lunes, 29 de junio de 2020

[TRASFONDO] Sólo negocios (Cuarta parte)

Muy buenas devoradores de historias. Han pasado unas semanas, pero hoy tendremos por parte de Narbek el final de su historia de trasfondo, con un capítulo especialmente largo. Y es que toda buena historia, debe tener un buen final...y parece que lo es. Pero no te fíes de mí, compruébalo.



Sino has leído las entregas anteriores, puedes hacerlo aquí:
Primera parte



Un pasillo sin fin se extendía frente a ellos. Ningún giro, ninguna escalera. Sus blancas paredes, brillantes bajo la luz de las antorchas, se perdían en la distancia, mucho más allá de lo que la vista podía alcanzar.

-Esto no parece una torre –masculló Guido- ¿Patrón?
El hombrecillo, que ya había comenzado a caminar por el pasillo, se paró, girándose para mirarle.
-Ha entrado en un templo consagrado a los Grandes Poderes; no esperaría que la realidad permaneciera inmutable, ¿verdad? –dijo con impaciencia- Ahora, ¿podemos ponernos en marcha de una vez?
Sin esperar respuesta, echó a andar de nuevo. Con un gesto de cabeza, Guido ordenó a sus hombres que se movieran. Acelerando el paso, se puso a la altura del hombrecillo.
-¿Esperamos más cambios? ¿Hasta qué punto es peligroso?
-¿Está asustado, capitán? –preguntó sin mirarle ni frenar su marcha.
-Confuso. Esto no es lo que esperaba al entrar y preferiría estar preparado.
-Todos lo prefieren. Será mejor que sus hombres no se rezaguen.

Guido observó de reojo al hombrecillo. Despedía un aire arrogante aún más acusado que antes; hasta parecía ser más alto… o quizás fuera una ilusión, creada por la mortecina luz que despedían los faroles colgados de las paredes azules. “Mmm, aquí hay algo raro”, pensó Guido.
El grupo siguió caminando durante lo que parecieron horas, espoleados por el ritmo que marcaba el hombrecillo, cuyas zancadas resultaban cada vez más presurosas. El eco de sus pasos resonaba sobre el suelo de piedra desnuda, rebotando contra las paredes de tierra negra (“Algo muy raro...”). La luz de las velas, semiescondidas en los nichos de ladrillo rojo, creaba sombras que se escurrían como si estuvieran vivas. Diablos, tal vez lo estuvieran…
Al rato empezó a caer una fina lluvia, directamente desde el techo, que los dejó completamente empapados. Al poco, la hierba se volvió resbaladiza y se comenzaron a formar charcos de barro.


-Empiezo a estar harto de este sitio… -gruñó Guido.

Como recalcando sus palabras, un tremendo estornudo le llenó la espalda de babas y mocos. Asqueado, Guido se dio la vuelta, para encontrarse al enorme ogro con una estúpida sonrisa de inocencia, mientras se limpiaba la nariz con el antebrazo.

-Muy harto…
-Vamos –urgió el hombrecillo- Ya estamos cerca.
-¿Cerca de dónde? – preguntó Guido extrañado- Si no se ve ninguna difer…

Sobre ellos se abría una enorme cueva, el techo perdido en las tenebrosas alturas, sujeto por cuatro gigantescas columnas, retorcidas como tentáculos, gruesas como árboles milenarios.

-Ya, ¿cómo no me lo esperaba? –continuó, con marcada ironía.

Un único haz de luz penetraba a través de una abertura circular en lo alto, atravesando las densas sombras, cayendo sobre una estatua de mármol rojo de varios metros de altura, que se alzaba frente a ellos. Representaba una figura humanoide, vestida con una túnica amplia. El brazo izquierdo sujetaba un cayado; el derecho, extendido, ofrecía la palma hacia arriba, entregando algo invisible. Tenía dos cabezas: una, era la de un elfo, cuya mirada de piedra desprendía sabiduría y solemnidad; la otra, la de un buitre, su pico abierto enseñando los dientes, sus ojos trasmitiendo misterio y poder. Había algo extraño en esa cabeza; pareciera que no hubiese sido esculpida, sino que hubiera brotado de la propia piedra.

-Hoeth –anunció el hombrecillo- El dios de la sabiduría de los elfos, aquel que les concedió su tan preciado conocimiento; aunque a veces olvidan que éste tiene dos caras… Vamos, por aquí.

Rodearon la imponente estatua hasta llegar a su espalda, donde se abría un pozo de varios metros de diámetro, con una escalera tallada que bajaba hacia el interior de la tierra.
Desde lo alto de la cueva, les llegó un ruido de roces y chasquidos, y un par de rocas se estrellaron junto a ellos, seguidas de una nube de tierra y piedrecitas.

-Fantástico, ahora se nos caerá la cueva encima –comentó Guido mordaz- Lo mejor para bajar una escalera en la oscuridad…
-No perdamos más tiempo –instó el hombrecillo- Bajemos.

Uno detrás de otro, con el patrón entre Kaileth y Guido en mitad de la fila, comenzaron a descender por las escaleras.
De nuevo, se volvieron a escuchar roces y chasquidos, esta vez seguidos de un chirrido. Más rocas pasaron por su lado, desapareciendo en la oscuridad entre golpes.
Un grito rompió el silencio, multiplicándose contra las paredes.

-¿Qué diablos ha sido eso? –preguntó Guido- ¿Ha resbalado alguien? ¿Aldo?
-No, Pietro y yo estamos bien –contestó uno de los mercenarios que iba en vanguardia- Ha venido de atrás.
-¡Luca! ¿Dónde está Luca? – preguntó Guido- Él cerraba la marcha.
-No nos paremos –insistió el hombrecillo- No es el momento de detenerse.

Se escuchó un crujido de cuero viejo, seguido de una ráfaga de aire y el grito de Aldo.

-Cagüen su… ¡Atentos, no estamos solos! –alertó Pietro.


El cuerpo sin vida de Aldo cayó desde lo alto, chocó con las escaleras y siguió cayendo hacia lo hondo.

-¡Mierda! ¿Qué ocurre? –gritó Friedrich, que iba detrás de Guido- ¿Qué coño está pasando?
-Arpías –dijo Kaileth con una sonrisa, mientras sacaba su pequeña ballesta.
-No; arpías no. Furias –dijo el hombrecillo- Ya estamos cerca…
-¿Furias? –preguntó alarmado Guido- ¡Vamos, cojones, a moverse!

El grupo echó a correr escaleras abajo, mientras los demonios alados se abalanzaban sobre ellos, tratando de apresarlos con sus afiladas garras, queriendo derribarlos para que cayeran al vacío. Uno de ellos se plantó en las escaleras, el cuerpo erguido, las alas extendidas, su hocico abierto en un rugido desafiante. Kaileth disparó varios virotes por encima del hombro de Pietro, acertando al demonio en el pecho y el bestial rostro, haciéndola retroceder un paso. Pietro, sin frenar, lanzó un tajo a la criatura y la empujó al vacío. Pero había más, acosándoles por todas partes.
Kaileth no paraba de disparar, apuntando a ojos, tendones y cualquier sitio que pudiera resultar especialmente doloroso, en su cara dibujada una satisfacción salvaje. Por detrás, Rorgh-grut bramaba, dando manotazos a su alrededor para evitar que se acercaran. Consiguió agarrar a uno de los demonios y, con un brutal tirón, le arrancó un ala de cuajo y arrojó a la criatura contra sus compañeras. El monstruo se enredó con otra de las furias, cayendo ambas entre salvajes alaridos, dando tumbos en el aire.
Guido soltaba tantas cuchilladas como insultos, tratando de mantener a los demonios lejos del patrón. Una de las criaturas se lanzó en picado contra él, consiguiendo esquivarla por los pelos al agacharse; pero Friedrich, detrás de él, tuvo menos suerte. Agarrando al mercenario, lo elevó en el aire mientras le arrancaba uno a uno los miembros del cuerpo; cuando dejó de gritar, el demonio se aburrió y arrojó lo poco que quedaba contra Guido, que lo esquivó como pudo.

-¡Ya se ve el fondo! –gritó Pietro, mientras apuñalaba a una de las criaturas.

Uno de los demonios se abalanzó sobre el patrón, derribándolo sobre los escalones, el babeante hocico abierto, dispuesto para arrancarle la cabeza de un solo mordisco. Guido trató de liberarse de las criaturas que le acosaban, sabiendo que no llegaría a tiempo de salvarle. Pero no fue necesario.
El hombrecillo, que no daba señales de estar siquiera alterado, plantó sus manos en la furia, una en cada hombro, y simplemente empujó. La criatura emitió un aullido de dolor, un penetrante sonido como metal doblándose, y se alejó del hombrecillo lo más rápido que le permitían sus alas, que no paraban de sufrir espasmos. El resto de la bandada siseó furiosa antes de retirarse en la misma dirección, ululando y lanzando salvajes chirridos.


-No sé qué cojones ha sido eso –dijo Guido, mientras veía alejarse a los demonios- pero estaría bien que la próxima vez empiece con ello.
-¿Continuamos? –preguntó el hombrecillo mientras se ponía de pie, sacudiéndose el polvo de las ropas con la tranquilidad de quien solo hubiera tropezado.

Llegaron al pie de las escaleras, donde había un marco de piedra. A través de él se veía el brillo anaranjado de los fuegos de hogueras y antorchas. Atravesaron el umbral.


Toda la sala brillaba con la luz de los enormes pebeteros que ardían al pie de nueve columnas de oro y amatista. Estas, se elevaban varias decenas de metros para juntarse en lo alto, formando una telaraña de filigranas doradas que sujetaban la cúpula de cristal. A través de ella, se veía el negro cielo nocturno, las estrellas consumidas por el resplandor de Morrslieb, la luna del Caos, cuya luz verdosa penetraba en la sala como una inundación, batallando contra la luminosidad de los fuegos por el control del espacio.
Un constante murmullo resonaba contra las paredes, como cientos de voces susurrando gritos ahogados en una letanía incoherente e incomprensible.
Una gruesa alfombra de color rojo conducía hasta el fondo de la sala, donde una docena de hombres-bestia custodiaba los escalones que llevaban a un altar circular, de metal negro y zafiro. Estos no eran unos hombre-bestia normales; sus habituales cabezas de cabra estaban mezcladas con rasgos lobunos, picos de pájaro o colmillos de jabalí; su pelaje y piel eran de colores azules, morados y naranjas. Al verlos, una de las criaturas extendió una especie de collarín que tenía alrededor de su peluda cabeza, siseando amenazante. Pero Guido no estaba prestando atención a las bestias; él miraba a la mujer.
Estaba de pie junto al altar, sus rasgos afilados como una daga, su postura la de quien está acostumbrado a ser obedecido rápidamente. Vestía unos ropajes negros idénticos a los del hombrecillo, que contrastaban con su melena blanca. Una de sus manos sujetaba un báculo de ébano, mientras la otra jugueteaba con un colgante de jade que descansaba sobre su pecho.

-Estúpidos que se atreven a molestarnos… Matadlos –dijo realizando un gesto indolente con la mano que acariciaba el colgante.


Rugiendo y bramando, las bestias se arrojaron contra los mercenarios, sus hocicos rezumando espuma. Respondiéndoles con un berrido propio, Rorgh-grut se lanzó a su encuentro. Paró con el puño de hierro el hachazo de una criatura y le asestó un cabezazo que la dejó aturdida, aprovechando para agarrarla de los cuernos con su manaza. Cogió impulso girando sobre sí mismo y la lanzó sobre otras dos bestias cercanas, haciéndolas tropezar. Rorgh-grut se irguió sobre ellas y descargó su maza una y otra vez, riéndose mientras la sangre y sesos le salpicaban la cara.
Mientras, Kaileth había vaciado el resto del cargador de su ballesta abatiendo a otras tres, que se retorcían en el suelo agonizantes. Desenvainando su espada, se dedicó a bailar alrededor de una criatura con cabeza de jabalí, realizándole pequeños cortes por todo el cuerpo con cada ataque. El monstruo le gruñía furioso, tratando inútilmente de golpear al elfo con su maza llena de pinchos, pero el druchii se mantenía fuera de su alcance, golpeando como una víbora, sonriendo con cada gesto de dolor de su víctima. Otra de las criaturas se unió al combate en apoyo de su compañera, pero Kaileth siguió su particular danza sin que las bestias lograran alcanzarle.
Guido y Pietro mantenían a raya a las otras cuatro, cubriendo al patrón, que permanecía de pie detrás de ellos, con las manos cruzadas tras su espalda, la mirada fija en la mujer. Ésta observaba el combate con desidia, una sonrisa lobuna abriéndose paso en sus labios hasta estallar en una carcajada que sonó como cristales rotos. Cuando habló, su voz pareció llegar de todas partes a la vez:

-Sin duda muy estúpidos.

La punta del báculo comenzó a brillar y una bola de luz roja salió volando en dirección a ellos. Pero no llegó a impactar, desvaneciéndose en el aire.
Esta vez fue la monótona voz del hombrecillo la que inundó la sala.

-No más estúpidos que el que comete traición sin comprobar su resultado, Ada.
-¿Cómo sabes mi…? –una sombra de temor cruzó el rostro de la mujer al fijarse por primera vez en el hombrecillo- Magister… Deberías estar muerto.
-Y esa, mi querida Ada, es la clase de cosa que hay que comprobar.

Una bola de fuego azul salió crepitando desde sus manos, la mujer la esquivo lanzándose al suelo, el hechizo estalló bañándola de fragmentos de piedra y cenizas.


-¡NO! –gritó poniéndose de pie, arrojando un hechizo tras otro en dirección al hombrecillo, que los fue dispersando todos. Finalmente, uno escapó a su control.
-¡Al suelo, patrón! –gritó Guido, arrojándose sobre él, apartándole de la trayectoria de la bola de fuego.

Un hombre-bestia aprovechó para abalanzarse sobre ellos, tratando de ensartarles con su espada curva, pero Guido desvió el golpe. Sacando su daga, se la clavó en la ingle. La bestia lanzó un aullido, que terminó en un gorgoteo cuando Guido le atravesó el cuello a la que se ponía de pie. Le ofreció la mano al hombrecillo, ayudándole a levantarse.

-¡No! –la voz de la mujer reverberaba contra los muros, ahogando el ruido de los otros combates- ¡Ya no eres el magister! ¡Ahora YO soy la favorita! ¡Observa el verdadero poder, patético insecto!

Comenzó a mover frenéticamente el báculo sobre su cabeza, mientras los dedos de la mano libre se arqueaban y agitaban como gusanos en una sartén caliente, su gutural voz emitiendo palabras en el idioma oscuro. El hombrecillo lanzó una nueva bola azul contra ella, pero una barrera de luz amarilla la absorbió cuando parecía que iba a impactarle. Alcanzando el punto álgido en su letanía, se abrieron dos hendiduras en el aire, a ambos lados de la hechicera. Con un fogonazo morado, se ensancharon hasta formar dos círculos, que empezaron a vomitar unos seres rosas, cuyos deformes y cambiantes cuerpos parecían moverse como agua hirviendo. Emitiendo histriónicas carcajadas y agudos silbidos, entre berridos y gorjeos, se lanzaron al combate, tratando de acuchillar, arañar y morder a todos los que se ponían en su camino.

-¡Reuníos! –gritó Guido, arrojando la daga contra una de las deformes criaturas que se le echaba encima. El demonio cayó de espaldas, pero en cuanto su cuerpo tocó el suelo, la forma rosa se retorció y se transformó en dos monstruillos azules, que se abalanzaron rápidamente sobre el mercenario. De una patada, mandó por los aires a una de ellos, que cayó sobre la cara de un hombre-bestia, comenzando a arañarle, riendo histéricamente cuando le arrancó los ojos.


La otra criatura saltó sobre él, pero Guido la esquivó con una media vuelta, asestándole un tajo que la partió en dos. Emitiendo un silbido, el demonio desapareció en una nube azul.
Los demás mercenarios se apresuraron en volver junto a Guido y el patrón, abriéndose paso a duras penas a través del mar de criaturas.
Pietro tropezó con uno de los demonios que le mordía insistentemente las piernas, cayendo al suelo. Enseguida, como un enjambre de insectos, los horrores le cubrieron, apuñalando, arrancando y mordiendo, los gritos de agonía ocultos por las demoníacas carcajadas.  
Las criaturas trepaban por el cuerpo de Rorgh-grut, tratando de llegar con sus alargados brazos a arañarle la cara, agarrándose como lampreas. El ogro rugía, intentando quitárselos de encima, golpeándolos con la maza, haciéndose profundos cortes al arrancárselos. Kaileth trataba de ayudarlo acuchillando a los demonios, pero él mismo se encontraba asediado por la ferocidad de sus enemigos.
De los dedos de una mano del hombrecillo, protegido por Guido, surgía una lluvia constante de dardos luminosos, que atravesaban a los horrores, creándoles humeantes agujeros en los burbujeantes cuerpos. Con la otra, desviaba y disipaba los hechizos que les arrojaba la mujer incansablemente.

-¡No podremos seguir mucho más! –gritó Guido, atravesando a un ser rosa, que estalló como una burbuja, arrancando un gesto de dolor al mercenario cuando la magia pura le quemó el antebrazo- ¡Patrón, estamos jodidos!
-Necesito que me abra un hueco–dijo, dejando traslucir la tensión de su mandíbula apretada, el sudor empezando a correrle por el lateral de la cara- Distráigala.

Guido sacó su pistola y disparó. Desde aquella distancia era imposible que acertase a un blanco concreto, pero esa no era su intención. La bala impactó contra la pared tras la mujer, alarmándola, haciéndola interrumpir el aluvión de hechizos por un momento, lo que aprovechó el hombrecillo para lanzar su conjuro.
Una enorme calavera de fuego salió despedida desde sus manos, quemándolo todo a su paso hacia el altar, haciendo estallar a los demonios como maíz caliente. Al llegar al altar, el hechizo explotó y los portales circulares se cerraron en medio de una nube ardiente.
Por un momento, se hizo el silencio, aunque pronto volvió a sonar el lejano y constante murmullo de voces.
Guido se acuclilló, lanzando un resoplido de alivio. Rorgh-grut resollaba como un toro, sangrando por múltiples cortes. Incluso la sonrisa de Kaileth parecía menos socarrona, mientras movía el cuello de un lado al otro, estirándolo.

-No ha acabado aún –anunció el hombrecillo, el ceño fruncido rompiendo su habitual máscara de indiferencia.

Desde detrás del altar, apareció la mujer, cuya sonrisa se había convertido en una enloquecida mueca, acentuada por la quemadura que le cubría media cara. El amuleto del pecho brillaba como si fuera un fragmento de la propia Morrslieb, haciendo daño en los ojos al mirarlo directamente.

-Oh, cuatro contra una parece injusto –dijo con una voz demencialmente cantarina, acariciando el báculo- ¿Qué tal si lo arreglamos?

Un haz de luz verde salió despedido en su dirección, rodeándoles, penetrando en ellos. El coro de susurros se intensificó, convirtiéndose en el zumbido de un millón de moscas. Guido sentía que la cabeza le iba a estallar, el aguijoneo de miles de pensamientos ajenos gritándole directamente en su cerebro. A través de la nube de voces le llegó la del patrón, incoherente y casi inaudible para él. Poco a poco, el murmullo se fue acallando y comenzó a oír con claridad.


-¿Capitán? –le llamaba el hombrecillo- ¿Me oye, capitán?
-Sí, sí… ¿Qué demonios ha sido eso?
-Nada bueno, me temo.
-¿Kaileth? ¿Rorgh-grut?

Con un gruñido, el ogro se incorporó y miró a Guido, sonriendo bobaliconamente. De pronto, la sonrisa del ogro se transformó en un gesto de sorprendida incredulidad. La punta de una espada le atravesaba el cuello. Rorgh-grut la miró bizqueando, abrió la boca para decir algo, se derrumbó hacia delante. De un tirón, Kaileth liberó su arma, bajando de un salto de la espalda del ogro.

-¡Kaileth! ¿Pero qué coj…? –Guido se interrumpió al ver el verdoso brillo en el fondo de los ojos del druchii.
-Así mucho mejor –rió la mujer, lanzando una bola de fuego contra el hombrecillo, que la disipó en el aire- Vamos, marioneta, acaba con ellos.

Kaileth se arrojó con un salto sobre Guido, que a duras penas pudo desviar la estocada del elfo. Instintivamente, le lanzó un puñetazo con la mano libre, pero el druchii lo esquivó, haciendo que perdiera el equilibrio, recuperándose justo a tiempo de parar un nuevo ataque.
Mientras, el hombrecillo volvía a encontrarse sumido en un incesante intercambio de hechizos con la mujer, ambos lanzando tantos como dispersaban. Las constantes explosiones hacían temblar las columnas, las filigranas doradas de la cúpula tintineaban y los cristales estallaban, cayendo como lluvia.
Guido no dejaba de retroceder ante los ataques incesantes del druchii. El elfo no daba descanso, lanzándose una y otra vez, pinchando y cortando, esquivando los torpes contraataques de Guido, que apenas podía mantener el ritmo.

-¡Kaileth! ¡Escúchame, psicópata de los huevos!

Una bola de fuego estalló cerca de ellos, salpicándoles con trozos de piedra. Guido aprovechó para lanzar una estocada a fondo, pero el elfo la rechazó, devolviendo el golpe con un tajo de través que le habría abierto el estómago si no hubiera saltado hacia atrás a tiempo.

-¡Más vale que vuelvas en ti, Kaileth!- “O lo voy a pasar muy mal”, pensó.

El hombrecillo sudaba, tratando de conseguir la ventaja en su duelo con la mujer, buscando que cometiera un error, mientras desviaba o disipaba sus ataques. La hechicera, por su parte, conjuraba un proyectil tras otro, su cara desencajada, los ojos abiertos en una expresión de absoluta locura.
Los dos espadachines proseguían su combate, mientras más fragmentos de la cúpula caían alrededor de ellos. Guido notaba que los brazos comenzaban a pesarle, las heridas le escocían con el sudor, su cabeza empezaba estar embotada por el cansancio.

-Al final… -dijo entre gruñidos- me vas… a obligar… a hacerte… daño.

Guido observaba la sala, buscando algo que pudiera darle la ventaja necesaria para terminar la lucha. De pronto, se fijó en los restos del cuerpo de Pietro, a unos pocos metros de él. “Creo que tenía… Dioses, que no me equivoque”, pensó. “Solo necesito una oportunidad. Solo un hueco, para…”
La espada del druchii se clavó en su hombro izquierdo, arrancándole un grito de dolor. Retrocedió un paso, desvió por los pelos un nuevo ataque, no pudo evitar otro que le atravesó el vientre. Retrocedió de nuevo, tratando de taponar la herida. El hombro le ardía, empezaba a perder sensibilidad en la mano. “No, joder, ahora no. Aún no”.
Una nueva explosión sacudió las paredes y una roca, del grosor del brazo de un hombre, cayó entre ellos, separándoles. “¡Ahora!”
Guido se arrojó sobre el cuerpo de Pietro, rebuscó en su cintura. “¡Sí! ¡Está!”. Kaileth se plantó junto a él de dos zancadas, la espada lista para rematarlo. Guido sacó la pistola de Pietro, disparó al druchii a bocajarro. La fuerza del impacto hizo estallar su cabeza como un melón, el cuerpo cayó de espaldas.

-El que inventó estos cacharros –resolló Guido, dejando caer la pistola descargada- era un maldito genio.


Los proyectiles de la hechicera se hacían cada vez más intermitentes, su expresión había abandonado la locura para dejar paso a un visible cansancio. Finalmente, jadeante, cayó de rodillas, los brazos caídos, la cabeza gacha. El hombrecillo se acercó, secándose el sudor de la frente con la manga.

-El amuleto consume tanta energía como la que libera. Otro fatal descuido por tu parte…
-Magister… -susurró la mujer, levantando la cabeza con dificultad para mirar al hombrecillo a los ojos.
-Mi querida Ada… -el hombrecillo llevó lentamente su mano a la mejilla de la mujer.
-Patético… –Ada trató de escupirle, pero no tenía saliva- Insecto…
-Lo sé, querida –llevó la mano a la parte trasera de su cuello y le quitó el colgante - Lo sé…
-Yo soy… Su favorita…
-Eso podrás discutirlo directamente con Él. Adiós, Ada.

Las manos del hombrecillo brillaron, despidiendo un chorro de fuego líquido de color morado que se enroscó alrededor de la mujer. Su cuerpo desapareció por un portal que se abrió bajo ella; pero su grito desgarrado perduró, multiplicado en mil realidades, mientras se hundía en el reino de Tzeentch.
Guido, que se había acercado renqueando, se apoyó en una columna, dejándose resbalar hasta sentarse.

-Así que –dijo el mercenario, respirando con dificultad- ése era el objeto.
-Sí –dijo el hombrecillo, sentándose en un fragmento de piedra, mientras se colgaba el amuleto.
-¿Y ella era…?
-Ella no importa.

El templo volvió a crujir, más trozos cayeron por la sala, acompañados del tintineo de los cristales.

-Cierto. ¿Cuál es el plan para salir de aquí, patrón?
-Abriré un portal que me lleve lo más lejos de aquí. Ahora que he recuperado mi amuleto, creo… Sí, creo que tengo suficiente energía para llegar directamente a Nuln.
-Pero, ¿y mi Compañía? ¿Pretende que abandonemos a mis hombres ahí fuera?
-No pretendo que hagamos nada, capitán. Creo que no me ha entendido. Yo me iré por el portal. Como salga usted de aquí no es asunto mío.
-¿Cómo? –Guido intentó ponerse de pie, pero un espasmo de dolor le obligó a sentarse de nuevo.
-Mírese. No puede ni tenerse en pie.
-Por suerte para usted, maldito…
-Mis fuerzas tampoco son ilimitadas, capitán. Me temo que no podría crear un portal que nos llevase a los dos; ni siquiera si considerase un gasto de energía apropiado el cargar con usted.
-¿Por qué no tendré una pistola más? –gruñó Guido, tratando aún de levantarse.
-Además –continuó el hombrecillo- si sobreviviese, tendría que pagarle. Entenderá que prefiera ahorrarme el dinero.
-Maldita sabandija… Después de todo…

Más piedras cayeron no demasiado lejos de ellos.

-Bueno, creo que ya he recuperado suficientes fuerzas –dijo el hombrecillo levantándose- Créame, capitán, se podría decir que me ha llegado a caer bien.

El amuleto comenzó a brillar, el hombrecillo movió las manos trazando unos signos en el aire y una hendidura del tamaño de una puerta, de color blanco brillante, se abrió frente a él.

-Seguramente me podrá entender. A fin de cuentas, no es personal; son solo negocios.

Guido se quedó con la boca abierta por un momento. Finalmente, emitió una carcajada seca, un ladrido ahogado que resonó contra las paredes del templo.

-Adiós, Guido.

El hombrecillo cruzó el portal, dejando a Guido apoyado en la columna, sin poder parar de reír. Mezclándose con el ruido del techo derrumbándose, las carcajadas siguieron sonando hasta el final, un réquiem perfecto para el Victorioso Guido Lambardi.



Y fin del relato. Espero que os haya gustado y siento haberme retrasado un tanto con esta última parte.
Personalmente, me ha gustado escribir sobre estos personajes, aunque me ha dado rabia empezar por la última historia de Guido y su compañía. Creo que tenían posibilidades para más historias; pero cuando imaginé el relato por primera vez, lo hice matando a todos menos al misterioso patrón, que en última instancia traicionaba al mercenario contratado. Claro, que tampoco pensé que fuera a extenderme tanto ni a encariñarme con los personajes. En fin, que, a pesar de ello, decidí mantener el rumbo inicial y espero que el viaje haya sido de vuestro agrado.
Si hay interés, por vuestra parte y la mía, tal vez escriba alguna cosilla más en otro momento. Gracias por leer mis desvaríos.

Zaludoz verdez,
Narbek


6 comentarios:

  1. Enhorabuena, Narbek!
    Menudo pedazo de final de la historia.

    A ver si recuperas a Guido en alguna aventura anterior, parece un personaje muy carismático.

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  2. Muy buena historia, y muy bien escrita, a nivel profesional sin duda.
    Seguro que encuentras la manera de "resucitar" a Guido, y el propio hombrecillo también puede dar más historias. Si escribas algo nuevo, será un placer leerlo.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Muchas gracias a ambos ^^
    Sí, es posible que recupere a Guido en algún momento. De hecho, ya tengo algunas ideas, veremos si logro que se desarrollen jaja

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  5. Muy bueno , lo he disfrutado y esperado con ganas

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  6. Si, gran historia. Si te encariñaste con los personajes puedes escribir precuelas de ellos. O seguir la historia del misterioso hombrecillo. En cualquier caso, tu narración me ha entretenido mucho.

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