jueves, 2 de septiembre de 2021

[YOUTUBE/INFORME] NARRACIÓN y Batalla en Twitch #3: Guerreros del Caos VS Altos Elfos (900 puntos)

Buenos días queridos frikis. Ya sabéis que últimamente Pumu está a tope con el Twitch y la última batalla en directo se emitió también en Youtube. La podéis ver en este enlace, aunque lo que yo os voy a dejar en el blog es la narración trasfondística de la misma, cortesía de Xanathos, que nos ha dejado en el Discord de Leyendas en Miniatura: LA BATALLA DE LOS MONOLITOS DE TOR ANDAR.



LA BATALLA DE LOS MONOLITOS DE TOR ANDAR

Año 2247 del Calendario Imperial, 50 años antes de la coronación de Magnus el Piadoso como Emperador. En el noroeste de Norsca, los knukelinger se preparan para celebrar la Verimänen, la gran luna de sangre consagrada a Khorne en la que su líder, Enar Skarpös, recibiría órdenes de sus dios para guiarlo en sus próximas conquistas.

Toda la tribu se reunió en un claro del bosque con una inmensa roca en su centro. Mientras la luna se alzaba lentamente en el cielo, los guerreros formaron un gran círculo y comenzaron a golpear rítmicamente sus armas contra los escudos. Desde un extremo del claro, Skarpös avanzó cargando un gran bulto sobre los hombros. Avanzó hasta la gran roca, donde aguardaba el chamán de la tribu, y arrojó el bulto a sus pies. Se trataba de un capitán imperial, amordazado y atado de pies y manos, apresado días durante el último ataque a las costas de Nordland.


Los guerreros empezaron a aumentar poco a poco la frecuencia de sus golpes mientras el chamán agarraba al imperial por el pelo y tiraba con fuerza, obligándolo a ponerse de rodillas. De entre sus ropajes, extrajo una daga vieja, oxidada y con manchas de sangre antiguas. El ruido era ya ensordecedor, podía oírse en todo el bosque. El oráculo tiró con más fuerza, echando la cabeza del imperial hacia atrás, dejando al descubierto su cuello, y alzó la daga con la otra mano, apuntando hacia la luna. De repente, los golpes cesaron de una, al mismo tiempo que el chamán bajaba rápidamente la daga y se la clavaba a sí mismo en el pecho. El imperial notó que la mano que lo sujetaba perdía su fuerza y cayó de bruces contra el suelo. Pensaba que había llegado su hora y no dejaba de murmurar oraciones de agradecimiento a Sigmar, con los ojos llenos de lágrimas. Quizá fue por eso que no vio cómo Skarpös se acercaba a él y lo decapitaba de un hachazo certero mientras los guerreros se unían en un gran grito que helaría la sangre de cualquiera que lo oyese.

Para finalizar el ritual, Skarpös extrajo el corazón del oráculo, lo empapó en la sangre que manaba del cuello del imperial y le pegó un gran mordisco. De inmediato, notó la furia de Khorne corriendo por sus venas. Sus ojos se inyectaron en sangre, su respiración se hizo más pesada, sus latidos se aceleraron. Y la voluntad de su dios se hizo evidente para él. Levantó su hacha, todavía ensangrentada, y apuntó hacia el oeste mientras que con su voz grave gritaba: “¡Sangre para el dios de la sangre!”.


Año 84 del reinado de Finubar I el Navegante, undécimo Rey Fénix. En el noreste de Ulthuan se encuentra Tor Andar, una grandiosa ciudad-fortaleza situada en una de las Islas Cambiantes que protegen el reino Asur de los ataques Druchii. Suomerin de Cothique, hermano menor del gobernante de la ciudad, descansaba en sus aposentos mientras pulsaba las cuerdas de su cítara cuando el ruido de las campanas de alarma lo sacó de su ensimismamiento. De inmediato, soltó el intrumento, se puso su armadura y corrió a los muros, donde el capitán de la guardia le informó de la situación: se habían avistado drakkars norses acercándose a la isla. Este tipo de ataques se habían hecho cada vez más frecuentes y Suomerin sabía bien el nivel de crueldad que aquellos bárbaros eran capaces de alcanzar.

Regresó al interior de la fortaleza, a la Sala del Consejo, donde su hermano empezaba a organizar las defensas. Los lanzavirotes ya habían comenzado a disparar y causarían graves bajas, pero no conseguirían impedir que los invasores llegaran a las costas y desembarcaran, dando inicio al combate cuerpo a cuerpo. La batalla sería dura, pero había que impedir que cruzasen las murallas o la ciudad sería suya. Tras acabar de recibir las órdenes, todos los capitanes se marcharon para dirigir a sus regimientos y Suomerin se quedó a solas con su hermano. Ambos se miraron y se agarraron por los brazos, deseándose suerte y encomendándose a Asuryan y Mathlann. El destino de su ciudad dependía ahora de su pericia como generales.


Los dos hermanos salieron a lo alto de la muralla para asegurarse de que cada tropa ocupaba su puesto. De repente, miraron hacia el mar y algo les extrañó: los drakkars se dirigían hacia el oeste, a la única playa donde podían desembarcar y donde tendría lugar la batalla. Pero una de las naves había cambiado el rumbo y se dirigía hacia el sur, bordeando la isla por el otro lado. No tenía ningún sentido. Pero entonces, Suomerin cayó en la cuenta: el monolito. Al otro extremo de la isla se encontraba uno de los monolitos que ayudaban a canalizar la energía de toda Ulthuan y dirigirla hacia el Gran Vórtice que mantenía cerrados los portales a los Reinos del Caos. Si el monolito caía o era corrompido, el Vórtice se debilitaría y los Dioses Oscuros estarían un paso más cerca de volver a extender su maldad sobre el mundo. De inmediato, Suomerin cogió a una pequeña parte de las tropas, de todas las que podía desprenderse su hermano sin poner en peligro la ciudad, y partió en dirección al monolito, decidido a impedir que los norses se acercaran a él. La batalla por el futuro del monolito de Tor Andar estaba a punto de empezar.


Mientras Skarpös comandaba su flota de drakkars hacia Tor Andar, sus sienes comenzaron a palpitar y las venas de su cuello se hincharon mientras recibía las órdenes de su dios, Khorne el Masacrador. La ciudad se encontraba en el extremo occidental de la isla, y era allí a donde se dirigía el grueso de su hueste, pero su verdadero objetivo estaba al sur, ahora lo veía claro. A gritos, ordenó a su mejor capitán, Ansgar Kemmeldrom, que dirigiera el asalto a la ciudad mientras él separaba su drakkar del resto y comenzaba a bordear la isla hacia el sur. No sabía qué buscaba exactamente, pero la voluntad de su amo le servía de guía y, cuando vio los monolitos, no tuvo ninguna duda. Aquello era lo que Khorne quería destruir.

Skarpös hizo desembarcar a sus hombres, todos veteranos de mil campañas de saqueo y rapiña. Algunos lo habían acompañado en su peregrinaje por los desiertos del Caos y habían sido elegidos por Khorne como sus guerreros. Unos pocos, los temibles Siegacráneos, se habían atrevido a ir más allá, hasta la legendaria Torre de los Gritos, donde Khorne los había bendecido con una sed de sangre incapaz de ser saciada. Skarpös vio los monolitos frente a él y, tras ellos, una línea de elfos que se empezaba a formar. Sonrió para sus adentros, porque sabía que, aquel día, su dios quedaría complacido.


Suomerin forzó la marcha de sus tropas todo lo que pudo, pero cuando llegó a la explanada de los monolitos, los norses ya estaban allí. Los atacantes eran inferiores en número, pero el elfo detectaba en ellos un aura tan cruel y aterradora que no podía pertenecer a ningún mortal. Sin duda alguna, los poderes oscuros estaban detrás de aquel ataque. Subido en su carro, empezó a recorrer el frente de batalla, ordenando a la caballería que avanzase mientras la infantería tomaba posiciones para defender los monolitos.

Los primeros en golpear fueron los Yelmos Plateados, hijos de las familias más nobles de toda Cothique, que se lanzaron sobre un carro conducido por dos de aquellos guerreros de negra armadura. A pesar de la fiereza del ataque, no fue suficiente para superar las defensas del carro y los experimentados guerreros acabaron con la vida de los valientes elfos.


Extasiado por su victoria, el carro caótico continuó su avance, dejando atrás el monolito y cargando contra una unidad de lanceros, liderada por el gallardo Turvalen, amigo de la infancia de Suomerin y capitán de la ciudadela de Tor Andar. Los que lo conocieron afirman que nunca nació en Ulthuan otro elfo más leal y aguerrido, sabio en los momentos de paz e imparable en el combate. Turvalen avanzó con valentía para enfrentarse a sus enemigos, pero aquel carro endemoniado parecía estar impulsado por fuerzas oscuras, y aunque pudo retrasarlo un tiempo, no pudo impedir que arrasara a toda la unidad. Muchas fueron las lágrimas derramadas por el noble Turvalen.


El flanco izquierdo estaba perdido. Viendo la situación, Suomerin optó por una decisión arriesgada, pero que era su única posibilidad de victoria. Dio la orden y cargó sobre su carro junto con los Maestros de la Espada contra la unidad de Guerreros del Caos que había alcanzado el monolito, liderada por el propio Skarpös. El paladín oscuro sonrió, pues Khorne estaba de su lado, y mostrando una furia desmedida, detuvo las espadas enemigas y comenzó a contraatacar con una serie de golpes y mandobles que ninguna armadura podría resistir. Él solo derrotó a toda la primera línea de los Maestros de la Espada, pero cuando miró a su alrededor, algo en su rostro cambió. Sus guerreros habían sido masacrados y solamente él había sobrevivido. De repente, su sangre dejó de hervir y la furia y la ira fueron sustituidas por el espanto y la confusión. Su dios lo había abandonado, ya no era digno de él. Sin saber muy bien lo que hacía, Skarpös comenzó a correr, pero no pudo escapar de Suomerin quien, desde su carro, acabó con su vida. Su cuerpo, totalmente destrozado por los cascos de los caballos, quedó allí tendido, no lejos de la base del monolito.


El general enemigo había caído, pero la batalla estaba lejos de concluir. El carro del Caos bordeó la pequeña arboleda que separaba ambos monolitos, buscando atrapar a Suomerin y los Maestros por la espalda. Tratando de impedirlo, una unidad de guardianes de Ellyrion se lanzó contra él, pero no tuvieron mejor suerte que los Yelmos Plateados.


Al menos dieron el tiempo suficiente a Suomerin para girarse y recibir al enemigo de cara. Los carros chocaron, se oían crujidos de madera, los caballos de ambos lados relincharon y trataron de golpear a sus enemigos con sus cascos, pero el embite de los caóticos fue devastador y el carro de Suomerin fue destruido.


Milagrosamente, Suomerin consiguió sobrevivir al choque y continuó luchando a pie, consiguiendo herir a uno de los guerreros. Pero era demasiado tarde, los caballos se le venían encima y, aunque trató de retroceder, no pudo hacerlo a tiempo y fue arrollado igual que lo había sido Skarpös hace apenas unos minutos.


Aprovechando la confusión, los Maestros de la Espada cargaron contra los bárbaros que rodeaban el monolito. Esos humanos a medio civilizar no eran rivales para aquellos que llevaban siglos perfeccionando su dominio de la espada y pronto comenzaron a huir, en un vano esfuerzo por salvar su vida.


Al menos uno de los monolitos se había salvado. O eso creían los elfos. Sin embargo, sin que nadie lo notase, el cuerpo de Skarpös había comenzado a desangrarse y, poco a poco, la sangre cayó por la ligera pendiente hasta llegar al monolito. Cuando la primera gota llegó hasta su base, el monolito empezó a brillar con una extraña y siniestra luz rojiza, al tiempo que el cielo se cubría de nubes y se desataba una violenta tormenta. El monolito había sido corrompido y todos los esfuerzos habían sido en vano. En el otro extremo del campo de batalla, los Siegacráneos llegaron hasta el otro monolito y lo destrozaron con sus poderosas hachas mágicas. Los monolitos de Tor Andar habían caído, Suomerin había fracasado.

En la ciudad, Sinegud, hermano de Suomerin y gobernante de Tor Anrad, vio la repentina tormenta que parecía haber surgido de la nada y la tomó como una señal de que Mathlann, el dios elfo del mar y las tempestades, estaba de su lado. Aún así, ordenó que encendieran el gran faro y avisaran a las fortalezas del resto de islas para que acudieran en su auxilio. Aquellos humanos que habían sido tan imbéciles de poner sus pies en Ulthuan debían recibir su merecido.

Frente a las murallas, Ansgar gritaba órdenes sin parar a sus hombres. Solo un puñado de elfos flacuchos se interponían entre ellos y una ciudad llena de tesoros que saquear. Si cumplía con su labor, se ganaría el favor de Khorne y, quién sabe, quizá algún día podría optar a ser el caudillo de los knukelinger.


Los monolitos han caído, pero la ciudad todavía resiste. El futuro de Tor Andar aún no se ha decidido.

5 comentarios:

  1. Excelente narración.Con ganas de leer la segunda parte

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  2. Ya lo había leído pero no me he podido resistir a leerlo de nuevo.
    Genial y grandiosa forma de relatar una batalla.
    Nuevamente, Enhorabuena por el relato (y gracias por compartirlo)

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  3. El carro del Caos, que ha ganado la partida él solito, no podía haber matado a los dos Yelmos Plateados que mató el turno en que los hizo huir, puesto que los caballos de un carro sólo pueden atacar por el frente. Por otro lado, cuando cargó a los lanceros, claramente era carga frontal, aunque Pumu colocó el láser un poco así así...

    También me parece interesante a nivel de reglas analizar la situación de la carga del carro élfico a los guerreros del Caos. Por cuadrantes, estaba situado en el flanco de los guerreros, pero ahí no podía entrar por el bosque, y además si moviese en línea recta entraría en contacto con el frontal... Me interesa saber la opinión del Maestro del Conocimiento Cordo sobre esto.

    Saludos!

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    1. ¡Maestro del Conocimiento es mucho decir! No he podido verme la partida me temo, pero cuando pueda le echaré un ojo para poder darte mi opinión sobre el tema :(

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  4. Cómo ganan las partidas con un trasfondo detrás, de verdad. Y con todo pintado y escenografía aun más. Por todo esto, Pumu ha conseguido lo que no creía posible: que me haga una cuenta de Twitch xD.

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