miércoles, 4 de mayo de 2022

[TRASFONDO] Estigma (Parte 1)

 ¡Buenos días! Hace un par de meses nuestro colaborador Reik nos envió un relato para que lo compartiéramos con vosotros, pero no nos engañaba cuando nos avisaba que se le había ido alargando desde que lo empezó, así que he tardado un poco en ponerme con él, y ahora que está listo, lo publicaremos en tres partes, semana a semana. Así que, como en tantas ocasiones, todo arranca en un soleado día en un camino en el Imperio...


Era un día cálido aun a pesar de la recién entrada primavera. El sol se alzaba en lo alto de un cielo despejado, bañando con sus dorados rayos las copas de los árboles, que comenzaban de nuevo a florecer tras un crudo invierno. A través del serpenteante camino, Reik observaba el espléndido panorama y respiraba el aire puro que llenaba sus pulmones de paz y tranquilidad. Junto a él caminaba su compañero y amigo, Halbed Unklark, que observaba el entorno con cierto aire preocupado. 

A no mucha distancia se comenzaba a divisar la pequeña ciudad amurallada de Walam, por la que pasarían sólo para reponer provisiones en su camino hacia Altdorf. Desde aquella distancia la ciudad parecía un lugar agradable y bien cuidado que, probablemente, había tenido la fortuna de no haber visto una guerra desde hacía un par de siglos o más. 



Conforme andaban, el camino se estrechaba más y los árboles se iban inclinando, formando un túnel natural de frondosa vegetación. Reik miró entonces a su compañero comprendiendo entonces su preocupación. Éste asintió con complicidad mientras apretaba con fuerza su báculo de ébano. Instintivamente Reik llevó la mano a la empuñadura de su espada curva y el mero contacto del metal lo llenó de tranquilidad. 

Siguieron avanzando cautelosamente hasta llegar a un pequeño riachuelo y, al llegar, una voz les dio el alto. Desde la espesura salieron varios hombres armados con ballestas que les apuntaban mientras los rodeaban. Al mando parecía estar un hombre curtido armado con una espada y un tosco escudo de madera. En un rápido recuento contaron a siete ballesteros hasta que la voz cascada del líder los hizo mirar. 

- Nobles caminantes – dijo con sarcasmo – han entrado en el territorio de los Rebeldes de Walam. Tendrán que pagar el peaje para poder continuar. Quince coronas de oro por cabeza. Necesitamos su oro, no su sangre. 

- Te estás equivocando – habló tranquilo Reik mientras su mano libre se atusaba su pelo corto recién cortado. 

- Creo que no – fue la respuesta, casi divertida, del líder de aquellos bandidos – os tenemos rodeados y... 

- Y sois ocho hombres contra dos – dijo Halbed interrumpiéndolo bruscamente – Sabemos contar, gracias. 

- ...Y demostrareis lo necios que sois si preferís ser agujereados y que saqueemos vuestros cadáveres en vez de cooperar y seguir vuestro camino – contestó el bandido como si el comentario nunca hubiese existido – Pagad. Tirad las monedas al riachuelo una a una y no daré la orden de disparar. 

Por un instante el tiempo pareció detenerse. Reik miró a su amigo y éste se encogió de hombros. Se fijó que en su mano se había empezado a formar una masa espesa de oscuridad. Sabía que estaba preparado para actuar, encogerse de hombros sólo significaba que le dejaba a él la elección sobre el modo en que lo iban a hacer. Reik por un instante lo miró y luego sonrió. 

- De un antiguo bandido a otro – dijo Reik mientras tiraba de la cadena colgada en su cuello, sacando de debajo de las ropas el talismán que siempre le acompañaba – dejadlo ahora y robad a los siguientes caminantes… o no tendréis manos con las que volver a atacar a nadie. 

Reik se fijó en que los asaltantes observaban su medallón de oro con forma de tortuga y el rubí que lo adornaba en el centro. Durante un instante cuchichearon entre ellos, nerviosos. Miraron a su líder de soslayo y éste les devolvió la mirada, hasta que al final asintió. 

Al poco tiempo Reik y Halbed estaban de nuevo solos en el camino. 

...

La posada Guardia de Río era una de las más famosas de Walam tanto por su cerveza como por su carne de cerdo. A la hora de almorzar el lugar estaba, como de costumbre, a rebosar; aventureros y comerciantes, buhoneros y soldados se daban cita allí y apenas había algún sitio libre en el que acomodarse. 



Tan solo unas cabezas se giraron cuando los dos hombres entraron, sin darles siquiera importancia. Reik había guardado de nuevo su colgante y sin él era difícilmente reconocible, al menos a simple vista. No era más que un viajero algo más elegante de la cuenta, con ropas de cuero endurecido, pelo corto y una barba también corta y bien cuidada. Su amigo Halbed siempre llamaba más la atención, más alto y corpulento que la mayoría de los hombres, con ropas oscuras, un báculo llamativo y una espesa barba negra. Sin embargo, ni su aspecto, ni el hecho de ir armados, hacía que destacaran más que otras personas en un lugar como Walam que era, a fin de cuentas, una ciudad de paso para toda la gente que se dirigía a Altdorf. Sus habitantes habían aprendido, con el tiempo, a no preocuparse en exceso por quienes pasaban por allí. 

Halbed señaló un par de banquetas libres junto a la barra y ambos fueron a sentarse hasta allí. Luego, llamando la atención del gordo tabernero, pidieron un par de cervezas y una ración de la mejor carne. Una vez les trajo la cerveza el tabernero habló. 

- No son de por aquí ¿verdad? – Y percatándose de su brusquedad añadió – perdonadme señores, no es de mi incumbencia. 

- No te preocupes – contestó Reik mientras le daba vueltas a la jarra de cervezas antes de beber – somos de más al sur, pero llevamos ya mucho tiempo viajando. 

- ¿Aventureros quizás? – Y tras pegarse un guantazo en su propia cara el tabernero volvió a hablar - dónde están mis modales. Mi nombre es Günther y regento esta posada. 

- Mi nombre es Halbed Unklark y él es mi amigo… Reik – notó que su amigo dudaba si dar su nombre ahora que éste se había hecho tan conocido en el Imperio. 

- ¿Reik? – Contestó sorprendido el posadero – mucho gusto, supongo – y luego, como si algo iluminara su pensamiento añadió – entonces tú debes ser su amigo, el mago. 

- Así es – concedió el hombre - ¿por qué lo preguntáis? ¿Hay algún problema con los de nuestra clase en vuestro pueblo? 

- No señor, ni mucho menos – dijo el tabernero sonriente – pero si la fama de Reik es merecida y vos sois un maestro de las sombras como se cuenta por ahí, quizás os interese una oferta de trabajo. 

- Quizás – dijo Reik interesado – cuéntanos más. 

- Os traeré primero la comida y rellenaré vuestras jarras. Después os lo contaré, cuando el ambiente esté menos alborotado. 

Una vez trajo la comida, el posadero se retiró y tan solo volvía, eventualmente, para rellenar las jarras de cerveza. Durante un buen rato los dos aventureros permanecieron sin decir nada incluso después de acabar de comer. Luego la posada se fue vaciando y al rato, cuando la cocina ya estaba cerrada, Günther volvió con tres jarras de cerveza. 

- Mi mejor cerveza. Invita la casa. 

- ¿Qué sabes sobre los bandidos de la zona Günther? – Preguntó Reik sin rodeos, como si hubiera olvidado esa pregunta y ahora fuera a explotar si no la soltaba. 

- ¿Bandidos? Os habéis cruzado con ellos ¿verdad? – El hombre bebió un trago largo y siguió – se hacen llamar los rebeldes de Walam, aunque muchos de ellos nunca han vivido aquí. Supongo que es un nombre que atrae a otra gente. 

- Quieres decir que no tienen motivos para rebelarse – dijo Halbed intrigado. 

- No más que cualquier otro pueblo del Imperio, supongo. La gente no pasa hambre ni el alcalde que nos gobierna es especialmente duro ni corrupto. Siempre hay derecho a tratar de conseguir ciertas mejoras, pero no es una situación desesperada, ni mucho menos, es una situación de poder – y como si fuese un secreto bien guardado Günther bebió un gran trago intentando esconderse tras la jarra. 

- ¿De poder? – Preguntó Reik sorprendido – Cuéntanos más, de todas formas, algo me dice que la oferta de trabajo tiene relación con ellos así que, cuanto más sepamos mejor. 

- La oferta de trabajo no es mía, ni mucho menos, sino del alcalde. Hay una recompensa de cien coronas de oro para quien rescate a su hija, a la que tienen secuestrada esos bandidos. Vuestra fama dicta que es una tarea que podéis hacer. 

- ¿Cómo se llama vuestro alcalde? – Preguntó Reik sonriendo. 

- Barthel Keppler, vive al norte de la ciudad, reconoceréis su casa. Su hija se llama Eliza. 

- ¿Por qué iba a pagar esa fortuna a dos aventureros teniendo a su disposición a los soldados de la ciudad? – Preguntó Halbed aún intrigado con las palabras del tabernero. 

- Sí, claro. Pero podrían matarla si el ataque fracasa. No hablaré mal de la guardia de la ciudad, más cuando mi hijo está en ella, pero hay veces que gente de vuestra… 

- ¿Calaña? – Interrumpió Reik entre risas. 

- …de vuestra índole – corrigió Gunther – puede ser más efectiva que una decena de soldados. Además, hay algo más, algo personal en todo esto por lo que nuestro buen alcalde no manda un ataque contra los rebeldes, supongo que aún espera arreglarlo todo pacíficamente. 

- ¿Y por qué esperaría una tontería así ?– dijo Halbed negando con la cabeza. 

- Porque el líder de los rebeldes es su hermano menor. 

Una voz llamó al tabernero desde una mesa lejana. Reik miró a Halbed y vio reflejado en sus ojos negros su propia cara de asombro. Después ambos comprendieron su siguiente movimiento. Dejaron unas monedas en la barra y salieron de la posada sin despedirse. 

- No digo que sea un mal negocio – bufó Halbed mientras andaba lentamente a través del sendero – pero teníamos los planes establecidos. Yo tengo que presentarme en Altdorf en una semana. Más vale que esto no nos retrase. 

- Son cien coronas de oro – contestó Reik – cien por meternos a hurtadillas entre unos bandidos y traer a una hija de vuelta con su padre. ¿Tengo que recordarte que el dinero ya se nos está acabando? Y no creo que nos esperen cofres de oro cuando lleguemos a Altdorf. Claro que quizás podríamos beber menos cerveza cada vez que pasamos por una posada y alimentarnos de sopa en vez de consumir la mejor carne. 

- Podríamos hacer eso, claro – consintió el mago mientras que en sus labios se dibujaba una sonrisa – pero sería mucho más difícil aguantarte sobrio y con el estómago vacío. 

Reik rió levemente ante el comentario de su compañero. Ciertamente, ambos eran de buen comer y buen beber; no desaprovechaban ninguna oportunidad para hacerlo, degustando los platos típicos de todos los sitios por donde pasaban. Eso, por supuesto, les hacía gastar más dinero del que podían permitirse, pero ambos eran de la opinión de que merecía la pena el gasto. 

- ¿Crees que nos encontraremos mucha resistencia? – Preguntó Reik. 

- No creo. Barthel decía que habían secuestrado a su hija en su habitación, pero no creo que fuera esa toda la verdad. A fin de cuentas ¿cuántas bandas de asaltadores pueden entrar en una ciudad medio fortificada y secuestrar a la hija del alcalde? Muy buenos deberían de ser, y no nos dio esa impresión cuando huyeron de tu nombre ¿verdad? No, creo que no ha sido secuestrada y que, por supuesto, no nos esperan esta noche. 

- Sí, supongo. Sea lo que sea nuestra misión es sencilla. El alcalde quiere a su hija y a su hija tendrá – contestó Reik tranquilamente – las peleas entre hermanos no nos incumben. 

...

Volvían por el camino serpenteante por donde les habían intentado robar y ahora, a la luz de las lunas, aquel lugar adquiría un cariz más macabro. A sus espaldas ya quedaba la ciudad de Walam que con todas las luces en la creciente oscuridad parecía un lugar mucho más grande. Les había parecido un lugar agradable y muy tranquilo, aunque de buen seguro no habrían pasado allí más de una noche de no ser por el fortuito encuentro con los bandidos y la oferta del alcalde. Supuestamente el grupo de secuestradores tenía su guarida en una torre abandonada, a unas cuatro millas de Walam y que, según supieron, perteneció a una orden de caballeros extinta hacía más de ochocientos años. El alcalde les había dado todos los datos. Los, según él, mal llamados "Rebeldes de Walam", estaban al mando de su hermano menor Marius. Hacía más de siete noches que habían secuestrado a su querida hija y, a pesar de la fortuna que ofrecía, nadie había aceptado el trabajo. Incluso había sollozado al recordarla. Dio todos los detalles uno por uno y aún así parecía haber algo que no encajaba. Sin embargo, no preguntaron más. Tenían cuanto necesitaban y sólo les había restado esperar a la noche para ejecutar la misión. Habían alquilado un par de habitaciones para después y, tras cenar, salieron en busca de Eliza.

Conforme seguían avanzando fue apareciendo ante sus ojos la ya mencionada torre que, incluso en la oscuridad de la noche, mostraba un lamentable estado de conservación. Antaño podía haber sido un bastión fuerte e inexpugnable, pero todo lo que quedaba de ello eran un montón de piedras apiladas que, milagrosamente, aún seguían en equilibrio. 



- Ésta debe de ser la torre de la antigua hermandad de los caballeros de la Lanza Plateada, he escuchado que sus últimos miembros murieron en las cruzadas contra Arabia, aunque de eso hará más de un milenio – dijo Reik mientras jugaba con el gatillo de su pistola ballesta – seguramente se caiga a pedazos. Será mejor ser sigilosos. 

- Claro – contestó Halbed cuyo rostro se tensó durante un instante para luego añadir – y, por cierto, no murieron en las cruzadas. El grupo superviviente se perdió de regreso, acabando en la antigua Nehekhara. Su maestre pensó que podrían saquear las tumbas de los reyes y volver a casa con un valioso botín. Por supuesto, ninguno salvo el joven Kirill regresó; él, antes de morir de una extraña enfermedad, contó todo lo que allí había ocurrido. 

Reik alzó una ceja mientras veía cómo el mago se encaminaba hacia la torre. Nunca dejaba de fascinarle el amplio conocimiento que su compañero tenía sobre mitos y leyendas, fueran éstas reales o fruto del folklore popular. No había pasado tanto tiempo estudiando en los colegios de la magia, pero sin duda habría sido un alumno aventajado. 

- Cada vez estoy más seguro de que tu maestro te dejó salir sólo para librarse de tu pedantería – le dijo con sorna. 

- O para evitar que dejara de corregirle cada vez que hablaba – le contestó con una sonrisa de soslayo por encima del hombro. 

Entonces, mientras avanzaban, pudieron observar a unos cien metros, en un claro, a un grupo de personas que cantaban y reían alegremente. Entre fogatas, bebían y comían sin ninguna preocupación. Halbed puso sus ojos en blanco durante un instante mientras una negra oscuridad los iba cubriendo. Unos segundos después de que la oscuridad hubiera ocupado sus ojos, desapareció de súbito mientras él volvía al mundo. 

- Ve a echar un vistazo – le dijo a Reik mientras él clavaba el báculo en el suelo – creo que Eliza no está con ellos, pero más vale asegurarnos. Mientras haré algo para que nadie mire a la torre ni pueda oír nada mientras estamos dentro. 

...

Eliza abrazó a su amado que yacía dormido plácidamente sobre la alfombra de piel de oso colocada en el suelo. Una gruesa manta los tapaba y, aunque estaba entre penumbras rodeada de las antiguas piedras de la torre, la joven se sentía la mujer más afortunada del mundo. Después de lo que había pasado se sentía enormemente aliviada, aunque aún sentía miedo; su padre no descansaría hasta encontrarla y ella lo sabía perfectamente. Debía convencer a Johann para que cesara en su afán de venganza y se fueran lejos de allí, quizás a alguna capital de provincia donde podrían pasar desapercibidos. 

La muchacha aún recordaba la tosca ceremonia de matrimonio que había tenido lugar hacía unas horas. Filippo, un veterano capitán tileano que ahora servía a las órdenes de Marius como uno de los Rebeldes, los había casado delante de todos los hombres y luego habían festejado su unión. De hecho el resto de los hombres aún seguían festejando. 

Eliza sintió un escalofrío al recordar cuando le tuvo que contar a Johann que no era virgen; no se atrevió a confesar la verdad, pero le aseguró una y mil veces que no fue por amor sino por obligación. Sonrió para sus adentros al recordar cómo mientras se explicaba Johann le tapó la boca con un dedo y luego la besó para, acto seguido, yacer juntos donde ahora se encontraban. Había sido el día más feliz de su vida sin lugar a dudas, el primer día de su vida que, aún entregándose a un hombre, había sido realmente libre. 

La muchacha se tocaba la marca cicatrizada de su nuca que quedaba tapada por su negro pelo mientras pensaba la mejor manera con la que le diría toda la verdad a Johann, aun a riesgo de perderlo. Escuchó un sonido sordo en lo alto de la torre, pero, sin ganas de molestar a su amor trató de dormirse de nuevo.

...

 - ¿El hechizo se ha tragado el sonido? – dijo Reik con una extraña voz gutural, mezcla de intentar hablar en voz baja y estar visiblemente alterado. Llevaba en una mano la espada que acaba de desenvainar por el susto y en la otra portaba la pistola ballesta mientras aún miraba absorto los cascotes que habían caído de encima de la puerta. 

- Sí, diría que sí – contestó Halbed más tranquilo que su compañero – suponía que habría alguna trampa, pero no la esperaba tan pronto. El único problema es si los que estén dentro de la torre nos habrán escuchado. 

- Bueno, entonces será mejor que nos demos prisa. 

Ambos aventureros, tras pasar el montón de rocas que habían caído al activar la trampa de la puerta, comenzaron a andar lentamente por el gran salón que daba la bienvenida a los visitantes. Un par de antorchas iluminaban escasamente la zona, aunque ninguno de los dos parecía tener verdaderos problemas para guiarse en la penumbra. Junto a la pared había algunas armas y en una tosca mesa había restos recientes de comida. Parecía que, al menos de momento, todos los nuevos “caballeros” de la torre estaban de celebración. 

Reik hizo un gesto al mago para que le siguiera a través del marco de una puerta que, ya carcomida, yacía en el suelo como una vieja gloria de lo que fue. La entrada daba paso a unas angostas escaleras de caracol que subían y bajaban. Reik, que había tomado una de las dos antorchas para iluminar el camino, miró atrás y preguntó con un leve gesto de cabeza a su compañero. Éste le devolvió el gesto indicándole que bajaran. 

...

Eliza se debatía entre hombres y mujeres llenos de mutaciones. A algunos les recubría una extraña mucosidad blanca por todo el cuerpo y en sus rostros medio deformados se podía observar una expresión de puro placer. Algunos otros eran ajenos a la bella muchacha y se contentaban con yacer junto a sus compañeros en extrañas posturas mientras gemían de placer, arañando con lascivia los cuerpos de sus compañeros de lecho. Mujeres con tres senos jugaban con hombres con cabezas y extremidades de animales; otro con un cuerpo monstruoso y una enorme cornamenta en su cabeza se frotaba con ansia con dos mujeres de cuerpos obesos y diminutas cabezas calvas. Todo lo que allí veía era obsceno, pero no podía moverse, ni siquiera podía gritar. Y justo delante de ella, al mando de todo, su padre le tendía la mano mientras susurraba una frase, con todo el cariño paternal en sus palabras Vuelve a casa hija mía, vuelve, te echo de menos hija mía, vuelve



La mujer se levantó de súbito totalmente bañada en su propio sudor. Respiró jadeante mientras se pasaba una mano por su frente mojada y la secaba con la manta. Agitó la cabeza con nerviosismo tratando de apartar los recuerdos de la pesadilla que acababa de sufrir y se tranquilizó al mirar alrededor, sobre todo al observar a su amado que aún dormía tranquilamente. Todo había sido una amarga pesadilla, otra vez. Esperaba que la larga sombra de su padre la dejara de perseguir si conseguía alejarse suficientemente de él. 

Eliza se fue a dormir de nuevo cuando escuchó un sonido a sus espaldas y al hacerlo vio una luz y dos figuras con una antorcha que la observaban fijamente mientras bajaban, tranquilos. Un hombre vestido con unas ornamentadas ropas de cuero, y otro detrás con lo que se intuía como una túnica negra de mangas anchas. La mujer dejó escapar inconscientemente un gemido de susto que resonó entre las viejas paredes de piedra y que, esta vez sí, logró despertar a su marido. El hombre se levantó y antes de decir nada giró su cabeza hacia donde miraba ella; sus ojos se abrieron enormemente e intentó hacerse con su espada mientras palpaba, nervioso, el suelo. 

La mujer observó cómo el hombre que llevaba la antorcha saltaba los metros que quedaban hasta el suelo con asombrosa agilidad y al caer, sin apenas hacer ruido, apuntaba a Johann con una pequeña ballesta mientras hablaba. Ahora que lo veía de cerca tenía un aspecto joven pero unos fieros ojos donde se reflejaba el crepitar del fuego de la antorcha; tenía el pelo castaño, y una corta barba de color rojizo. 

- Yo que tú no trataría de hacer nada realmente estúpido amigo – dijo – venimos sólo a por ella. No tenemos intención de hacerte ningún daño… si colaboras. 

Reik observó complacido cómo el secuestrador dejaba de buscar su espada en la oscuridad y se rendía sin decir nada. Al poco tiempo Halbed se puso a su altura mientras ambos observaban la escena. La muchacha era sin duda la hija del alcalde, una joven de unos dieciocho años de rostro bastante agraciado a la que nunca le había faltado de nada. El hombre, de pelo rubio abultado, no presentaba mal aspecto y no parecía el típico bandido sucio, desaliñado y borracho; por el contrario, su aspecto y su rostro podían haber pasado más por los de un bardo o juglar antes que por los de un bandido. Como habían supuesto, la situación parecía estar lejos de ser un secuestro a la fuerza como había asegurado Günther. 

- Bueno niña, no tenemos todo el día – dijo el mago rompiendo el silencio reinante – tu padre espera tu regreso con impaciencia. 

- Su padre es un canalla sin escrúpulos – dijo el joven incorporándose un poco – ella no está secuestrada, está aquí por su propia voluntad. 

- Eso que lo decidan otros – replicó cortante Halbed – en lo que respecta a las leyes del Imperio tú eres un bandido y ella es la hija secuestrada del alcalde de Walam. Nos la vamos a llevar te guste o no. 

- No soy un bandido – contestó enojado el muchacho – mi nombre es Johann Stephan y lucho contra la tiranía del gobierno de Walam y... 

- Seas lo que seas, en verdad no nos importa – contestó Reik interrumpiéndolo – Nosotros sólo venimos a por ella, no compliques más las cosas, no tenemos especial interés en cobrar el dinero que hay por tu cabeza. 

Reik observó cómo el muchacho se amedrentaba, finalmente, por sus palabras. La idea de morir no le hacía gracia a nadie y menos cuando se estaba en tal desventaja contra los que podrían ser, fácilmente, tus verdugos. Era interesante que Johann no supiera que aún no había ningún precio por su cabeza; el hecho de que se lo creyera demostraba que lo esperaba. El engaño había salido a la perfección y la chica comenzaba a colaborar. Pronto estarían de vuelta en Walam, cobraría la recompensa y seguirían su camino hasta Altdorf. 

Johann se sentía estúpido. Verse en aquella situación en su propio terreno le parecía la mayor muestra de estupidez de la historia. Había querido estar a solas con su amada y, en la seguridad de su escondite, no había previsto nada de eso. Ahora, por culpa de aquellos mercenarios, pagaría las consecuencias de sus imprudentes actos. 

Observó con una calma autoimpuesta a los dos mercenarios. Tragó saliva al reconocerlos pues eran los mismos a los que habían intentado robar esa misma mañana. Al recordar lo que los hombres habían comentado sobre ellos en el campamento supo que ninguna acción impetuosa serviría en aquella situación. 

Sintió entonces unos labios familiares tocar su mejilla, unos labios que lo sacaron de su asustada observación para volver a la realidad que le rodeaba. Liz se acaba de vestir y, tras besarlo, se ponía en pie dispuesta a volver con su padre para que a él no le hicieran daño. Mientras, al que habían descrito como un mago imperial, lo ataba de pies y manos. 

- La primera vez fue fácil; tu padre no sospechaba nada – dijo Johann con la voz entrecortada – ahora pondrá guardias y más cazarrecompensas estarán buscándome... 

- Pero tu me encontrarás – contestó Liz a la que empezaban a saltársele las lágrimas – sé que lo harás. 

- Te lo prometo. 

- Sálvame – fue lo último que dijo Liz antes de comenzar a subir las escaleras de caracol. Johann observó cómo su esposa se tocaba el pelo y se lo recogía durante un instante para, luego, volvérselo a soltar. Durante ese corto periodo de tiempo, y a la mortecina luz del fuego, al joven le pareció ver una cicatriz que formaba un extraño símbolo. Durante un instante se le hizo un nudo en la garganta. Luego, quedó solo en la oscuridad. 

2 comentarios:

  1. Me ha parecido tremenda la historia! Estoy deseando ver la continuación del relato!

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    1. Gracias y me alegro! Es un buen tocho por lo que entiendo que puede dar más pereza ponerse a leerlo, así que mínimo que merezca la pena jajaja

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