Muy buenas mis pequeños adictos. Hace unas semanas os trajimos un relato escrito por Narbek, y que por vuestras visitas y comentarios está claro que no soy el único que pensaba que el nivel de su historia era realmente espectacular. Hoy os libero la segunda parte. Y creedme, es aún mejor.
Sino has leído las entregas anteriores, puedes hacerlo aquí:
Primera parte
Era una mañana estupenda. Salvo por el dolor de espalda que tenía
tras la noche acampados, las moscas que no paraban de posarse en su cara y que
un pájaro se había cagado en su sombrero, era una mañana muy disfrutable. Ah,
sin olvidar la constante amenaza de ser emboscados, claro… Sí, era una mañana
jodidamente estupenda.
Guido miraba intensamente la espalda del hombrecillo, como si
pudiera dar forma a su propio resentimiento y clavárselo hasta que asomara por
el otro lado, retorciéndolo hasta ese satisfactorio momento en que el cuerpo
deja de revolverse. Pero de momento no había habido suerte y ahí seguía el
maldito, montado en su caballo, la espalda recta, barbilla alzada, la vista al
frente, demostrando que nada podía molestarle; oh, como odiaba a los de su
tipo…
Eso también le escamaba. Cuando lo vio en la taberna no le dio la
sensación de que fuera de ese tipo; más bien le había parecido
de aquellos perdidos en el mundo real, incapaces de encontrarse su propia polla
sin la ayuda de un libro. Había asumido que sería un lastre que habría que
abandonar más pronto que tarde y, sin embargo, desde que salieron del pueblo
había sufrido una transformación, perdiendo ese aspecto vulnerable; ahora, casi
podría decirse que proyectaba autoridad, como si supiera lo que hacía y fuera
quien realmente estuviera al mando. No, definitivamente no se fiaba de él.
Se irguió en la silla del caballo y se giró para comprobar cómo
iba por la retaguardia de la columna. Todo parecía tranquilo. El enorme
corpachón de Rorgh-grut sobresalía tres cabezas por encima del resto de sus
hombres, que se mantenían a una respetuosa distancia del ogro.
Volvió a mirar al frente, reprimiendo un gesto de dolor cuando le
crujió la espalda. ¡Ah, malditas piedras y maldita montaña! Se estaba haciendo demasiado
viejo para los campamentos… Demasiado viejo en general. Echó un vistazo a su
alrededor, frotándose disimuladamente la zona de los riñones. Su lugarteniente,
Lope de Azuara, aguantaba estoico la incansable perorata de Baldo Campoverde.
El estaliano mantenía su habitual cara inexpresiva mientras el halfling
parloteaba de esto y aquello, cambiando de tema tantas veces, que era casi
imposible seguir el hilo de lo que contaba. Sin embargo, Lope no daba señal de
confusión o hartazgo, asintiendo de vez en cuando, mientras el halfling
correteaba para mantenerse a su lado, sin que el paso ligero afectase a su
verborrea; solo alguien que conociese al estaliano se habría fijado en las
gotas de sudor en su calva, que delataban los intentos de dejar atrás al incansable
Baldo.
Sí, se hacía viejo… Cuando conoció al estaliano, éste aún tenía
todo el pelo y no únicamente esa ridícula franja en la parte trasera de la
cabeza, que le daba la apariencia de un buitre desaliñado.
Había sido ya hace mucho, durante el saqueo de Veruna, en una de
las guerras entre Remas y Trantio. Aquel día, Guido había estado en el lado
correcto de la balanza y había llevado a sus hombres a través de las
destrozadas puertas, penetrando en la Ciudad Baja sin que nadie se
interpusiese, acuchillando, robando y violando a placer. Pero en la fortaleza
de la colina se habían refugiado aquellos que habían logrado huir de la
carnicería, acompañados de un grupo de soldados que se dedicaban a lanzar una
constante lluvia de virotes sobre los que trataban de alcanzar la cima. Cuando,
por la escasez de proyectiles, los disparos se hicieron más intermitentes,
Guido se acercó lo más posible a la torre que dominaba la subida y llamó a
gritos a quien estuviera al mando de la defensa. Al mirar arriba vio la cara de
Lope asomando en las almenas, una máscara impasible que, con el tiempo, supo
que era la única expresión conocida por el estaliano. Guido le pidió
amablemente que se rindieran de una puta vez y dejaran de dar por culo, a lo
que el estaliano le contestó con un virote y gritándole que le habían pagado
para proteger esa torre, que él era un profesional y que, maldita sea, vaya si
la iba a proteger. Guido le preguntó quién pensaba que le iba a pagar cuando
echaran abajo la jodida torre y mataran a todos los de dentro; pero, si
entregaba la fortaleza, podía ofrecerle un nuevo trabajo, tras lo que arrojó su
propia bolsa frente a las puertas, como “adelanto”. Al poco, se abrieron las
puertas y apareció Lope, la espada cubierta de sangre en la mano; recogió la bolsa
del suelo e hizo un gesto invitándole a entrar. Allí, los hombres de Lope
habían acabado con todos los que opusieron resistencia y habían agrupado a los
ciudadanos en una esquina, como un rebaño de ovejas asustadas. Guido sabía
valorar a un buen profesional, así que le ofreció un puesto en su recién creada
compañía: la Afamada compañía del Búho Dorado del Victorioso Guido Lambardi.
Sí, quizás se le había ido un poco la mano con el nombre, pero en
el negocio de las espadas de alquiler hay que saber destacar si quieres
conseguir fama; cuanta más fama, más contratos. Además, no dejaba de ser
tileano y, como tal, sentía debilidad por esa pomposidad teatral y afectada;
por eso su sombrero llevaba una pluma ridículamente grande.
Con el tiempo, Lope se convirtió en su mano derecha, ganándose su
confianza y respeto; pocas cosas resultaban más reconfortantes durante una
batalla que el permanente gesto impertérrito del estaliano. Juntos recorrieron todo el continente, de Estalia a Kislev, de
Bretonia a las Montañas del Fin del Mundo; incluso llegaron a viajar al otro
lado del océano, a las junglas de Lustria. Allí fue donde encontraron al
druchii.
Ese psicótico elfo le ponía los pelos de punta… Seguramente
andaría por la vanguardia, disparando a todo animal que se le pusiera tiro,
dejándolos moribundos y desesperados. ¡Dioses, esperaba que no le diera por
volver a disparar a los suyos! Si no fuera porque había demostrado ser
jodidamente útil… En fin, ya se preocuparía luego.
Sí, aquellos fueron los buenos tiempos… Pero, como dicen en su
tierra, todo tiene un final. Tras un incidente durante una estancia en
Marienburgo (que incluyó un emisario imperial, el hijo del duque de Monfort, la
iglesia de Manann y un cerdo) la compañía se había visto proscrita tanto en Bretonia
como en las tierras imperiales. En Kislev, dos boyardos reclamaban su dinero y
cabeza; y todo por no tener buen perder a los dados (nadie podía acusarle de
cargarlos; por lo menos, no podían demostrarlo). Así, la compañía tuvo que
reducir su actuación a las tierras tileanas, donde, por suerte, había
suficientes conflictos como para ir encadenando trabajos. Pero lo malo de
combatir para todos los bandos es que uno termina ganando cierta fama; y no de
la que proporciona más contratos.
Tras perder el contrato con la ciudad de Luccini, en favor de la
compañía del Pez Boqueante de Umberto Manzzani (¡y decían que su nombre era
malo!), y ser declarados non gratos en Remas y Verezzo por
mantener una relación bilateral, Guido y su ya reducida compañía recalaron en
Pavona; pero, tras cierta aventura con la hija (¿cómo se llamaba? ¿Liria?
¿Viola? ¡Silvia!) de uno de los mercaderes más influyentes de la ciudad, se
habían visto obligados a huir.
Cruzaron los Apuccinis y se establecieron en los Reinos
fronterizos. La compañía se había reducido a algo menos de un centenar de
hombres, pero se mantenían en activo escoltando las caravanas de contrabando
hacia Wissenland. Aunque entre Rorgh-grut y los halflings se comían casi todos
los beneficios; literalmente…
¡Sí que se estaba volviendo viejo! Chocheando como si fuera un
anciano, perdido en recuerdos… Más valía que hiciera algo útil. Suspirando,
espoleó al caballo hasta ponerse a la altura del hombrecillo.
-Una mañana estupenda, ¿no cree, patrón? -El hombrecillo frunció
ligeramente el labio como única respuesta- Sí, estupenda…
-¿Qué quiere, capitán?
-Por un casual, no creerá oportuno comentar ya a dónde nos
dirigimos, ¿verdad?
-¿De nuevo, capitán?
-Está bien, está bien. Era por dar conversación…
Pasaron junto a un pájaro que se arrastraba lastimeramente por el
suelo, un ala rota y las patas cortadas a la altura del tobillo.
-Ese elfo suyo es ciertamente peculiar, ¿no es así?
-Sí, bueno, todos tenemos nuestras manías, supongo – “Al menos,
ese cabroncete ya no se cagará en el sombrero de nadie”, pensó.- En fin, ya
sabe: el problema no es el goblin, sino la salmuera.
-¿Cómo dice?
-El chiste –la perpleja mirada del hombrecillo delataba que no
tenía ni idea de qué le hablaba- ¿No lo conoce? Verá, un elfo, un kislevita y
un sacerdote de Morr entran en una taberna y…
Uno de los hombres cayó al suelo, una flecha con plumas negras
asomando de su costado.
-¡Emboscada! ¡Patrón, abajo del caballo! ¡Ya! ¡Lope!
-¡Rodeleros, al patrón!
El hombrecillo bajó del caballo serenamente, sin dar señal de
alarma o miedo. Lope y sus hombres formaron un muro a su alrededor con los
escudos levantados.
-¡Baldo, lleva…!
-¡En ello! –gritó el halfling, echando a correr hacia el bosque
seguido de cerca por sus chicos, todos con los arcos y hondas ya en las manos.
Ja, ¿quién fue el que dijo que los halflings no valen para las cuestiones
guerreras?
Las flechas caían sobre ellos desde los bosques de ambos lados del
camino. Sus hombres se cubrían como bien podían, mientras los ballesteros
montaban sus armas. El sonido de un cuerno ahogó los gritos y, de entre los
árboles, comenzaron a surgir hombres-bestia. Berreando y aullando, se lanzaron
sobre ellos.
-¡Ahora, devolved el favor a esos hijos de puta!
Las cuerdas de las ballestas restallaron y una lluvia de virotes
abatió a los monstruos más cercanos. Pero había demasiados.
-¡Alabarderos al frente! ¡Proteged a los ballesteros! ¡Recargad,
cojones, recargad!
Guido hacía dar vueltas a su caballo, gritando órdenes e insultos
a partes iguales. Un rugido cercano le hizo darse la vuelta, justo a tiempo de
ver a una bestia que se abalanzaba sobre él, un hacha en cada mano, el hocico
lleno de espuma, su cabeza preparada para embestir. En el último momento, clavó
espuelas al caballo y tiró bruscamente de las riendas, haciéndole ponerse de
manos. El hombre-bestia chocó contra el animal, empalándolo con sus cuernos. El
caballo cayó relinchando de pánico y dolor, sacudiendo sus patas, totalmente
desquiciado, arrastrando con él al hombre-bestia. Guido saltó de la silla, rodó
por el suelo y se levantó sacando su pistola de chispa, mientras otra bestia se
echaba encima de él. Le descerrajó un tiro a quemarropa que le arrancó un
cuerno entero y parte del cráneo; para asegurarse, cogió la pistola por el
cañón y descargó un golpe lateral sobre lo que quedaba de cabeza, derrumbándolo
definitivamente. Desenvainó la espada y la clavó en la espalda del monstruo que
le había derribado del caballo, que aún trataba de ponerse en pie.
A su alrededor, los alabarderos trataban de contener a los monstruos,
mientras, por detrás, los ballesteros seguían disparando hacía las lindes del
bosque, de donde no dejaban de surgir bestias y flechas. Sí, habría preferido
que fueran goblins…
Algo se movió por detrás de él. Se agachó para esquivar el ataque
y lanzó una estocada ascendente que debería haber penetrado entre las costillas
de su enemigo; debería, pero no había nadie.
-Tsch, tsch, capitán… Tenéis que ser más rápido, podrían mataros…
-¡Kaileth, maldito cabrón! –junto a él estaba el druchii,
relajado, una sonrisa socarrona en su pálida cara- En vez de jugar…
Tres bestias se les echaron encima, obligándole a interrumpirse.
Guido esquivó los dos primeros lanzazos que le asestó el más pequeño de los
monstruos; al tercero, agarró la lanza con su mano libre y tiró hacía él,
desequilibrando al hombre-cabra, momento que aprovechó para hundir su espada en
el cuello de la criatura. Mientras, Kaileth disparó con su pequeña ballesta de
repetición sobre las otras dos. Una bestia se derrumbó con un virote en cada ojo,
chillando de agonía; la otra, aún con otro virote clavado en el pecho, se lanzó
sobre el elfo. Con una media vuelta, el druchii esquivó el golpe que le habría
hundido el cráneo y degolló con su sable a la criatura, que cayó de rodillas,
boqueando, ahogándose en su propia sangre; no moriría rápido.
-En vez de jugar –continuó Guido, resollando- podrías ayudar al
halfling a cazar a los arqueros.
-Ah, Lambardi, siempre tan serio…– dijo, la sonrisa aún en su
cara- Le quitáis la gracia a todo.
El druchii se marchó a la carrera, pasando junto a unas bestias
que combatían con un alabardero, que se defendía como bien podía. Sin frenar,
le cortó la corva a una, que cayó derrumbada. Aquello distrajo a la otra, lo
que aprovechó el alabardero para asestarle un golpe, abriendo un tajo de la
clavícula a la ingle. El elfo se giró y disparó un virote que atravesó la
muñeca derecha del mercenario.
-Era mío. No vuelvas a tocar mis cosas –Se dio la vuelta y se
internó en el bosque; sonriendo. Maldito elfo, algún día le iba a borrar esa
estúpida sonrisa …
Otra bestia atacó a Guido, lanzando un ataque tras otro con sus
oxidadas armas. Guido los desvió como pudo, retrocediendo ante la ferocidad de
su enemigo, buscando un hueco en la tormenta de golpes que le acosaba. ¿Por qué
demonios no llevaría dos pistolas? Al echar el pie atrás, pisó un cadáver y
perdió el equilibrio, cayendo al suelo. El monstruo se irguió y lanzó un
bestial balido triunfante, ambas hachas alzadas, dispuestas para asestar el
golpe definitivo. Guido alzó desesperadamente la espada, consciente de que no
detendría el golpe. Una flecha de plumas rojas se clavó en el estómago de la
bestia, otra más en su cuello, cayó de espaldas. ¡Gracias a los dioses! ¡El
halfling debía haber acabado con los arqueros emboscados!
Se puso en pie, la respiración acelerada aún. Cogiendo aire,
dedicó un momento para observar la situación alrededor. Un rugido salvaje,
seguido de unas estentóreas carcajadas, le dijo que Rorgh-grut seguía en pie y
haciendo lo que más le gustaba; aparte de comer, claro.
Enseguida localizó al ogro. A sus pies yacían cinco o más
hombres-cabra y se enfrentaba a otros tantos a la vez. Aplastando cabezas y
abriendo tripas, riendo y rugiendo a partes iguales, parecía que se lo estaba
pasando en grande. Por un momento, pensó en echarle una mano, pero no era
cuestión de chafarle la diversión.
El que sí parecía en una situación más comprometida era Lope. Sus
hombres se veían totalmente asediados y, aunque lograban mantener el círculo
alrededor del patrón, comenzaban a verse huecos en el muro de escudos. Suspiró
con resignación y echó a correr en su dirección, gritando:
-¡Al patrón, muchachos! ¡Al patrón!
Atacó al primer hombre-bestia por la espalda, hundiendo su espada
casi hasta la empuñadura. La sacó de un tirón, golpeó con el pomo en la jeta de
otro de los monstruos, sacó su daga, lo degolló y la clavó en el muslo de un
tercero, echándose para atrás a tiempo de esquivar el contraataque de la
enfurecida bestia. Desvió con la espada un torpe ataque del monstruo, tomó impulso
y lanzó una patada justo en la daga. La bestia dio un aullido de dolor y, en un
gesto instintivo, se llevó las manos a la herida. Guido aprovechó y acabó con
ella.
Sintió un movimiento detrás de él. De nuevo, se agachó para
esquivar el ataque y lanzó la estocada que penetraría entre las costillas
desprotegidas de su enemigo; un enemigo que esta vez sí estaba ahí, pero la
espada golpeó contra una gruesa armadura de metal negro. Frente a él se alzaba,
imponente, un enorme guerrero de más de dos metros, completamente cubierto por
armadura, en su mano una maza del tamaño de una cabeza, llena de pinchos.
“Esto no pinta bien”, pensó. El coloso descargó un golpe lateral
que Guido esquivó por poco; el soldado detrás de él tuvo menos suerte y su
cabeza estalló, salpicando trozos de huesos y cerebro por todas partes. “No
pinta nada bien.”
Guido retrocedió lanzando estocadas desesperadas, intentando
mantener a su enemigo lo más alejado posible de él. Por el rabillo del ojo vio
por lo menos otros dos de esos guerreros que se unían al combate. La defensa
mercenaria comenzó a ceder, amenazando con quebrarse por completo.
Su oponente se acercaba lentamente, sabiéndole acorralado y
desesperado, esperando que el miedo le llevara a cometer un error. Guido
trastabilló, bajando la guardia, quedando casi de espaldas. El guerrero
aprovechó para descargar su ataque, un mazazo descendente que lo aplastase de
una sola vez; justo lo que Guido quería. Con una media vuelta, se desplazó a la
derecha, esquivando la maza, que impactó contra el suelo, levantando una nube
de tierra. El guerrero no frenó su ataque, lanzando inmediatamente un golpe
ascendente, que le dejó con la guardia abierta. Guido retrocedió un paso
rápido, la maza casi rozando su cara, y entró a fondo, clavando la espada en la
juntura entre la placa pectoral y la del brazo, retorciéndola con saña. El
monstruoso guerrero intentó agarrarle con su otra mano, Guido se escurrió por
debajo del brazo, rodó por el suelo, chocó con el cuerpo destrozado de uno de
sus hombres, echó mano de la alabarda del mercenario, se puso en pie. El
guerrero, con la espada aún clavada hasta la empuñadura, su brazo derecho
inutilizado, se abalanzó sobre él. Con un grito salvaje, Guido le clavó la
punta de la alabarda en el cuello. La alabarda se quebró, Guido cayó de
espaldas, su enemigo de bruces; muerto. Guido se arrastró por el suelo hasta
otro de sus hombres, el cual no paraba de gritar, tratando inútilmente de
meterse de nuevo las tripas dentro del cuerpo. Cogió la espada que estaba a su
lado y, con un rápido corte en el cuello, acabó con su griterío. Se dejó caer
de espaldas, resollando. Solo quería tumbarse en el suelo y descansar, no era
tanto pedir. Solo un momento de paz…
Con un trueno, el cuerpo sin vida de otro de los guerreros cayó a
su lado, sacándolo de su aletargamiento. Tenía clavadas cinco flechas en
distintos puntos de la armadura y otras dos en el cuello. Desde luego, esos
cabrones no morían rápido…
Se levantó lentamente. Los ruidos de la pelea comenzaban a
remitir. Sus enemigos huían de vuelta al bosque. Cerca, el patrón se estiraba
sus ropas, limpiándolas de polvo, Lope aún a su lado en actitud protectora.
-Descansa, Lope… -le dijo Guido. El estaliano se relajó y guardó
su espada- Bueno, patrón, tenemos que hablar…
Kaileth y Baldo salieron
del bosque. Con un gesto, les indicó que se acercaran. Rorgh-grut también se
encaminó hacia ellos, en una de sus manazas el casco de uno de los guerreros,
chorreando sangre; puede que incluso aún con la cabeza dentro. El hombrecillo
miró a Guido fijamente, sin asomo de miedo, ni siquiera intranquilo.
-¿Tenemos, capitán? -preguntó, su voz teñida de indiferencia- ¿De
qué?
-Se han acabado los juegos, patrón. Esto -abrió el brazo,
señalando los restos de la emboscada, los heridos gritando, los cadáveres que
ya atraían a los primeros cuervos- esto no ha sido normal.
-¿No? Tenía entendido que, en estos parajes, es común encontrarse
manadas de…
-Hombres-bestia, sí. Pero estos hijos de puta -dijo, dándole una
patada al cadáver de uno de los colosales guerreros- son otra cosa. Estos no
viajan con manadas salvajes. Así que explíquese, patrón; y rápido.
El hombrecillo guardó silencio durante unos instantes. Sin desviar
su mirada de la de Guido, habló:
-Efectivamente, no era una manada salvaje. Nos dirigimos a un
templo consagrado a los Dioses Oscuros. El objeto que busco se encuentra allí,
en posesión de su líder.
Guido cruzó una mirada con el inexpresivo Lope antes de hablar.
-Y esto lo sabrá porque tiene unos estupendos informadores,
imagino -el hombrecillo fue a hablar, pero Guido continuó, alzando una mano- No
se esfuerce, patrón. Es obvio que usted mismo es un seguidor del Caos. No se
preocupe, nosotros no juzgamos. ¡Diablos, algunas de las mejores noches que
recuerdo las he pasado con seguidores de Slaanesh! Lo que no aguantamos es que
nos la jueguen. Eso ha sido un error estúpido…
-Un millón.
-¿Cómo dice?
-Un millón -repitió el hombrecillo- En moneda imperial. La
recompensa por recuperar el objeto. Aparte de su tarifa habitual, claro.
Los mercenarios se miraron unos a otros sin decir nada.
-Sí, lo reconozco, cometí un error no dándole toda la información
desde el principio -el hombrecillo se encogió de hombros- Pero debe comprender,
capitán, que no todo el mundo es tan… abierto, como usted. Y no es algo que se
pueda saber. Debía cubrirme las espaldas.
-Las espaldas, sí… -dijo Guido, mesándose el bigote, distraído-
Bueno, todo el mundo comete errores, ¿verdad, muchachos?
El druchii sonrió burlón,
Baldo se removió nervioso, Rorgh-grut se sacó un moco y lo limpió en su pecho
desnudo. Guido, con una sonrisa, continuó:
-Lo importante es tener suficiente dinero como para que los demás
se olviden; y parece que usted lo tiene. ¡Enhorabuena, patrón! Mantiene usted
su escolta.
-Ejem -el halfling carraspeó- Capitán, creo que esto es un error.
-No te entiendo, Baldo. ¿Qué error puede haber en aceptar un
trabajo por un millón de monedas?
-No es eso. Bueno, sí. No el millón, pero sí aceptarlo –habló
atropelladamente – El dinero no es malo, es aceptarlo. No está bien trabajar
para los Poderes Oscuros.
-Baldo, es trabajo, es una paga. No nos pongamos moralistas ahora.
-No, capitán. Mis muchachos y yo no lo haremos. No trabajaremos
para el Caos. Nos vamos. Lo siento, Guido.
Lope miró a Guido, que asintió. Con un rápido movimiento, Lope
desenvainó su puñal y degolló al halfling. La sonrisa de Kaileth se ensanchó,
lasciva, mientras Baldo caía de rodillas, boqueando, hasta que se derrumbó boca
abajo definitivamente. Guido miró al hombrecillo.
-Sus espaldas están cubiertas, patrón -se giró hacia Lope y
Kaileth- Eliminad a los demás halflings. Informad a los hombres y atajad cualquier
otra protesta. Recoged cualquier cosa que vaya a ser necesaria, partimos de
inmediato. Los que estén demasiado heridos, se quedan atrás. No quiero perder
más el tiempo.
Ambos asintieron y se encaminaron a cumplir sus órdenes. Lope,
inexpresivo; Kaileth, con una sonrisa de oreja a oreja. Rorgh-grut miró el
cuerpo del halfling, desangrándose en el suelo y después a Guido, inquisitivo.
-¡Agh, está bien! Pero procura que no te vean mucho, nunca es
agradable…
El ogro se relamió, cogió el cadáver de Baldo y se marchó
alegremente.
El hombrecillo y Guido se quedaron allí, mirando el charco de
sangre en el suelo.
-¿Todo bien, capitán? Parece afectado.
-¿Por esto? No, patrón. Solo son negocios -miró al hombrecillo a
los ojos- Pero quiero que quede claro: no aceptaré más juegos por su parte.
-Tiene mi palabra, capitán.
-Su palabra, ya… -miró de nuevo la sangre del suelo- Bueno,
larguémonos de aquí. No perdamos más el tiempo. Vayamos a por mi millón.
muy bueno , me encanta el relato la verdad , ya tengo ganas de ver como acaba esta historia .
ResponderEliminarBrutal! Muy bueno el relato! Y dan muchas ganas de hacerse mercenarios jeje
ResponderEliminarGracias a ambos ^^
ResponderEliminarY sí, yo mismo me estoy viendo tentado de hacerme una pequeña fuerza mercenaria y meter los personajes jajaja
Gran relato si señor
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