecer, se habían lanzado a la carga con claras intenciones de matar. Aquello no suponía ningún problema para Björn; a fin de cuentas, el único orco bueno es el orco muerto.

Sus tiradores habían hecho huir a un enorme grupo de goblins en el flanco izquierdo, pero no antes de que estos pudiesen lanzar a sus drogados y peligrosos compañeros. Björn estaba tristemente familiarizado con esos fanáticos salvajes y no le hacía ninguna gracia tener a tantos tan cerca; había visto morir a muchos buenos enanos como para subestimarlos.

Por el centro avanzaba un amenazante grupo de orcos, golpeando sus armas contra los escudos, empujándose unos a otros y armando alboroto. Podían ser peligrosos. Por suerte, la huida de los goblins había dejado su flanco totalmente expuesto, cosa que sus arcabuceros ya estaban aprovechando, bombardeando de manera incesante a los orcos, que se cubrían como bien podían mientras lanzaban insultos y hacían gestos obscenos en respuesta.

Por otra parte, en el flanco derecho había visto como los matadores expulsaban y perseguían a unos trolls, pero aún quedaba un enorme grupo de orcos montados en jabalíes amenazando con rodear su ejército por allí.

Con una orden, encaró a su escolta hacia los jabalíes, dispuesto a interceptarlos antes de que pudiesen llegar más lejos. En ese momento, vio a dos de aquellos goblins drogados dirigirse hacia ellos. Sus erráticos movimientos les acercaban más y más, aunque uno de ellos se desvío, perdiéndose de su vista, en dirección al centro del campo de batalla; pero el otro iba directo contra ellos.

Dio la alarma y sus guerreros se prepararon para el choque, mientras él sacaba la pistola de chispa que llevaba colgada al cinto. Apuntó con cuidado y disparó, pero falló el tiro. ¡Maldición! Recargó la pistola, tranquila y metódicamente, volvió a apuntar, esta vez esperando a estar seguro de tenerlo a tiro y apretó el gatillo; el proyectil salió despedido en buena dirección, Björn estaba seguro esa vez. En ese momento, el goblin hizo un requiebro y la bala pasó de largo de nuevo. ¡Por Grungni, cómo era posible! Björn refunfuñó mientras recargaba otra vez, maldijo mientras apuntaba y disparó; falló de nuevo. Desolado, vio como el goblin seguía dando vueltas, sin detener su avance; ya casi lo tenían encima y no había tiempo de recargar de nuevo. Pidió disculpas a sus ancestros por fallar y, encomendándose a Valaya, se preparó para el impacto.

De repente, la bola que portaba el goblin salió disparada, suelta de la cadena, haciendo que el goblin perdiera el contrapeso y se diera con la cadena en la cara. ¡La última bala debía haber impactado en la cadena! Björn dio gracias a todos los dioses, mientras uno de sus guerreros se acercaba a rematar al goblin.

Pero aquello no había terminado. Los orcos en jabalí ya se lanzaban contra ellos, las lanzas en ristre y rugiendo.

-¡Escudos!

Todos a una, los enanos presentaron sus escudos, formando un muro ante el enemigo. Björn preparó su hacha; hora de matar orcos.



Krag odiaba a los enanos, siempre lo había hecho. Pero a aquellos con las extrañas crestas, se podía decir que casi los admiraba; peleaban con una fiereza casi digna de un orco. Había visto cómo se enfrentaban a los trolls, haciéndoles retroceder e incluso huir. Habrían sido dignos oponentes, tal vez en otra ocasión; pero esta vez su atención estaba centrada en el grupo de tapones que tenía enfrente. Allí estaba el maldito tapón que le había rajado la cara, al que había seguido a aquella maldita isla y esta vez no se iba a escapar.

Olvidándose de los enanos con cresta, espoleó a su jabalí y se lanzó a la carga contra el tapón jefe y su escolta, seguido de cerca por sus muchachos. Frente a él, los enanos cerraron filas y se escondieron tras sus escudos. ¡Ja! Si creían que eso los salvaría de la ira de Krag Unzoloojo estaban muy equivocados.

Hizo que su jabalí embistiera de frente entre dos escudos. El golpe hizo que los enanos que los llevaban perdieran el equilibrio y cayeran al suelo, dejando un hueco que aprovechó para meter a su jabalí, que empaló con sus colmillos a otro enano que se ocultaba detrás. A su alrededor, los otros orcos comenzaron a llegar, estampándose contra los escudos enanos, tirándoles de espaldas por la fuerza del impacto. Krag descargaba su rebanadora a diestro y siniestro, aplastando cabezas y cortando miembros; normalmente habría reído mientras acababa con todos aquellos tapones, pero esta vez se centraba en encontrar al maldito tapón jefe.

Krag Unzoloojo, dibujado por Alex Carrot.
Allí estaba, peleando contra dos de sus chicos. Vio como de un golpe de su enorme hacha desmontaba a uno de los orcos y continuaba el barrido para cortar la cabeza del jabalí del otro, para acto seguido hundir la hoja en el cuerpo del primer orco desmontado. Con un rápido giro, se enfrentó al segundo orco, que ya se había repuesto de la caída, aunque no le sirvió de mucho. El tapón golpeó al orco en la cara con el mango del hacha y, aprovechando la distracción, le cercenaba ambas piernas de un solo golpe. Sin duda, aquél era un oponente digno de Krag.

Mientras seguía soltando tajos a los enanos, se dirigió hacía el tapón jefe. Oh no, aquella vez no iba a escapar…

Oleif Svensson no era ningún barbilampiño, no señor; por eso mismo había sabido mantener el orden en su unidad a pesar de que aquellos endemoniados goblins locos se les habían echado encima. El grupo grande de goblins los había arrojado antes de salir huyendo y, una vez libres, se habían dirigido directamente hacia su unidad. Por suerte, Oleif llevaba ya unas cuantas batallas encima y sabía cómo reducir en lo posible el daño causado por los chiflados. Hizo que sus hombres rompieran filas para darles mayor movilidad a la hora de esquivar  a los goblins.

Cuando éstos se perdieron de visto, comenzó a reorganizar la unidad y a valorar la situación. Frente a ellos, un gran grupo de orcos se dirigía hacia donde habían estado los goblins, a pesar de que los arcabuceros al otro lado del lago no dejaban de dispararles. Oleif sabía que los orcos eran idiotas, pero también cobardes, por lo que esa determinación en avanzar hacia allí era extraña. Se fijó con más atención y, entre un montón de cadáveres de goblins, vio algo que se movía. Al principio pensó que se trataba de otra de aquellas patéticas criaturas que había quedado herida, pero un segundo vistazo le demostró su error. ¡Era un enano! ¡Debía ser uno de los prisioneros! ¡Y los orcos se dirigían hacia él! Pero no le capturarían, no; no mientras Oleif Svensson estuviera allí para evitarlo.

Dio orden a su unidad de encaminarse para allá. Al principio caminaron a paso ligero, pero según iban viendo a los orcos más cerca de su camarada capturado, más rápido se volvía el paso de todos los enanos, hasta terminar corriendo en una carga directa contra los pielesverdes.

Los dos grupos chocaron y se desató el caos. Oleif golpeó en la cara a un orco con su hacha, abriéndole el cráneo, salpicando sangre y sesos por todo su alrededor. “Hay que ver”, pensó mientras le cortaba un brazo a otro y paraba el ataque de un tercero con su escudo, “con el poco cerebro que tienen, lo mucho que ensucian”.

Los orcos fueron perdiendo empuje, mientras que los enanos, ciegos de ira, continuaron arremetiendo, tajando y golpeando, hasta que los pielesverdes huyeron.

Mientras algunos de sus hombres les perseguían para asegurarse de que no regresaban, Oleif se acercó al enano prisionero y comenzó a cortar sus ataduras.

-¿Dónde están los demás? ¿Y los demás prisioneros?

Frotándose las muñecas recién liberadas, el otro enano negó tristemente con la cabeza. Oleif bajó la cabeza, apesadumbrado, y rogó a Gazul que velara por ellos. Tras un momento, se dirigó a uno de sus hombres:

-Dad aviso a Björn de que se ha rescatado a los prisioneros. Poco queda por hacer aquí.

Björn luchaba con furia desatada, segando con su hacha de izquierda y derecha, de derecha a izquierda, formando a su alrededor un círculo de muerte. Los orcos atacaban como demonios, aullando como locos, sus jabalíes chillando excitados mientras lanzaban bocados y coces. Los enanos habían resistido bien el envite, pero se habían visto obligados a comenzar a retroceder poco a poco.

Vio a un enorme orco, el más grande de todos, mirando en su dirección, tratando de abrirse paso hacia él. Lo vio cortar la cabeza de dos enanos de un solo golpe, para acto seguido lanzar un puñetazo terrible contra un orco que se encontraba en su camino. Una larga cicatriz recorría su cara y le faltaba el ojo izquierdo; entonces lo reconoció. Era el mismo orco que atacó su expedición al poco de haber abandonado la fortaleza, esa cicatriz se la había hecho él mismo durante el combate. Bien, esta vez terminaría lo que había empezado…

De pronto, oyó una voz gritar su nombre y sintió una mano apoyarse en su hombro.

-¡Señor, se ha rescatado a los prisioneros! ¡Ya están a salvo!
-¡Alabado sea Grungni! ¡Tocad a retirada! ¡Que se inicie una retirada ordenada!

Odiaba dejar a aquellos asquerosos pielesverdes con vida, pero ya habían caído suficientes enanos. Los agravios por capturar a sus hombres ya habían sido vengados; los agravios por la batalla de hoy, se encargaría de vengarlos pronto. No sería la última vez que veía a ese orco…

Krag observó con frustración como los enanos cerraban filas y comenzaban a retroceder. ¡El maldito tapón jefe se le escapaba de nuevo! Lanzó un aullido de rabia y golpeó al orco que tenía más cerca, que cayó al suelo desmadejado.

Krag al final de la batalla anterior...por Alex Carrot.

Comenzó a gritar órdenes, reorganizando a sus guerreros y preparándose para perseguir a los enanos. Ese maldito tapón no escaparía, iba a cortarle en rodajas, iba a sacarle los ojos, iba a…

-¡Poderozo Krag!-. Krag se giró, para ver a un orco achaparrado y cubierto de tatuajes que se encaminaba hacia él.
-¡Mazcahuezoz! ¡Maldito chamán! ¿Dónde demonioz t’abíaz metido? No te vi en la playa, ni tampoko loz díaz ziguientez…
-Gorko tiene zuz planez máz allá de ti, gran jefe. No deberíaz kueztionurrk…-. el orco se atragantó cuando Krag le cogió del cuello, levantándole del suelo.
-Y tú no deberíaz olvidarte de kien manda…-.El chamán le comenzó a hacer gestos para que le bajara, a lo que Krag respondió apretando con más fuerza. Su piel se empezaba a poner de un verde apagado cuando por fin lo dejó caer. Resollando, el chamán se puso en pie.
-Tienez… razón, oh poderozo Krag, tú erez… el ke manda…
-Hmpf.- gruñó.- ¿Y bien?
-Gorko ha zido generozo y me ha’nzeñao kozaz d’ezta izla. Kozaz ke t’arán muy poderozo, oh gran jefe. El máz mejor guerrero de todos…

Krag enseñó los dientes en una sonrisa. Bien, sería el más mejor; entonces ese tapón sí que iba a saber lo que es bueno…




2 comentarios:

  1. Gracias por los halagos Edu. Decir que algunas partes de las más locas tanto en este relato como en el anterior (el combate entre trolls y matadores; Bjorn fallando los tres disparos, muriendo el fanático con un triple de milagro; la misma situación con Krag en la partida anterior; los goblins rechazando a la caballería imperial y muriendo tras perseguirla...), fueron auténticos, momentazos de esos que hacen el juego tan divertido

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  2. Muy bueno! Ojalá mi grupo se anime a una campaña así!

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