miércoles, 9 de febrero de 2022

[TRASFONDO] La Batalla de los Túmulos (batalla narrada)

¡Buenos días hijos de Sigmar y devotos de Nagash! Sí, hoy me tomo la licencia de versionar al bueno de Roger, porque la ocasión así lo indica. Hace unos meses, nuestro colega Cneus participó en una de las partidas en directo que se celebran en el canal de Twitch de Pumu. Por el motivo que sea, no me consta que se encuentre en nuestros archivos, pero por suerte, Cneus escribió un relato planteando la batalla y narrando su desarrollo desde la perspectiva de Urbinus, un sacerdote de Sigmar que estuvo allí.



Se escuchaban rumores inquietantes al sur de Middenland. Las habladurías no eran novedosas, pues entre las Tierras Desoladas, las Marismas Malditas y los Páramos Centrales, la región no estaba falta de horrores reales e imaginarios. Sin embargo, eran ya muchos los mercaderes y viajeros de buena reputación que aseguraban haber visto fuegos fatuos e incluso muertos caminando por la noche en las colinas al norte de los páramos.



La insistencia y la coherencia de aquellos rumores llamó la atención de Urbinus, sacerdote de Sigmar. Sabía que había amenazas mucho mayores en la provincia, y que las autoridades de Middenheim y Carroburgo, ocupadas en enfrentarse a ellas, no prestarían atención a lo que podían ser meros cuentos. Y sin embargo, los rumores le inquietaban. Si un nigromante merodeaba por allí, tal vez buscaba algo en los antiguos túmulos que abundaban en la región. Y, ya fuera tras artefactos mágicos, o en busca de los propios guerreros allí enterrados, lo mejor era enfrentarse a él antes de que lograra su objetivo y se convirtiera en una verdadera amenaza.

Urbinus utilizó toda la influencia de la Iglesia de Sigmar para reunir un pequeño ejército: milicianos, arcabuceros, espadachines, grandes espaderos e incluso una unidad de caballeros de Morr, todos bajo el mando del capitán Helmut von Schieben. Tras explorar la zona, confirmaron la existencia del nigromante y localizaron su próximo objetivo: dos túmulos gemelos que marcaban el lugar de una antigua batalla entre teutógenos y unberógenos.



Las tropas de Helmut y Urbinus tomaron posiciones y esperaron la aparición del enemigo. Y, cuando la noche comenzaba a helarles los huesos, un coro de aullidos anticipó la llegada de la hueste nigromántica. Zombis tambaleantes, esqueletos de guerreros tiempo atrás caídos, necrófagos enloquecidos y lobos espectrales, todos liderados por un maligno nigromante alzado sobre un carro de cadáveres.

Espoleados por la necesidad de detener el mal antinatural que se extendía por sus tierras, las fuerzas imperiales marcharon a paso ligero hacia los túmulos, sorprendiendo a las huestes no muertas. En el flanco derecho, los grandes espaderos se hicieron con uno de los objetivos, asentándose firmemente sobre él, mientras que en el flanco izquierdo fueron los arcabuceros quienes, tras una infructuosa salva de disparos, decidieron avanzar para capturar el otro túmulo. Entretanto, los caballeros de Morr se lanzaron en una carga frenética contra el corazón del ejército enemigo, el mismísimo nigromante. El capitán von Schieben y sus espadachines observaban el desempeño de las tropas desde la retaguardia, preparados para intervenir en donde fuera preciso.

Los grandes espaderos, protegiendo el túmulo, oteaban el horizonte hasta donde la noche y la niebla se lo permitían. Eran veteranos de muchas batallas, pero no podían evitar la inquietud de la espera. Los aullidos, que de pronto sonaban desde el flanco y al momento siguiente desde la retaguardia, los mantenían en una tensión permanente. Sin embargo, el enemigo llegó por el frente, atravesando el bosque: una jauría de enloquecidos necrófagos cargó contra ellos. Espoleados por la bendición de Sigmar del devoto sacerdote Urbinus, los grandes espaderos defendieron la posición y cercenaron de cuajo el ímpetu de los necrófagos, que tras sufrir unas cuantas bajas dieron media vuelta y huyeron de vuelta al bosque para no volver a ser vistos.



En el flanco opuesto de la batalla, los caballeros de Morr cortaron miembros a diestro y siniestro, pero no importaba cuántos zombis segaran sus hojas y cuántos aplastaran los cascos de sus caballos, siempre había más no muertos alrededor de aquel nauseabundo carro. Para cuando los jinetes se dieron cuenta, uno de ellos había caído y estaban siendo rodeados por un gran contingente de esqueletos dirigidos por un señor tumulario.

El capitán von Schieben, ante la heroicidad de los caballeros de Morr, decidió apoyarlos y se lanzó a la carga contra aquellos esqueletos. El combate se volvió un caótico vaivén de acero, huesos y armas oxidadas. Los caballeros de Morr, completamente rodeados, emprendieron la retirada para reagruparse lejos de aquel peligro. El capitán Helmut von Schieben y sus espadachines intentaron imitar a los caballeros, pero su retirada fue cortada por los lobos espectrales, que los alcanzaron y arrasaron en lo que se convirtió en una penosa huida.

Tras darse un festín con los espadachines, los lobos se lanzaron a por los cercanos arcabuceros, que apenas pudieron sostener sus armas ante el temor que les producían aquellas criaturas de pesadilla. El túmulo del flanco izquierdo peligraba, y el nigromante, tras haber aniquilado al general imperial, se relamía saboreando una victoria que ya le parecía alcanzar con sus huesudos dedos.

Sin embargo, no todo estaba perdido. Desde el oeste, los caballeros de Morr se lanzaron de nuevo a la carga, dispuestos a arrasar a los zombis que se interponían entre ellos y el nigromante, mientras que en el otro extremo del campo de batalla, Urbinus, el sacerdote de Sigmar, ordenó al destacamento de milicianos que marchara hacia los esqueletos, sorprendiéndolos por la retaguardia.



La suerte de aquella batalla la decidirían tres valientes unidades imperiales: los caballeros de Morr, que se abrían paso a través de una marea inacabable de zombis; los arcabuceros, que sobreponiéndose a su miedo defendían con firmeza el túmulo ante los lobos; y los milicianos, que con sus dos armas de mano se abatían sobre la retaguardia esquelética como una furiosa tormenta enviada por el divino Sigmar. Finalmente, los caballeros surgieron victoriosos de entre los zombis, ensangrentados y cubiertos de vísceras, y se lanzaron contra el nigromante que, habiendo visto su arrojo, trataba de ponerse a salvo.

Pero ningún truco mágico le sirvió al impío hechicero. Los proyectiles que intentó lanzar fallaron, y cuando intentó levantar más zombis para protegerse, sus esfuerzos fueron disipados por las plegarias del venerable Urbinus. Los caballeros de Morr cayeron sobre el nigromante, destruyeron su carro putrefacto y lo atravesaron, empalándolo en dos lanzas de caballería y destruyendo definitivamente su maldito cuerpo.

Con la caída del nigromante, lo que quedaba del ejército no muerto se desmoronó. Los esqueletos y el señor tumulario fueron barridos por los milicianos, y los lobos perecieron ante los aguerridos arcabuceros. Había sido una noche sangrienta, y el capitán von Schieben había comprado aquella victoria con su propia vida, pero el ejército imperial había cumplido con su misión y con su deber.



Urbinus echó una última mirada al campo de batalla. No quedaba ni una aberración no muerta en pie, y aunque exhaustas, todas las unidades imperiales habían sobrevivido, a excepción de los espadachines del capitán von Schieben. El sacerdote esbozó una sonrisa amarga. Aquel hombre había sido piadoso, había luchado como un valiente y había dado su vida por defender el Imperio y a sus gentes. Sin duda Sigmar tendría su heroicidad en cuenta. Quizá incluso lo eligiera como uno de sus guerreros en los días venideros, en la eterna lucha contra el Caos. Urbinus negó con la cabeza. Estaba delirando. El capitán von Schieben había muerto y Sigmar respetaría su descanso. La tarea de luchar contra el Caos era de los vivos, no de las almas de los héroes muertos. Urbinus observó a sus tropas. Hombres exhaustos, pero orgullosos. Aquella había sido una de las muchas batallas que lucharían. El sol ya estaba asomándose en el este.


4 comentarios:

  1. Muy buena historia. Un placer el poder leer alguna cosilla de trasfondo de vez en cuando

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  2. Muy divertido el texto, ¡Felicidades Cneus!
    Por cierto, aunque no soy experto en trasfondo, ¿me ha parecido ver algo de herejía al final con los forjados de la tormenta? ;D

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  3. Y gracias Cordo por poner todas esas imágenes, mejoran mucho la lectura y le dan mucha vida al relato!

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