jueves, 23 de febrero de 2023

[TRASFONDO] Segunda Crónica del Rey Nerahtep I, el Desposeído

¡Buenos días hoy también! La semana pasada liberamos uno de los trasfondos presentados durante el IV Torneo Leyendas en Miniatura, sabedores de que volveríais a por más, ya que después de que Cneus presentara al Rey Nerahtep, hoy va a desarrollarnos su venganza, que le llevará a recorrer mundo, y es que Cneus ha logrado entrelazar fantásticamente sus batallas contra los ejércitos de Fran el Calvo, Xorro y Warriorwithing. Sospecho que lo vais a disfrutar.


Hijo del Gran Settra, el León sin Manada, Amado de los Sacerdotes, Pupilo del Escorpión, Auriga de Fuego, Venganza del Inframundo, Protegido de Usirian y Colmillo del Áspid.

Desde el Gran Despertar, el objetivo de Nerahtep era el de reclamar la herencia que le había sido robada en vida. Sin embargo, su hermano había borrado su nombre de los registros y, sin los símbolos regios con los que eran enterrados los soberanos de Khemri, los demás reyes funerarios no le reconocían como a un igual.

Después de arduas investigaciones, los agentes de Nerahtep descubrieron el destino de su antiguo Cetro real. Su tumba había sido saqueada siglos atrás por una tribu de incursores del desierto, que vendió los tesoros en las ciudades mercantes de Arabia. Finalmente, el cetro había sido capturado por un ejército de cruzados bretonianos. La reliquia que milenios atrás había sido símbolo de su poder regio, legitimándolo como heredero de Settra, formaba ahora parte del patrimonio de un noble linaje bretoniano.

Para el Duque Cassyon, los más de trescientos años que el Cetro llevaba en manos de su familia se antojaban una eternidad, y la reliquia se encontraba entre las propiedades más antiguas de su Casa, un testimonio de la gloria de unos antepasados que hacía ya siglos que solo vivían en canciones. Para Nerahtep, aquel periodo de tiempo no había sido sino un breve sueño.

La armada de Nerahtep partió del Mortis y cruzó el mar, bordeando la costa estaliana para atracar en Bretonia. El desembarco no pasó desapercibido, y la noticia de un ejército nehekhariano alarmó sobremanera al Duque Cassyon, que reclutó urgentemente una hueste para expulsar a los invasores. La batalla fue extremadamente cruenta, con pegasos, buitres y necroesfinges surcando los cielos mientras los carros y las cuñas de caballeros chocaban con el estrépito de monturas y metales.

Del lado bretoniano, cayeron desde los más nobles caballeros del Grial hasta la escoria más baja de los brigands. Por parte de Khemri, se desvanecieron tanto insignificantes esqueletos como gloriosos constructos. Ambos generales fueron heridos. Nerahtep, en busca de aquello que le faltaba, a punto estuvo de perder todo lo que tenía. Y sin embargo, mientras se libraba la batalla, el anciano sacerdote Horemptah, renacido como Golem Escorpión, logró infiltrarse tras las líneas del Duque y recuperar el Cetro. Cuando la noticia llegó al campo de batalla, el Rey ordenó la retirada ordenada de las tropas que quedaban en pie. Los bretonianos podían quedarse con el campo, él ya tenía lo que había ido a buscar. Los cronistas militares dirían que aquel enfrentamiento se saldó con un empate, pero para Nerahtep, pese a haber perdido a gran parte de su ejército, el día sabía a victoria.

...

La flota khemriana partió de inmediato, pero el océano es caprichoso, y cuando mediaba la travesía una tormenta se dibujó en el horizonte y se abalanzó sobre la armada antes de que los hieráticos timoneles pudieran cambiar su rumbo. Para escapar de un naufragio seguro, Nerahtep ordenó virar rumbo este y atracar en la primera tierra que apareciera. La urgencia y la precipitación impidieron ningún reconocimiento del terreno, demasiado cercano a las malditas tierras de Strigos.

Aquella noche, mientras Nerahtep trataba de recomponer sus fuerzas, unos aullidos ultraterrenos interrumpieron sus órdenes. Pese a que sus fuerzas eran inmunes al temor que aquellos lamentos provocarían en cualquier mortal, el rey supo lo que anunciaban. Habían desembarcado en tierras vampíricas, y los amos de la noche se cernían sobre ellos.

El sonido de alas membranosas surcando el cielo nocturno puso en alerta al diezmado ejército. Nerahtep se subió a su carro y, antes de que pudiera evaluar la situación, toda una horda enemiga había salido de la oscuridad y se echaba sobre su hueste. Lobos por todas partes, murciélagos desde las alturas, feroces vargheist en su flanco derecho, un Vargulf en el flanco izquierdo, y en el centro, frente a él, un gigantesco engendro del terror, montado por un Señor de los Vampiros del monstruoso clan Strigoi. Si no cargaba en aquel instante, la mole alada se echaría sobre él, acabando con sus carros antes siquiera de poder azuzar a las bestias de tiro.

Y cargó. Los carros se estrellaron contra la bestia levantando una nube de polvo… pero el engendro se sacudió las astillas como si nada, y con un terrible alarido y un batido de sus garras despedazó madera y huesos. Mientras lobos y huestes espectrales envolvían su unidad de carros, Nerahtep fue consciente de que la batalla estaba perdida.

Pocas horas después, los necrófagos que acompañaban al Señor strigoi roían los huesos polvorientos de la masacrada hueste de Nerahtep tratando de encontrar algo de tuétano. El Señor de los Vampiros ya había abandonado el campo de batalla, lamentándose por la pérdida de su neonato, decapitado por una colosal necroesfinge. Amparado por el sol que comenzaba a levantarse, espantando con su luz a las criaturas de la noche, el golem escorpión en el que se encontraba momificado Horemptah emergió por primera vez de las arenas, bajo las que había permanecido durante toda la batalla.

Horemptah recorrió el campo de batalla y localizó a Nerahtep, gravemente herido bajo los escombros de su carro. Pero su protegido había muerto milenios atrás, y no podía volver a morir. Aquella incursión al norte había sido difícil, pero habían logrado recuperar el Cetro real, y el rey no tardaría en levantarse de nuevo y empuñarlo para reclamar su trono. El sacerdote se preparó, entonó el Cántico de Djedra y comenzó el proceso de reanimación del rey y su hueste.

...

Nerahtep regresó a Nehekhara sin sus naves, pero más sabio y preparado de lo que había partido. Con ayuda de los sacerdotes terminó de reanimar a sus fuerzas, desde los poderosos Ushabtis hasta el último arquero. Todo el ejército de fieles y constructos que le había acompañado en su expedición al norte volvía a estar listo para la batalla, y ahora lo comandaba un rey preparado al fin para vengarse de su hermano, casi cinco milenios después de que éste le usurpara el trono.

Nerahtep condujo a su ejército a la necrópolis real de Khemri y emitió su desafío, blandiendo en alto el cetro. Varios reyes y príncipes salieron de sus sepulcros y le observaron con un renovado interés, hasta que finalmente su hermano, Ahtaf I, hizo su aparición. Decían las crónicas que Ahtaf había sido impopular, y había acabado provocando una revuelta en su contra; sin embargo, el ejército con el que se había enterrado, y con el que respondía a su desafío, era tan numeroso como el que Nerahtep había reunido a lo largo de siglos. Al otro lado del campo de batalla se dispusieron unidades de guerreros con lanza y con arco, carros, guardianes del sepulcro, acechantes sepulcrales… y dos monstruosidades: un gigante de Khemri y una esfinge de guerra.

Ahtaf había tenido tiempo de observar el despliegue de Nerahtep y actuar en consecuencia. Sin embargo, el fuego de la venganza impelía a Nerahtep, que comenzó a dar órdenes en primer lugar. La necroesfinge y los buitres sobrevolaron la necrópolis, protegiéndose tras monumentales mausoleos, mientras el resto del ejército se posicionaba, amenazando el avance de las tropas rivales.

Los guerreros esqueléticos eran lentos, y no podían seguir el paso de los grandes constructos. El primer choque de estos fue brutal, con los Caballeros de la Necrópolis leales a Nerahtep arrasando a los acechantes sepulcrales enemigos y trabándose contra la esfinge de guerra. El gigante de Ahtaf cargó entonces contra ellos, solo para verse sorprendido por la necroesfinge y por Horemptah, el golem escorpión, en lo que se convirtió en una contienda de titanes. Cuando las arenas y el polvo volvieron a posarse, los restos del gigante y la esfinge de guerra yacían convertidos en parte del paisaje mortuorio. En la confusión, los buitres descendieron sobre uno de los sacerdotes enemigos, convirtiéndolo en carroña.

Con la pérdida de acechantes, gigante, esfinge y sacerdote, Ahtaf vaciló. Sin embargo, todavía conservaba a los soldados que le habían servido en vida, y que ya le habían proporcionado la victoria contra su hermano pequeño cinco mil años atrás. Con una voz ronca, lanzó a sus tropas al ataque, chocando carros contra carros con estrépito, y empujando a sus leales guardianes del sepulcro contra el artífice de aquella insubordinación, el golem escorpión Horemptah.

Sus antiguos guardaespaldas acabaron con aquel molesto insecto, que cayó con sus pinzas cercenadas por las letales alabardas. Nerahtep, al ver desplomarse a su mentor y salvador, entró en cólera y, con un grito desgarrador lanzó un desafío a su hermano. Y en medio de la necrópolis de Khemri, mientras aurigas y bestias eran asaltados por enjambres de escarabajos, los dos reyes desmontaron de sus carros y se enzarzaron en un duelo feroz.

Ambos estaban igualados en destreza y fuerza; los golpes que uno daba, el otro los devolvía. Y sin embargo, Nerahtep contaba con la protección del Ankhra dorada, que le salvó desviando el filo de su enemigo en el último instante. La sorpresa de Ahtaf, que un instante antes se veía vencedor del duelo, proporcionó a Nerahtep el respiro que necesitaba para alzar por encima de la cabeza su arma a dos manos, con la que descargó un tajo terrible en el costado de su rival. Ahtaf, incrédulo, se llevó una mano a la herida, que amenazaba con seccionar el embalsamado tronco por la mitad. Durante unos momentos, la determinación del rey luchó contra la inevitabilidad, pero la presión de los enjambres y carros enemigos terminó doblegando su voluntad, y su cuerpo, vacío, se desparramó convertido en polvo sobre las arenas de Nehekhara.

Nerhatep jadeó, reposando su agotamiento con una mezcla de sensaciones que no recordaba haber sentido ni cuando su corazón latía. La batalla había terminado. El usurpador había sido derrotado. El sol ya comenzaba a ponerse en el lejano oeste, más allá de las pirámides. Los reyes que habían asistido a la batalla como espectadores asintieron complacidos y le dedicaron un saludo respetuoso antes de regresar a sus sepulcros. El viaje había sido arduo. Los escribas hablaban de empates y derrotas en el largo camino, a través de Bretonia y Strigos, que le había llevado a aquel lugar y a aquel momento. Pero aquel día, al final del camino, los cronistas escribirían sobre su gran victoria.




Comandantes

  • Rey funerario en carro ligero con arma a dos manos, armadura ligera, escudo, Ankhra Dorada y Carro de Fuego

Héroes

  • Sacerdote funerario en Arca de las Almas, con Pergamino de Dispersión
  • Sacerdote funerario con Manto de las Dunas y Pectoral de Shapesh

Básicas

  • 5 caballería ligera de Khemri
  • 3 carros ligeros
  • 3 enjambres funerarios
  • 12 guerreros esqueleto con arco

Especiales

  • 3 buitres de Nehekhara
  • 3 caballeros de la necrópolis
  • Gólem escorpión
  • 3 ushabtis

Singulares

  • Necroesfinge

1 comentario:

  1. ¡Ole! Genial crónica, muy original la forma de narrarla y muy bien hiladas las batallas. Enhorabuena a Nerhatep por recuperar su legítima posición

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