El anciano hechicero se encuentra sentado, con las piernas
cruzadas, en la boca de una cueva, que le resguarda por los pelos de la
tormenta. Murmura con los ojos cerrados, mientras manipula una masa informe de
agua, que levita entre sus manos y se agita con los cánticos. A cientos de
kilómetros de distancia, los panaderos del Imperio están haciendo exactamente
lo mismo con masas de harina. Claro que sus acciones no controlan una violenta
tormenta en torno a una isla perdida frente a las costas de Arabia, que
contrasta con la calma que desprende el viejo. Hoy se siente como un pescador,
que pacientemente empieza a recoger las redes…
Cerca de la costa, alrededor de toda la isla, la situación
es bastante más dramática. Los capitanes de un par de barcos tratan de mantener
concentrada su tripulación, con el fin de no perder el control de su navío, y
tampoco quedar expuestos a las hostilidades de otros barcos. No todas las razas
son tan disciplinadas, tan hábiles en la navegación, o disponen de marineros
experimentados, cargadas como iban las naves de guerreros expedicionarios y más
de un barco ya ha hecho aguas o se ha destrozado contra las rocas. Los restos
de diversos naufragios se agitan con las olas provocadas por la tormenta, y los
supervivientes se afanan en alcanzar la costa. Los primeros en alcanzar la
orilla ya se están organizando y reuniendo en torno a sus líderes, pero la confusión
reina en las playas, cuando en medio de todo el caos, los humanos, orcos,
elfos, enanos, ogros…empiezan a darse cuenta de que no son los únicos
expedicionarios en llegar a la isla, y de que el éxito de su misión, y su
supervivencia, ya están en juego.