viernes, 20 de mayo de 2022

[TRASFONDO] Estigma (Parte 3)

  ¡Buenos días una vez más! Tras dos semanas conociendo las aventuras de Reik, en el relato escrito por Reik (¿sucederá cerca el río Reik?) hoy concluiremos la aventura y la verdad será revelada. Os dejo con ello.


...

- Sí, de verdad, así fue como conocí a Johann – Eliza estaba tan entusiasmada con el hecho de volver a ver a su amor que estaba contándole de todo a aquel extraño y se sentía feliz de poder hacerlo. Al principio se asustó cuando lo vio aparecer por la ventana abierta, tanto que ni siquiera pudo gritar. Lo reconoció enseguida como el hombre que la había llevado de vuelta con su padre. Le decían Reik y había escuchado a los hombres del campamento contar algunas cosas sobre él. Sin embargo, tras pedirle que no gritase, le dijo que venía de parte de Johann y que estaba allí para llevarla de vuelta. Se alegró enormemente de que su padre le dijera que durmiera con la ventana abierta a pesar de que aún no hacía tanto calor. Cuanto antes estuviera en los brazos de Johann mejor, antes se podría alejar de todo. 

- Entiendo que amas a Johann. Parece un buen muchacho, incluso nos intentó “secuestrar” para pedirnos ayuda – comenzó a decirle el hombre – pero hay algo que no me encaja en todo esto. Tu padre… ¿te ha tratado mal? ¿O no ve bien vuestra relación? 

- No, mi padre no tenía problemas con Johann, lo aceptaba, pero – Eliza se contuvo al recordar por qué huyeron, el por qué hizo que Johann dejara todo y buscaran refugio con su tío – da igual, ya no es importante. 

- No lo creas – dijo Reik amablemente – se que puede resultar algo incómodo hablar de estas cosas. De verdad. Pero créeme cuando te digo que necesitamos saber que pasó. Confía en mí. 

Eliza tragó saliva mientras recordaba lo que había vivido. Lo recordó por primera vez pensando en ello conscientemente y luego recordó los sueños que le atormentaban en muchas ocasiones. Luego, las lágrimas comenzaron a brotarle lentamente y clavó su mirada en la tierra. 

- Ten – dijo la voz amable de Reik – pero no digas por ahí que uso este tipo de pañuelos. 

- Gracias – dijo Eliza que leyó el nombre de Reik bordado en el pañuelo. Se secó las lágrimas y luego habló – Una vez… mi padre… se suponía que no iba a pasar esa noche en casa. No se por qué volvió. Bueno, sí lo sé. No sé si había bebido, no lo recuerdo. Simplemente me cogió por la muñeca, me hizo daño. Me dijo cosas sobre mi madre, que yo la maté. Cosas horribles. Y después… después me tiró en la cama y él se tiró encima y… 

- Está bien – dijo la voz de Reik al tiempo que la abrazaba suavemente – no hace falta que sigas. 

Eliza asintió y se secó las últimas lágrimas con el pañuelo mientras el silencio los acompañaba el trecho que les quedaba. 

...

Johann despertó sobresaltado. Había tratado de dormir, pero todos sus sueños se llenaban de pesadillas. Monstruos horribles se llevaban al amor de su vida y no podía hacer nada salvo sentir cómo se reían de él. Cansado de esa situación se vistió para luego salir de la torre a practicar un poco con la espada para distraerse. 

Una vez fuera observó que no había nadie por los alrededores, ni siquiera había hombres de guardia en el campamento base y, por más que buscó, la única vida que encontraba eran las aves nocturnas que ululaban a su alrededor. Observó la mesa con comida inacabada y buscó de nuevo en la torre, pero no vio a nadie. Se acercó a los árboles, pero tampoco vio a nadie más allá. Sin embargo, mientras volvía, observó un papel en el suelo y lo tomó. Reconoció el sello con una R intrincada y se acercó a un fuego para leerlo bien. 

Johann, quedamos esta noche en el riachuelo. No te fíes de Marius. Reik.” 

Johann arrugó la nota y la arrojó con ira hacia el suelo. Luego tomó con fuerza la espada hasta que sus nudillos se pusieron blanco. Gritó a las dos lunas con rabia antes de salir corriendo en dirección al punto de reunión. 

...

Reik observó cómo al llegar salieron de la espesura los hombres. De nuevo armados con ballestas y lanzas. Estaban todos, contó 26 hombres aparte de Marius. No vio a Johann por ninguna parte. 

- Esto ya lo he vivido – dijo sonriendo mientras miraba a Halbed –, la segunda vez en dos días que salís de la maleza de esa forma. 

- Pero ya será la última, no te preocupes – dijo Marius con tono amenazante para luego ver como su sobrina corría a sus brazos. 

- ¿Dónde está Johann, tío? – preguntó Eliza casi desesperada. 

- Está a salvo, en la torre, no te preocupes. 

- Bueno, si eso es así – dijo Reik – nuestro trabajo ha terminado. Pagadnos y os dejaremos en paz de una vez. 

- Sí claro – dijo Marius mientras apartaba a su sobrina – pero eso no va a ocurrir. Mira – dijo divertido – esto también lo habéis vivido. Dejad vuestras armas – y girándose hacia sus hombres gritó - ¡Apresadlos! 

Todas las ballestas y lanzas apuntaron a los dos hombres que instintivamente levantaron los brazos en señal de rendición. Reik miró a Halbed y éste asintió. Luego, mientras dejaba caer el báculo, realizó un leve gesto de su mano, como si agarrara algo en el aire; tiró de él y el mundo se mostró en su realidad.

Durante un momento nada pareció ocurrir, pero luego el grito ahogado de Eliza los devolvió a todos a la realidad. Marius tenía un aspecto diferente. La cara estaba lisa y pálida, sin ningún poro de transpiración. De su frente le salían dos pequeños cuernos rojos y su cuerpo tenía los brazos descompensados, llegando sus manos a la altura de los tobillos. El resto de los rebeldes de Walam no presentaban un mejor aspecto con diversas mutaciones a cada cual más horrible. Eliza se alejó de su tío, volviendo con Reik, aunque éste no se encontraba menos asombrado. 



- Muy gracioso mago – dijo Marius con desdén – de todas formas, iba a concluir el engaño en breve, casi te lo agradezco. ¿Sabes lo que cansa mantener un hechizo así tanto tiempo? 

- Son…son los monstruos de mis pesadillas – dijo Eliza que apenas podía superar el horror de lo que veía. 

- Lo son. No fue tu padre el que te hizo eso, fue tu tío usando un vil engaño – Reik abrazó paternalmente a la joven Eliza – pero tranquila, todo acabará hoy aquí. 

- Para vosotros sí – dijo Marius – para mí y mis hombres éste es sólo el principio. Atadlos y llevadlos al círculo. El ritual debe comenzar. 

...

Marius Keppler se sentía pleno. Ahora adoraba su nueva forma y el poder que tenía. Hubo un tiempo en el que le horrorizó usar la magia que llevaba dentro, se escondía de todos y su vida social se fue consumiendo poco a poco. Su hermano trató de ayudarle, pero ¿qué sabría él? Él no era más que un político, un ricachón. No necesitaba su cariño, su limosna. Se fue cerrando en sí mismo y sus visiones pronto le mostraron su camino. Alguien se apiadó de su estado, le enseñó lo que de verdad era el poder. El Príncipe Oscuro lo cambió poco a poco, le mostró en sueños cómo usar la magia pura que llevaba en su interior, cómo moldearla para servir a sus propósitos. Fue como un padre para él y él le sirvió con diligencia. Ahora, por fin, todo estaba listo para el sacrificio final, el alma que Slaanesh le había pedido, el alma de su sobrina. 

Miró cómo sus lacayos ataban a los dos famosos aventureros. Sería un sacrificio extra para su dios. Luego los colocaban a cada lado de su joven sobrina, que sollozaba sin parar. Ingrata. Si supiera el favor que le estaba haciendo. Su alma pasaría a formar parte de una deidad, viviría eternamente a su lado y disfrutaría de placeres inimaginables. Un destino sólo al alcance de unos pocos elegidos. Él le regalaría eso. 

Entonces la voz del mago sonó entre el silencio de la noche. El ritual aún estaba comenzando a prepararse y Marius se acercó a los capturados. 

- Repite – dijo Marius con una benevolencia del todo falsa – no me he enterado. 

- Digo – comenzó a decir el mago – que por qué ella. Tu propia sangre. 

- Quizás por eso – concedió Marius – los dioses tienen un humor muy irónico. A decir verdad, tardé en saber que era ella la que buscaba el Príncipe Oscuro. 

- Pues tenía una marca en la nuca bastante evidente – dijo el otro hombre con una arrogancia que Marius deseó castigar en el acto, aunque aguantó su mano. 

- Para tu información el proceso es más complicado. Tuve que aplicar los mismos engaños con aquellos que pensaba que quería mi señor y esperar a que me marcara cuál era de su agrado. Hombres, mujeres, jóvenes y ancianos. No fue fácil. Y al final, cosas de la vida, era mi propia sobrina la que tenía el alma más rica – y luego tras relamerse con una lengua anormalmente larga añadió – creo que ya es hora de ponernos manos a la obra. 

- No te saldrás con la tuya, mutante - contestó el mago como último desafío. 

Entonces Marius se dio media vuelta, ignorándolo, y con una sonrisa de satisfacción comenzó a andar hasta la posición que sus discípulos le habían preparado. Un tosco atril sujetaba un viejo grimorio abierto por la mitad. Se colocó frente a él y de repente algo pareció ir mal. Un grito salió de la maleza. Marius observó cómo el joven Johann salía con una espada en lo alto; en su cara pudo ver la más absoluta desesperación. 

En su camino hasta el centro, hasta su amada, se abría paso blandiendo su espada de forma temeraria. Rajó la tripa de uno de sus hombres, del que comenzó a salir pus como si fuera sangre. El siguiente que le salió al encuentro perdió su abotargada cabeza que rodó por el frío campo. El resto no quiso dar un paso más para detenerlo y le dejó llegar hasta la joven Eliza a la que intentó liberar. Entonces Marius chasqueó los dedos y un látigo de pura energía oscura se formó alrededor de su brazo. Sólo tuvo que señalar con precisión hasta la posición de Johann. Observó como Halbed lo avisaba, pero ya era tarde. La negra magia del látigo cortó cuero, ropa y parte de la piel donde dejó una marca candente. Johann gritó y luego cayó entre convulsiones. Eliza lloraba, pero no podía hacer nada. Marius habló para sus hombres. 

- Es la hora. 

...



- Por Sigmar, santíguate – dijo el pequeño sacerdote sigmarita. A pesar de estatura Reik pudo observar una marcada musculatura. 

- Tranquilo, sacerdote, no tardaré mucho – dijo Reik con una sonrisa en los labios – sólo quería darte esta nota. Están escritas unas instrucciones, creo que le gustarán, por así decirlo. 

- Pequeño bastardo – dijo el sacerdote indignado, aunque aún con todo tomó la nota – ¿crees que no sé quién eres? 

- Contaba con que lo supiera, la verdad. 

- ¡Insolente! – Dijo cada vez más rojo e indignado – da gracias que he dejado que pases por este pueblo. La gente de tu calaña no sois bienvenidas. Aventureros, libertinos, pecadores, escoria, alejados tanto del camino de Sigmar como del simple camino de la decencia, no creéis en nada y pensáis que las leyes no están para vosotros. Y encima tú, además, vas con un mago, gente sucia, corrupta. 

- Sí – dijo Reik que en el fondo se divertía con todo ese asunto – pero habrá visto la decencia de que no lo he traído conmigo. 

- Imbécil – fue la respuesta del sacerdote – ¿crees que tu sola presencia no mancilla esta sagrada casa? Tu sitio está en los burdeles y no en las templos. 

- Hombre, por fin en algo estamos de acuerdo. 

- ¡Malnacido! 

- Vale, dos cosas – dijo Reik que entonces se puso serio – mire sacerdote, ni siquiera se su nombre. 

- Matthias, Matthias Muller – contestó suavizándose. 

- Ni yo le gusto. Ni a mí me gusta tener que venir aquí, pero lo que pone en la nota es importante y tengo cierta prisa. Léalo. 

Reik se giró mientras escuchaba el pergamino desdoblarse y un pequeño cuchicheo del sacerdote leyendo en voz baja. Luego fue a salir cuando la voz del hombre lo paró un momento. 

- Es algo muy grave esto que dices – dijo el sacerdote – si es verdad y te has preocupado de esto quizás haya redención en tu alma. 

- ¿Según quién padre? – contestó Reik sin girarse – Yo no creo que haya ninguna parte de mi alma que necesite ser salvada. 

...

El aire rielaba alrededor de ellos. Reik podía ver cómo tomaba ciertos colores rosados que no le gustaban nada. Sentía presión en su cabeza y veía que Halbed, quizás por sus poderes mágicos, sufría más que él, aunque aguantaba estoicamente. Por su parte, Eliza seguía llorando mientras miraba el cuerpo quieto de Johann. La marca de su nuca comenzaba a brillar al rojo vivo, aunque no sabía si ella lo notaba. Suponía, de todas formas, que la visión de su joven esposo era suficiente para alejar de su mente todos los demás problemas, incluso el de estar a punto de ser sacrificada. Se preguntó un momento si Johann seguiría vivo después de ese ataque. Después de parar de convulsionar no podía saber siquiera si respiraba o no. Luego, volvió su atención de nuevo a su amigo y habló en voz baja. 

- ¿No crees que ha llegado el momento? – Dijo Reik, intranquilo. 

- Aún no, debemos esperar – contestó Halbed aunque en su voz no había un tono tranquilizador – debemos esperar que comience el ritual, será más vulnerable. 

- ¿Estás seguro de que no será más poderoso, de que no le dará tiempo a acabarlo? 

- Si te digo la verdad, no. Pero es nuestra mejor oportunidad. 

Reik tragó saliva. Si esa era su mejor oportunidad ¿cómo sería la peor? 

...

- No puedes hablar en serio – dijo Barthel Keppler mientras se sentaba y miraba de nuevo al mago – ¿mi propio hermano? ¿Adorador del caos? ¡Por Sigmar! – y luego hizo la señal del martillo sobre su frente. 

- No me gusta darle estas noticias a nadie, se lo aseguro – dijo Halbed para luego continuar – él y todos sus hombres lo son, aunque oculten su verdadero rostro con algún tipo de magia muy poderosa. 

- Entonces Johann….mi hija… 

- No, ellos no. Necesitan a su hija para algo y por eso han usado a Johann. Él es inocente al igual que su hija. Es más, su hija tiene algún papel destacado en sus planes. 

- Por suerte ahora está segura. Gracias a Sigmar que me la devolvisteis. 

- Ese es el asunto – dijo el mago directamente – la necesitamos de nuevo. Para provocar una emboscada. Sus guardias ya están avisados, pero ella será el centro de la trampa, los cogeremos por sorpresa. 

- No puedes estar pidiéndome eso – el hombre se levantó sobresaltado – ¿qué quieres que le diga? Vuelve con tu tío el adorador del Caos, eres un cebo vivo para cogerlo. 

- No le va a decir nada. Ella no debe saberlo – dijo Halbed. 

- ¿Entonces? 

- La volveremos a llevar con su amor. Simplemente. Ella colaborará. Deje su ventana abierta y será fácil para nosotros. 

- No puedo hacer eso, debe comprenderlo, no puedo. 

- Haga lo que tenga que hacer – dijo Halbed cortante mientras se despedía – nosotros también haremos lo que debemos. 

...

El aire empezaba a pesar y a condensarse alrededor de Reik. Aunque apenas era un borrón, éste le impedía ver con nitidez más allá de tres pasos. Los ojos empezaban a cansársele y amenazaba con dormirse. Unas palabras le llegaban en la lejanía, pero no le dio importancia. ¿Por qué no podía dormirse? Estaba cansado de luchar. Se merecía un descanso, unas largas vacaciones, diversión, bebidas y mujeres. Se lo había ganado a pulso. 

Una voz dentro de su cabeza se lo decía, se lo prometía. Le hablaba de más fama de la que podía abarcar, de oro y joyas, mujeres bellas, se lo mostraba, y era tan nítido como la luz del sol por la mañana. ¿Por qué no podía tener todo aquello? Escuchó el precio y le pareció justo. Su alma. ¿Acaso eso existía? Él lo dudaba. Cada vez que lo escuchaba era como un cuento de viejas. Lo otro era real, lo había visto, lo quería, todo. ¿Quién no cambiaría algo que no era real por todo aquello? Claro que lo haría. 

Y entonces escuchó una voz que lo llamaba. Parecía que estaba lejos y cerca de la vez. Escuchó su apodo. Reik. Luego otra vez. Reik. Y una última mucho más claro. ¡REIK!. Sus ojos dejaron de pesarle. Se dio cuenta que la voz de su cabeza no era suya, alguien le estaba hablando, le tentaba. Asintió para sí mismo. Había estado a punto de sucumbir. Luego la rechazó mientras le juraba que tendría todo eso por su propia mano y aún le sobraba otra para detener a cada uno de sus seguidores. 

Reik volvió al mundo y vio a Halbed farfullando unas palabras. Vio a Marius que trataba de concentrarse más en el ritual, lo que fuera que hiciera su compañero ralentizaba el avance. Entendió que había llegado el momento. 

- ¡¡Por Sigmar!! ¡¡¡POR EL IMPERIO!!! – Al grito de Reik los hombres cargaron de entre la maleza dando comienzo una encarnizada lucha entre los hombres de Walam y los mutantes. 



La batalla había comenzado y, desgraciadamente, las fuerzas que comandaba el sacerdote guerrero Matthias Muller eran menores de las que Reik esperaba. No superaban numéricamente a sus enemigos, aunque esperaba que el entrenamiento de los hombres del imperio hiciera el resto. Sin embargo, eso le preocupaba mucho menos que estar en medio de una batalla atado de pies y manos sin poder defenderse. 

Observó cómo Halbed estaba concentrado en detener la magia de Marius que, una vez con el ritual interrumpido, intentaba usarla para acabar con las tropas imperiales aunque se le notaba visiblemente cansado. Luego se giró sobre sí mismo y se arrastró hasta Eliza que permanecía quieta, en estado catatónico, mientras miraba a Johann. Reik le habló, aunque tuvo que insistir hasta que ella salió de su trance. 

- Qué….qué…. – dijo entre llorosos balbuceos. 

- Desátame. Intenta quitar los nudos de estas cuerdas, rápido. 

Reik notó cómo Eliza tardaba en reaccionar. Su impaciencia iba en aumento. Quizás no lo hacía lento realmente, pero el ansia podía con él y los segundos parecían eternos. Finalmente, Eliza consiguió desatarlo un poco, lo justo para que él pudiera sacar sus manos con cierto esfuerzo y luego liberar sus pies atados. Se levantó y fue a buscar sus armas, pero la voz de Eliza lo detuvo. 

- Desátame – dijo – tengo que cuidar de él. 

Reik hizo lo que le pedía y luego, recordándolo, desató a Halbed sin interrumpir su contacto visual con el mago del Caos. Luego, corrió hacia la pila donde habían dejado sus armas. 

Marius vio cómo todos sus planes se desmoronaban de pronto. El ritual inconcluso, sus hombres luchando por su propia supervivencia y su magia casi agotada era contrarrestada por el maldito mago imperial. Observó cómo Reik le daba el báculo al hechicero y éste comenzaba a empujar con más fuerza su propio poder. Pronto su magia se impondría y a él ni siquiera le quedarían fuerzas para contrarrestar sus conjuros. Había caído en una trampa, había sido descuidado y ahora lo pagaría caro.

Miró cómo la batalla se iba decantando en su contra. Sus hombres luchaban con lanzas y garrotes a la desesperada, pero los espadachines eran superiores y, sin la ayuda de su magia, estaban condenados. Vio como el sacerdote sigmarita que los guiaba golpeaba en el pecho a uno de sus lacayos y, al caer al suelo, le aplastaba la cabeza con su poderoso martillo de guerra que ardía como si estuviera en llamas. Después de eso Marius dio media vuelta, huyendo del combate. 

Reik paró una lanzada con la espada desviando la punta lo suficiente de su rostro. La hoja de la espada limó la madera de la tosca arma que sujetaba el mutante con una mano y un tentáculo donde debía estar el otro brazo. Luego, Reik giró el brazo haciendo que la cabeza cornuda de su enemigo se separara del cuello, cayendo el cuerpo al suelo laxo en el acto, aunque el tentáculo aún se debatía con cierta violencia. Reik lo cortó y pisó antes de mirar alrededor. 

Los hombres del Imperio se lograban imponer, aunque los mutantes luchaban hasta la muerte, como extasiados por el combate. Quizás estaban drogados, pensó Reik mientras volvía a mirar a su alrededor. Se acercó a Halbed, que se apoyaba en su báculo, bastante agotado. Los enemigos no se habían acercado mucho al centro del ritual, pudiendo tomarse un pequeño respiro para hablar. 

- Está huyendo – dijo Halbed jadeante – Hay que pararlo – y tras esto dio unos pasos y trastabilló. 

- Mejor voy yo – dijo Reik serio – Cuida de Eliza y Johann, necesitan de tu magia. 

- De acuerdo – dijo Halbed con los dientes apretados – pero no lo subestimes. Sigue siendo un brujo y no está acabado, ni mucho menos. 

Reik asintió. Guardó su espada mientras tomaba la pistola ballesta y con sumo cuidado sacaba un virote de una funda de cuero negro y, sin tocarlo directamente, lo colocaba en el arma y la preparaba; luego, salió corriendo tras el adorador del Caos. 

...

Marius jadeaba por el esfuerzo de la carrera. Su cabeza se volvía nerviosa, aunque intentaba no mirar atrás y concentrarse en esquivar los árboles del bosque que se iba espesando más a cada paso. No sabía si alguien le seguía, pero no podía detenerse a comprobarlo. Debía llegar a algún lugar seguro donde esconderse y recuperar fuerzas. Otro día, volvería para vengarse. 

La carrera continuó durante unos minutos hasta que notó cómo algo le picaba en el gemelo, haciéndole trastabillar hasta caer de rodillas al suelo. Se miró la herida y vio un pequeño virote clavado, que sacó con un grito ahogado. Observó entonces como Reik guardaba la pistola ballesta y sacaba una pistola, mientras se acercaba apuntándole directamente. 

- Estás acabado. Ríndete y no apretaré el gatillo. 

-¿Acabado? – dijo indignado Marius – esto no ha hecho más que comenzar. 

Se puso de pie con esfuerzo y comenzó a mover las manos. Acabaría primero con ese maldito que se la había jugado; a modo de ejemplo, lo desollaría y serviría de lección. 

Fue a conjurar ante aquel petimetre que permanecía confiado. Pronto sentiría todo su poder. Entonces sus piernas flojearon y cayó al suelo. Después intentó mover los brazos, pero respondían con lentitud. Reik dejó entonces de apuntarle con la pistola y la enfundó mientras hablaba. 

- El veneno hace su efecto. Pronto estarás inmovilizado de pies a cabeza. Ya no eres una amenaza. Cuando se pasen los efectos estarás encerrado en una celda, donde te corresponde. 

- ¿¡Crees que tu veneno me va a detener!? – contestó enfurecido mientras notaba como un hormigueo empezaba a subirle por el cuello – Yo no puedo acabar así, no puedo. 

Desesperado usó el poco poder que le quedaba mientras suplicaba a Slaanesh que le ayudara. Sintió la fuerza de su dios correr por sus venas, quemando el veneno que corría por su torrente sanguíneo. Se puso de pie al tiempo que una risa llenaba su cabeza, no era la suya, nunca la había escuchado. Una voz le habló “siempre hay que pagar un precio, castigaremos tanto el fracaso de los aliados y como el desafío de los enemigos”. Entonces supo que algo iba realmente mal. 



Reik dio un paso atrás cuando vio al mutante ponerse de nuevo en pie. ¿Cómo era posible? Buscó la pistola, pero los nervios jugaron en su contra. Tardó en apuntar y cuando disparó las energías mágicas ya estaban rasgando el cuerpo de Marius. Intentó alejarse, pero la explosión lo tiró de espaldas una decena de metros. 

Notó cómo la espalda chocaba contra un árbol y cómo caía pesadamente en el suelo de tierra fresca. La sangre le tapó los ojos y la inconsciencia lo llevó. 

...

Cuando Reik abrió los ojos vio la luz mortecina de una vela. Un cuarto adornado con paños de seda de diferentes colores lo cubría todo y la habitación estaba llena de cojines bordados. El olor a incienso le llenaba las fosas nasales. Se trató de incorporar, pero un dolor sordo le recorrió la espalda. Entonces recordó todo y, asustado, trató de ponerse de pie para ver si sus piernas le respondían. Cansadas y doloridas, lo mantuvieron de pie durante el tiempo justo de volver de nuevo a la cama. 

Entonces una figura se acercó a él y lo tomó con cuidado hasta dejarlo de nuevo en la cama. Reik había pasado por alto si había alguien en la habitación. Miró a quien le ayudaba a sentarlo y vio a una joven muchacha. Ante su cara de asombro, ella habló. 

- Tengo conocimientos de curación – dijo Eliza amablemente – te he cuidado desde que nos trajeron de vuelta. Has pasado un día entero durmiendo. Por algún motivo, Halbed me dijo que preferías estar aquí que en el templo de Shallya. 

- Porque me conoce – dijo Reik con una sonrisa mientras se tumbaba. Hasta sonreír le dolía. 

- De todas formas – añadió Eliza– la suma sacerdotisa del templo ha venido a verle este tiempo, su amigo pagó por sus servicios. Estás fuera de todo peligro, no te quedarán secuelas. 

- Una suerte. Cuéntame ¿qué ha pasado? 

Eliza le contó que la ciudad estaba de celebración. Habían enterrado como héroes a los fallecidos en la lucha, todos los cuerpos de los mutantes habían sido quemados mientras el sacerdote purgaba la tierra donde habían estado. Luego, tras contar las hazañas, el pueblo había salido a festejar el fin de los bandidos y, al enterarse que eran mutantes del caos, ellos habían sido considerados héroes salvadores de Walam. 

- Vaya – dijo Reik – supongo que Halbed se habrá quedado con toda la gloria esta vez. 

- Bueno – dijo Eliza mientras doblaba de nuevo las ropas de Reik – dejó la ciudad tras saber que no corríais peligro. Me dijo que te dijera que no podía retrasarse más y que os volveríais a ver en Altdorf. 

- Vaya… - contestó Reik sorprendido y como si acabara de caer en algo que debía haber pensado antes preguntó compungido – ¿Y Johann…? 

- Aún está convaleciente, mi señor, pero se recuperará también – dijo Eliza sonriendo, aunque en su cara se dibujaba preocupación. 

- Es un alivio – dijo sinceramente Reik – ayúdame a vestirme, por favor, debo partir a Altdorf cuanto antes. 

- No va a ser posible – dijo Eliza seria, aunque suavizó pronto sus rasgos – no se encuentra en disposición aún de irse y además… - pareció ruborizarse ante lo que iba a decir – en tres días se va a celebrar mi boda con Johann, oficial. Nos gustaría que fuera uno de los testigos. Es el héroe de Walam – dijo con una leve risa de agradecimiento. 

Reik se dejó caer mientras asentía. Se encontraba muy cansado y sabía, por experiencia, que iba a volver a dormirse en unos minutos. Antes de hacerlo se alegró de haber salido victorioso, por todo lo que representaba haberlo hecho, pero, sobre todo, por curiosidad. Sabía muy poco sobre la reunión de Altdorf, pero lo que iba a salir de allí iba a ser muy, muy interesante. 

2 comentarios:

  1. Genial, Reik, por fin he podido terminarlo.
    Me ha encantado! Estas historias que hablan del Caos como el enemigo interior en lugar de la típica Invasión tienen otro aire distinto.

    Gracias por compartir el relato!

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    1. Me alegra mucho que te gustara. Gracias por leer y comentar!!

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